¿Talento? Sí... pero mejor con valores.

¿Talento? Sí... pero mejor con valores.

Inmersos como estamos en la Sociedad del Conocimiento, el talento se ha transformado en una palabra en boca de todos. No hay conferencia, seminario, o simposio que se precie que no hable de talento. Así que no hay duda, el talento está de moda.

Lo más curioso es que se trata de un término no científico, que no está bien definido. A pesar de ello, se habla de cómo generarlo, atraerlo, gestionarlo o fidelizarlo; aunque signifique cosas diferentes, dependiendo de con quién hables.

Y aunque el talento aparece hoy día como el nuevo Santo Grial, en realidad, siempre ha estado presente a lo largo de nuestra historia.

Tales de Mileto ya lo proclamaba en su época. Alejandro Magno tenía talento para la logística y la planificación estratégica; talento que inspiró al mismísimo Napoleón. También fue el primero en hacer uso de la información y el conocimiento; innovó en técnica y armas, lo que le permitió ganar batallas y guerras.

Otro gran general y estratega, Julio César, tenía talento para visualizar y adelantarse a los movimientos de sus enemigos, lo que le permitía desplazarse y actuar con rapidez. El emperador Napoleón Bonaparte daba prioridad al talento. "Deja el camino abierto al talento" era una de sus frases.

Mucho más tarde, Jack Welck demostró hasta donde puede impulsar el talento a una compañía, cuando se gestiona correctamente. Su "escuela de talento" en Crotonville (al norte del estado de Nueva York) ayudaba a los ejecutivos de General Electric a crecer y desarrollarse. La estrategia de Welch constaba de dos fases; en la primera, identificaba a los mejores talentos de cada unidad de negocio; y en la segunda, invertía ingentes recursos en su formación y desarrollo, apoyándose en los mejores mentores (incluido él mismo). Welch dedicó más del 60% de su tiempo a seleccionar, desarrollar o despedir a sus directivos. Una de sus frases lo resume: " Poner a las personas adecuadas en los puestos adecuados es mucho más importante que desarrollar una estrategia".

El "Welch way" es un espejo en el que muchos directivos siguen mirándose.

Más recientemente, en 1997, la consultora McKinsey publicó un estudio titulado "Ha comenzado la guerra por el talento", donde situaba al talento como el bien más preciado de cualquier país, y el gran reto empresarial estratégico y el impulsor crítico del rendimiento corporativo. Sus autores actualizaron el estudio en el año 2003 concluyendo que la guerra por el talento continuará durante las dos próximas décadas.

Como consecuencia, el talento se ha convertido en un punto estratégico de gestión; un motor crítico del desempeño de cualquier organización, capaz de establecer enormes diferencias entre las que compiten en el actual entorno VUCA. Un entorno que ha venido para quedarse, y que tiene grandes implicaciones en la gestión del talento.

El profesor José A. Marina (2010) describe el talento como "la inteligencia triunfante". Y proporciona una definición: "Talento es la inteligencia que elige bien las metas, maneja la información, gestiona las emociones y pone en práctica las virtudes de la acciones necesarias para alcanzarlas, ampliar su capacidad de acción y conseguir una mejora continua".

En realidad, los cimientos del talento son las capacidades (puedo), el compromiso (quiero) y la acción (actúo). Cuando una organización las consigue, y las mantiene alineadas, no hay obstáculos para conseguir los objetivos.

Bien, el talento es fundamental para cualquier organización. Pero... ¿es suficiente? 

Para mí no lo es. Una organización es una comunidad de intereses; y en ese camino hacia el éxito no podemos ni debemos olvidarnos de los valores. Sí, los valores. Porque en este afán permanente de resultados a menudo son arrastrados por el fango, o directamente abandonados. En otros casos, se camuflan bajo la apariencia de una responsabilidad social corporativa postiza, o con acciones puntuales de publicidad, de branding.

Hay muchas empresas con talento. Pero la cuestión es ¿para qué lo utilizan? 

