Texto sin más que ganas de mostrarlo
Los días de encierro habían transcurrido con la amorfa arbitrariedad de los escarmientos donde se mezclan las culpas, los planteos sobre el destino, la sed y las presencias fantasmales que solo desnudan los desamparos. Ésta variante de una orfandad, novedosa y forzada, se alimentaba de los silencios sin tiempo y tenía, por toda novedad, la puntual intromisión de las viandas frías que le dejaban en la puerta después de los dos golpes de un caño contra el hierro de la reja que resguardaba al mundo de su contacto. La presencia de esa marmita de aluminio abollada con mojones de un menjunje pastoso sin color hacía su entrada de bufón desvalido y él solía quedarse observándola largo rato hasta decidirse a comer, cuando lo hacía.
A la segunda cucharada se sumó una voz:
—Tiene visitas, teniente.
(..)
Marcelo Passano. "El Teniente. Último prisionero de Malvinas". Pág 103