Sobre la seguridad psicológica y otras reflexiones
Corría el año de 2005 y me recuerdo abriendo la puerta de mi salón de clases con una sensación de mariposas en estómago, el corazón acelerado, un millón de ideas y dudas corriendo por mi mente: “¿Qué tal si no doy el ancho como maestra bilingüe?”, “¿cómo irán a ser mis alumnos?”, “¿cómo le voy a hacer para recordar tantas cosas que tengo que cumplir?”, “otra vez, ¿cómo era el procedimiento de salida?”, “ ¡Un momento! Tengo que ir al baño por centésima vez”, “No, no te muevas de aquí, ¿qué tal si llega un alumno?” “¿Qué tal si pasa la directora y no te ve en la entrada de tu salón lista para darles la bienvenida a tus alumnos en su PRIMER día de clases?”, “No, no, eso sería empezar muy mal, mejor aguántate”, “¡Oh, no! ¿Qué estoy haciendo aquí? Tal vez, debería entregar mi VISA de trabajo y regresar a México de una vez”.
[pausa, sudoración, respiración profunda, contando hasta 10]
“¡Ah, mira! ¡Ya viene mi primer alumno! ¡Qué bien! Vamos a darle con todo”.
Y así fue como empecé mi primer día como maestra de 4to primaria bilingüe en el Distrito Escolar Independiente de Austin. ¿Maestra de primaria? Todo sonaba muy “papita” antes de irme a Los Estados Unidos a trabajar en esta profesión, en lo que hasta después supe, era considerada como una de las más estresantes en este país y con muy altos índices de deserción laboral.
Como ya tenía considerable experiencia como docente trabajando con niños, adolescentes y adultos, además, tenía el colchoncito que había estudiado psicología, así como una maestría en educación -ni más ni menos que con enfoque en desarrollo cognitivo-, pues estaba convencida que iba a lograr maravillas con mis alumnos. Constantemente, ensoñaba con todas las actividades de aprendizaje que iba a implementar, los libros que íbamos a leer y el titipuchal de experiencias que les iba a procurar para detonar todo un mundo de sinapsis en sus pequeños cerebros. Con tanta detonación que tenía planeada, ¡en serio que hasta Rambo me quedaba corto!
Pero, cuál fue mi desencanto, al ver que apenas en esos primeros días de clases, se me fueron cayendo poco a poco los naipes de mi castillo de fantasía, pues en un día normal de clases, el tiempo para instrucción se encontraba bastante limitado y sujeto a una y mil variables a las que tenía que atender y responder al mismo tiempo.
De repente, me sentí inundada en demandas administrativas, observaciones y evaluaciones a mi desempeño por ser maestra nueva y lo que más me agobiaba, era la corredera para cumplir con toda una agenda de actividades y llegar a todos los lugares a donde tenía que llevar a los estudiantes con religiosa puntualidad inglesa, que confieso, nunca ha sido mi fuerte. Además, como en mi grupo tenía integrados a alumnos con discapacidad tanto física como mental y otros con trastornos del neurodesarrollo, tenía que asistir a muchas juntas, así como trabajar con la familia y otros especialistas para proveerles a estos niños las adecuaciones necesarias para que avanzaran de acuerdo con su plan de desarrollo individual.
Todas estas demandas debían ser atendidas de manera efectiva trabajando con un grupo de 20 y tantos estudiantes, sin asistente y con muy altas expectativas académicas por parte del Distrito Escolar. En ese entonces, todos los niños del estado Texas a partir de 3ro de primaria debían presentar un examen muy riguroso para demostrar competencias académicas con relación a elevados estándares nacionales, todo como parte de la iniciativa “No Child Left Behind” firmada por el presidente Bush unos años antes. Adicionalmente, los niños en programas educativos bilingües tenían que tomar otro examen, igual de riguroso, para demostrar sus avances en el dominio del idioma. Yo había sido maestra de inglés por varios años, por lo que esta parte no me asustaba; pero nunca me imaginé que el reto era enseñarles el idioma y, además, enseñarles el contenido en el idioma a un grupo de niños con niveles de dominio del inglés que iban de cero (niños recién llegados a los EU) hasta nivel casi nativo (niños nacidos en el país). Así que, con toda sinceridad, la mayor parte del tiempo nos teníamos que enfocar a prepararlos para estos exámenes, pues de tener resultados por debajo de lo esperado, nuestro puesto estaba en riesgo, así como la posibilidad de nuestra escuela de recibir más recursos. Eso, sin tomar en cuenta que, si tu escuela tenía un desempeño bajo, tenías al Distrito Escolar evaluando con lupa tu operación de una manera que no se me ocurre describir de otra manera más que “hostigante”.
