Un Viejo Verde
Y con cola en espiral. Mi camaleón es -era - como el de la imagen, pero con los años (tiene ocho y viven entre 5 y 9) ya no luce tan fotogénico. Ahora, aunque sigue siendo un maestro en el arte del disimulo, el pobre se ha convertido en un "viejo verde" declarado. Sin remedio. Yo se lo recuerdo de tanto en tanto cuando me acerco a su terrario, pero el muy prehistórico, ni se inmuta. Ventajas de ser lagarto. Las "etiquetas" no le afectan lo más mínimo.
En este asunto, en cambio, los humanos tenemos todas las de perder. O mejor dicho, perdemos por partida doble: una, porque a nosotros las etiquetas sí nos afectan y la otra, porque somos muy dados a etiquetar a los demás.
Empecemos por lo último: ¿por qué somos tan propensos a etiquetar a los demás?.
Parece que la costumbre nos viene de muy atrás, de cuando vivíamos en cavernas y teniamos que hacer frente a un entorno hostil, (depredadores, otros humanos,..). Así, cuando la supervivencia era un poco una lotería, la evolución nos dotó de herramientas de análisis/lectura rápida para interpretar las intenciones (buenas o malas) de nuestros congéneres, así como su capacidad (capaz o incapaz) de traducirlas en hechos. Si eran buenas, a relajarse debajo de un helecho, y si eran malas y encima el malintencionado tenía aspecto de ser capaz de perjudicarnos,... piernas, para que os quiero...¡a la cueva de cabeza!. Cuestión de supervivencia.
O sea que esta tendencia a ponerles etiquetas (simpático, listo, negado, currante nato, antipático, inútil, sieso,...) a los demás, es un poco inevitable ya que forma parte de nuestra dotación genética. Nos guste o no, está en el paquete con el que venimos al mundo. Por otra parte, el hecho de emitir juicios rápidos sobre los otros, de clasificarlos a partir de unos pocos elementos distintivos, implica un incuestionable beneficio ya que reduce la ansiedad que conlleva la incertidumbre y, de esta manera, nos proporciona, en cierta forma, una sensación de control. Ficticia si se quiere, pero control a la fin y a la postre.
La contrapartida negativa, que quién más quién menos la ha experimentado en algún momento de su vida, es confundir estos juicios de valor con realidades objetivas a la hora de emitir (o recibir) este tipo de etiquetas: "este es un coco..."el otro es un zoquete...". y "lo sé por que lo sé". Y con argumentos irrebatibles como éste, en un plis ya te han colgado el sambenito de por vida.
Esto es una aberración que puede conllevar consecuencias negativas para el desarrollo de la persona; Claramente, cuando los calificativos son devaluadores, y merman la autoestima, pero incluso si la etiqueta es positiva, puesto que condiciona y fuerza a la persona a estar siempre a la altura de las expectativas que ha generado la etiqueta. Y eso, no siempre es bueno.
Y entonces...¿Qué podemos hacer?. La solución pasa por tomar conciencia de que juicios de valor y hechos objetivos son dos cosas distintas, es decir racionalizar y cuestionar todos los motivos por los que solemos colgar etiquetas a los demás a la primera de cambio, y relativizar también aquellas "etiquetas" que nos han marcado y que, muy probablemente, nos colgaron otros con la misma ligereza.
Mientras termino el post, miro al camaleón y me doy cuenta de que está empezando a mudar de piel. Viejo, verde,...y chaquetero. ¡Lo que faltaba!
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