Tragedias y silencio
Tragedias y silencio vienen de la mano. Es el silencio del barro, de la destrucción de tantísimas vidas estos días, el silencio que está debajo del ruido de los tractores, de las sirenas, del ir y venir de las personas que buscan cómo ayudar, cómo levantarse de este golpe. También es el silencio de los que asisten, entre atónitos e indignados a las declaraciones exculpatorias o inculpatorias de una clase política que, una vez más, demuestra no estar a la altura de la sociedad, que nos avergüenza y nos enfurece con su falta absoluta de capacidad para leer la realidad y empatizar con sus conciudadanos.
Es el silencio de quien llora en una casa donde ya no queda nada, o de quien espera pegado al teléfono una llamada que le diga dónde están sus seres amados desaparecidos. Es el silencio abrumador de un bombero con fango hasta las cejas, de un policía que no da crédito a tanta devastación, de una periodista que se rompe por dentro en una transmisión, de esos vecinos que empujan el agua y la porquería con fruición, deseando que todo pase, sin mirar más que al suelo que limpian porque alzar la vista es demasiado terrible. Es el silencio agotado de esas chicas que han cargado a hombros a personas dependientes para subirlas a los pisos de arriba, los enfermeros y médicos que necesitan superar las emociones y concentrarse en los heridos, los agentes judiciales, los forenses que ven cómo van llegando más y más personas, seres que antes, hace unos días, tenían sus historias y las vivían y que ahora esperan en una lona a ser identificados.
Es el silencio de miles y miles de voluntarios caminado para ayudar con lo que tienen, en lo que pueden. Un silencio digno que hace llorar, y uno no sabe por qué llora. Solo siguen caminando.
Una tragedia saca del cajón más profundo lo que somos, nos quita las máscaras. Emerge la dignidad, la humanidad, un heroísmo sin etiqueta, de hacer lo que se debe, sin más. Ponerse en la piel del otro, abrazar si hace falta, apretar los dientes porque hay que sostener al que, ahora mismo, noqueado, no se puede levantar. Puede que esas lágrimas sean benditas porque nos hermanan.
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Y también hay quien se muestra en la rapiña, en la codicia, en el engaño y el aprovecharse de la desgracia que considera ajena, que no le interpela. Los saqueadores, los estafadores, los falsos samaritanos, quien busca el rédito económico, como quien ve negocio en subir el precio de las habitaciones de hotel cuando hay gente atrapada en Chamartín desde hace días. Sí, desgraciadamente, también hay quien ve en la desgracia un atajo.
Pero yo creo, con el corazón encogido, en ese esfuerzo silencioso y esforzado de la mayoría. En que sabemos callar para no ofender, ahora que tantos necesitan nuestra ayuda, porque el silencio es suyo, como el dolor. Tendremos que pensar y tragar toda esta destrucción, todas estas muertes, y preguntarnos qué hacer, ahora que ya sabemos que todo cambiará para siempre. Pero todo eso, llegará cuando ellos, las víctimas, rompan su silencio y exijan responsabilidades.
Ahora, todavía, hay muchísimo que hacer.
kutube international
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Bibliotecaria jubilada de la Universitat de Barcelona
1 mes👏👏👏👏👏