Justo cuando pensé que estas demandas lograrían ser manejables una vez que dominara todas las rutinas del trabajo, cuales malabares con mazas en el aire al mismo tiempo, rápidamente me empezó a caer el veinte de que esto sólo era la punta del iceberg. Me imagino que en algunos momentos de tu vida has de haber experimentado este sentimiento de shock que se apodera de ti en cámara lenta como en las películas cuando el enamorado va corriendo muy sonriente al encuentro de su amada con un ramo de rosas sólo para darse cuenta de que ya está con otro y ante la cámara en 1, 2, 3 segundos, su cara se va transformando por completo en sorpresa y decepción. Apenas así te puedo describir cómo me sentí cuando me di cuenta del verdadero reto que se levantaba frente a mí.
Decepción fue el más fuerte de los sentimientos al ver que la prioridad eran los resultados de los exámenes, cuando en las primeras semanas trabajando con los niños me doy cuenta de que sus necesidades emocionales y sociales superaban -por mucho- sus necesidades educativas. ¿A qué me refiero con esto? Me refiero a una población de alumnos que vivían en una zona azotada por la violencia y la inseguridad, que vivían en constante estado de alerta gracias a las pandillas y los narcotraficantes, con miedo a ser deportados a sus países de origen en cualquier momento por la “migra”, en economías de subsistencia y que en muchas veces, tenían al mismísimo enemigo en casa, pues era considerable el número de alumnos que sufrían de violencia intrafamiliar, abuso sexual y/o negligencia en sus propias casas. Claro que también había alumnos de familias igual de humildes, pero que luchaban arduamente y de manera honrada para sacar adelante a sus hijos y por procurarles un mejor futuro del que ellos habían tenido en sus países.
Créeme que es bastante retador trabajar con niños que llegan al aula con hambre porque no tienen comida para desayunar en casa, cansados y somnolientos porque duermen en un carro o porque no pueden pegar el ojo en la noche por temor. Es difícil conseguir resultados cuando de repente los niños dejan de asistir a la escuela porque tienen que cuidar a sus hermanos o porque están escondidos en casa de los vecinos, esperando a que sus recién deportados padres vuelvan a cruzar el charco. ¿Cómo, además, integras a los chicos que acaban de llegar al país y se encuentran temerosos y desorientados en un ambiente tan diferente al que estaban acostumbrados? ¿Cómo integras a estos niños, que en ocasiones ni siquiera habían asistido a la escuela en sus pueblos porque tenían que trabajar? ¿Cómo con todo el programa que tienes que cubrir de 4to grado te regresas a enseñarles a leer en español cuando la expectativa es que salga hablando inglés y pasando un examen que parece que fue creado por científicos de la NASA? ¿CÓMO?
Pasé noches muy inquieta pensando en cómo abordar esta situación mientras cumplía con todas las exigencias de mi trabajo y poco a poco, la respuesta se fue haciendo más clara y más potente en mi mente: Crearía en mi salón un lugar seguro para todos estos niños; algo así como un “santuario” en donde ellos podrían ser ellos mismos sin el temor de que los alcanzara todo aquello que les acechaba afuera de la escuela, porque ni siquiera la migra tenía permitido entrar ahí. Esa tenía que ser mi prioridad, ante todo.
Debo confesar que tuve un poco de miedo de regresar a la época en la que me creía una especie de Robin Hood femenina, cuando solía engancharme muy fácilmente con los problemas de los demás, al grado de que me apropiaba de ellos y me angustiaba sobremanera por estas personas hasta buscar, incluso resolverles sus problemas. Poco a poco, en mi entrenamiento como psicóloga, estuve en terapia varios años y aprendí a seguir ayudando a las personas, pero con una distancia saludable. Hoy que escribo esta vivencia, considero que soy mucho más estoica y en posibilidad de poder ayudar más a las personas sin sacar el pescado, limpiarlo y prácticamente dárselos en la boca listo para comer; sino, enseñándoles a cómo ser los propios pescadores de sus vidas. De esta manera, una vez que salía de la escuela, ponía en pausa todo lo que ocurría allí, me reseteaba el botón de la mente y me concentraba en mi propia vida.
Y así fue como empecé a ir tejiendo este ambiente de seguridad día tras día porque es bastante difícil ganarse la confianza y hacer que bajen la guardia aquellos niños que han sido maltratados o que han vivido en alerta constante por largos periodos de tiempo, razón por la que hay que tomarse esta empresa con mucha paciencia y esmero.