  • Una organización que fabrica automóviles instalando dispositivos electrónicos que ocultan las verdaderas emisiones de CO2, tiene talento. Pero no tiene valores. No es una organización consciente. Y juega con algo que no tiene repuesto: nuestra salud y nuestro medio ambiente. 
  • Una organización que evade impuestos a través de una ingeniería financiera, tiene talento. Pero no tiene valores. No es consciente. Y deja a millones de ciudadanos sin los recursos que necesitan para educación, sanidad o pensiones.
  • Una organización que establece sus pagos a proveedores en períodos que triplican lo que la legislación establece, tiene talento. Pero se lucra y financia con sus stakeholders más débiles.
  • Un organización que despide a un empleado, que pide días libres para donar a su hija parte del hígado (y salvar su vida), no sólo no tiene valores, tampoco tiene humanidad.

Son sólo algunos ejemplos. Las carencias éticas y de valores aparecen en los medios de comunicación a diario.

Parece que los criterios extremos de competitividad tienen prioridad por encima de cualquier principio ético o moral, que dé un sentido humano al progreso y sea sostenible con nuestro planeta.

Parece que los valores "tradicionales" como el trabajo, la honradez, el respeto o solidaridad, han sido sustituidos por los valores de la ética del mercado, especialmente por el del cálculo de la utilidad propia. Todo aquello que vaya en contra de esta utilidad es visto como una barrera, como algo inútil. No importa si se destruye el medio ambiente, si se levantan barreras entre naciones, o se pone en riesgo la vida o la convivencia entre personas. Lo importante es la utilidad propia.

Tal vez el filósofo Thomas Hobbes tenía razón, en su obra El Leviatán, al afirmar que "el estado natural del hombre es la lucha continua contra su prójimo".

Personalmente, prefiero la afirmación de Aristóteles "lo importante no es saber lo que es el bien, sino hacerlo".

Es urgente reconocer lo que está pasando, reconocer los valores dominantes que están conformando la sociedad actual y sus consecuencias. Necesitamos no sólo una nueva racionalidad sino una economía por y para las personas; un sustrato donde germinen los valores de un modelo económico más ético, donde el bien común y el medio ambiente sean el objetivo final.

Debemos reaccionar ante la falta de valores, de ética y de integridad. Integremos los valores en nuestra actuación diaria, tanto en nuestra faceta profesional como en la de ciudadanos.

" “El valor de un hombre debe medirse por lo que da y no por lo que recibe. No trates de convertirte en un hombre de éxito sino en un hombre de valores” Albert Einstein

De acuerdo, las organizaciones deben ganar dinero; es lícito, es su razón de ser. Pero no a cualquier precio; no de cualquier manera

La crisis que arrastramos desde 2007 fue provocada fundamentalmente por la falta de ética de algunas organizaciones y de sus directivos; organizaciones y directivos que necesitan ajustar su brújula orientándola hacia los valores (recomiendo la película margin call).

Los valores deberían ser el pilar central de la cultura corporativa de cualquier organización, tanto por interés como por convicción. Solo de este modo podrán ser los catalizadores de una transformación que nos conduzca hacia una sociedad más próspera, más equilibrada y más sostenible.

Y aunque la profundidad de los cambios, la velocidad vertiginosa a la que se producen, o su complejidad, están poniendo "patas arriba" todo lo que sabíamos o creíamos saber hasta ahora, nunca habíamos tenido tantas herramientas y capacidad para avanzar en la buena dirección. La tecnología generará nuevas y mejores ocupaciones, nos permitirá vivir más y mejor, imprimir alimentos, conectarnos a dispositivos, tener más tiempo libre, relacionarnos y aprender de formas inimaginables... Pero también nos enfrentará a nuevos desafíos.

Y nuestra respuesta a esos desafíos debería basarse en los valores. Necesitamos unos valores compartidos, a todos los niveles, que permita tanto el desarrollo sostenible de esta aldea global, como el bienestar de todos sus ciudadanos.

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