Leí sus expedientes con comentarios de los profesores anteriores, pero sin dejar influenciarme por sus impresiones, para mí serían como arcilla lista para empezar a moldear. Procuré aprenderme sus nombres lo más rápido que pude y dedicar diferentes días para comer con cada uno de ellos en la hora del lunch y así poder platicar y conocerlos mejor. Los saludaba con calidez todas las mañanas y muy importante fue que buscábamos reír y disfrutar de los pequeños momentos con frecuencia; tanto como tener los canales abiertos en todo momento para escuchar a los niños expresar sus emociones en los momentos de tristeza o de dificultad personal.
Cuando algún niño o niña rompía las reglas o mostraba un comportamiento considerado inadecuado, más que reprenderlo o regañarlo, platicaba con él o ella con una postura neutral, pero firme, lo guiaba para que reflexionara sobre lo ocurrido y pensara en cómo se iba a ser responsable del resultado y si había que resarcir algún daño. Siempre hubo apertura para experimentar y equivocarse sin que hubiera penalizaciones, ni dedos apuntando o señalando. Tomar riesgos era parte del proceso de aprender. Jugar y divertirse también eran parte de aprender no sólo lo académico, sino de cómo ser verdaderos compañeros, cómo lidiar con la frustración y ser pacientes. En el salón había apertura para cuestionar y también, ¿por qué no? a dar sus puntos de vista, aunque fueran diferentes a los de los demás incluso diferentes a los míos. En este proceso aprendimos a colaborar para sacar juntos un reto, a recibir retroalimentación con humildad y a celebrar los logros porque me quedaba muy en claro que lucharía incesantemente para que, al salir de mi grado, todos los niños llevaran tatuada en la mente la idea de eran buenos para algo.
A lo largo de estos cinco años en los que me desempeñé como maestra con diferentes generaciones de niños tan especiales, tuvimos muchos logros académicos importantes con relación a los exámenes estatales y en su dominio del inglés, pero los más importantes tienen que ver con la chispa del amor por el aprendizaje que vi que se despertó en muchos de ellos, de ver cómo devoraban libros, de verlos más seguros, más amigos y de cómo se emocionaban platicando sobre lo que llegarían a ser de grandes. Algunos me han buscado en las redes sociales y me da alegría ver que tienen estudios más allá de la preparatoria, que cuentan con un trabajo o un negocio y ya son independientes; de otros no sé, pero donde sea que sus decisiones en la vida los haya llevado, espero fervientemente que se encuentren en una postura de mucho crecimiento personal y profesional.
Por mucho tiempo, le denominé -en mi mente- a este tipo de entorno “ambiente de seguridad emocional”, pensando en que fue la principal meta a lograr con este grupo y de manera intuitiva, lo seguí implementando en otros ambientes de trabajo en donde me desempeñé una vez que regresé a México.
Hace cuatro años, leí por primera vez sobre el Proyecto Aristóteles que Google inició en el 2012 con la finalidad de identificar las características que definían a los equipos de más alto desempeño dentro de la compañía. Se invitaron a participar en la investigación a una serie de especialistas en diversas áreas para que dieran respuesta a esta interrogante y después de invertir meses estudiando a una gran cantidad de equipos, así como consultando artículos y libros en el tema publicados en los últimos años, encontraron cinco características que estos equipos tenía en común: 1. Fiabilidad, 2. Estructura y Claridad, 3. Significado, 4. Impacto y la más importante de todas, 5. Seguridad Psicológica.
Cuando leí diversas definiciones de Seguridad Psicológica en el artículo, mi cerebro me remontó automáticamente a esta vivencia que te acabo de describir en este escrito, pues decían lo siguiente:
“La creencia compartida por parte de miembros de un grupo de que el grupo es seguro a la hora de la asunción de riesgos interpersonales” (Amy Edmondson, profesora de la Harvard Business School).
“Un clima de equipo que se caracteriza por la confianza interpersonal y el respeto mutuo en el que las personas se sienten cómodas las unas con las otras”.
Otra manera en que el equipo de Google ha descrito este atributo es como “entornos psicológicos sanos” que se caracterizan por:
· Convertir la comunicación y la empatía en la base del establecimiento de conexiones reales entre las personas.
· Tener la libertad de compartir las cosas que nos asustan sin miedo a recriminaciones.
· Poder hablar con nuestros compañeros de lo que resulta complicado o triste.
· Saber que les importamos a las personas con las que trabajamos y realmente están dispuestas a escucharnos.
Ya sea que las empresas estén conscientes o no de este tipo de ambientes y del gran impacto que tienen en la salud emocional de los colaboradores y por ende, en la productividad y el desempeño laboral, considero que la manera en que lo están abordando no es la más efectiva. Hacen grandes inversiones de tiempo, dinero y esfuerzo en team buildings, talleres y programas en temas como liderazgo, equipos de trabajo, inteligencia emocional y otros tantos, buscando la fórmula ideal para desarrollar líderes que conduzcan a equipos de alto desempeño, pero con pocos resultados. Y ahora, sumándole a la presión de tener que cumplir con los lineamientos de la NOM-035-STPS, esto hace que las empresas volteen a prestar atención a los factores de riesgo psicosocial, pero con un enfoque más de normatividad, que de genuina transformación de la cultura organizacional.
Aquí te comparto mi punto de vista sobre una de las diferentes alternativas que pudieran echar a andar para empezar a trabajar en el desarrollo de la seguridad psicológica en tu equipo o en tu organización:
1.Es esencial que inicien este trayecto de crecimiento personal y grupal a partir de la sensibilización y la reflexión sobre el ambiente actual en el que trabajan. Esto con la finalidad de que desarrollen la conciencia y el convencimiento necesarios para arrancar un proceso de cambio en este sentido.
2. Asegúrense de hacer partícipe a todos los colaboradores con el apoyo de un coach o agente externo que les vaya guiando en el establecimiento de pautas para que este diálogo se sustente en la honestidad total, la activa participación, el compromiso de aportar al crecimiento del equipo y de respetarlas no sólo en estas sesiones; sino durante las jornadas diarias de trabajo. Todos deben salir de estas sesiones con la seguridad de que verdaderamente tendrán la completa libertad de dar sus puntos de vista sin temer a que vaya a haber represalias ya que el coach se vaya.
3. Tienen que pensar en maneras en que evitarán a que las cosas vuelvan a ser como antes, pensando en que fácilmente pueden ser arrastrados por la costumbre o por la imposición de un líder con tendencias autoritarias o al micromanagement.
4. Abran espacios especiales en los cuales, puedan conocerse más a fondo de manera personal, estrechen los lazos entre ustedes e incluso, muestren disposición a escuchar y a atender cuando alguien del equipo quiera expresar algo difícil o doloroso por lo que pudiera estar pasando.
5. Hagan un plan de trabajo sobre las áreas centrales y las periféricas que consideran que deben de esforzarse en desarrollar para ir, eventualmente, incrementando su nivel de seguridad psicológica como equipo. Establezcan un cronograma, responsables, recursos y acciones concretas, así como el resultado específico que esperan ver como consecuencia. En esta parte, ya tendría sentido invertir en capacitación que vaya entrelazada a un proyecto en particular y que será sólo una parte del proceso de crecimiento.
6. Asegúrense de tener algunas sesiones de seguimiento en donde puedan compartirse retroalimentación, así como resultados de la medición de sus avances y ¡no olviden ir celebrando sus logros!
No cabe duda que no sabemos las batallas están enfrentando cada una de las personas con las que convivimos diariamente y mucho menos sabemos el poder que tiene y lo tanto que puede significar para estas personas que, en el poco o mucho tiempo de interacción que tengas con ellas, lo hagas de manera consciente, en el aquí y en el ahora. El poder de sentirse atendido es increíble: el que te vean a los ojos cuando les estás hablando, que dejen de lado el celular o cualquier otra cosa por muy apurados que se encuentren, que realmente te escuchen y el sentir que a alguien le importa lo que tienes que decir.
Por eso, no dudo en decirte que si tú actualmente te encuentras como colaborador en una empresa en la cual no se te valora, en la que, aunque te paguen bien, sufres de constante hostigamiento, estrés y/o frustración, pregúntate si verdaderamente vale la pena vivir de esta manera los que pudieras llegar a hacer -OJO, no ser- algunos de los mejores años de tu vida.
Antes de iniciar mi negocio en el 2015, pasé por muy variadas experiencias laborales, algunas muy satisfactorias y otras un tanto más intensas. Haber sido maestra de primaria bilingüe en EU considero que fue la más retadora que he tenido a lo largo de mi vida; pero también, la más transformadora a nivel personal y profesional. Así que, por eso, MUCHAS GRACIAS.
Hoy por hoy básicamente busco una vida de tranquilidad interna, de cercanía con mis seres queridos, así como de superación y crecimiento enfocada a lo que me apasiona y tú, ¿a qué aspiras?
"He aprendido que la gente olvidará lo que has dicho, olvidará lo que hiciste, pero no olvidará nunca cómo los hiciste sentir" - Maya Angelou.