Una canción puede contener un cataclismo
“Las piezas que tienen un mayor impacto en el público son las que peor documentadas quedan para la posteridad”.
Este libro empieza con una explosión.
De hecho, todo lo que nos rodea empezó con esa misma explosión.
Una explosión que fue a la vez destructiva y creativa.
La onda generada por esa explosión no ha cesado desde entonces y nos ha ido moldeando. Podríamos decir que estamos hechos de sonido. De esa misma vibración.
De un estruendo que, por cierto, nadie escuchó.
La música también parte de esa explosión.
“Del mismo modo en que la ley de la gravedad funciona en cualquier parte del mundo, los elementos fundamentales de las canciones se encuentran en todas partes”.
Toda esa onda expansiva generó una música que puede ser dos cosas: es sexo o es violencia.
Ahora esperamos que las canciones expresen sentimientos interiores o personales, pero hubo un tiempo en el que la guerra marcaba el paso de la música.
Hasta que perdido el rastro de la estrecha relación entre la música y la guerra.
Cualquier tema musical que celebre una victoria militar, hoy nos hace sentir incómodos, pero que sepas que “EE.UU. financia ciento treinta bandas militares y destina tres veces más dinero a la música militar que al Fondo Nacional de las Artes”.
La música está íntimamente ligada a la violencia por más que esta afirmación te pueda violentar. No eres tu, es la música. Tendemos a identificarnos demasiado con la música que escuchamos. Bueno, eso nosotros, me temo que nuestros jóvenes igual no tanto.
Esa es una reflexión recurrente: ¿los jóvenes se sienten identificados con la música que escuchan en sus móviles con la misma pasión que mis coetáneos cuando escuchaban musicón en sus tocadiscos?.
Lo que está claro según nos va explicando Gioia a medida que avanza el libro es que la mayor parte de la gente ha perdido la capacidad de escuchar la música mientras se entretiene en detectar e identificar cada uno de los sonidos que entran y salen por una canción: “La música se ha convertido en un arte abstracto”.
Las canciones antes tenían un valor práctico, además de poseer capacidades mágicas: “Crearon un sendero hacia lo divino, pero también llevaron comida a la mesa para poder cenar día tras día”.
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“Casi todos los demás instrumentos -hechos con cuernos, huesos, tripas y piel- deberíamos recordarnos que nuestras canciones, como los músicos que las interpretan, descienden de carnívoros. Hay una historia sangrienta tras nuestras solemnes y elegantes veladas en el auditorio”.
La música es muy poderosa. Entre otras cosas, daba de comer a nuestros primitivos. Eso ya lo sabían los antiguos: “una canción puede contener un cataclismo”.
Ignorar ese poder de la música nos deja en riesgo de indigencia.
El ensayo también nos habla de el enfrentamiento recurrente que marca el desarrollo de la música.
Dos bandos enfrentados históricamente por imponer un tipo de naturaleza en la música.
La música del orden y la disciplina, la música escrita con tiralíneas; contra la música intuitiva, pura emoción, nos acerca a la magia a través del trance.
Y en una de las facciones, destaca sobremanera la figura de Pitágoras, que hemos estudiado por su teoría sobre la relación entre los ángulos de un triángulo, y no tanto por “su profunda radicalidad de ver el mundo” a través de un nuevo sistema musical basado en las matemáticas.
Al otro lado del ring, tenemos a los chamanes, que utilizaban prendas de mujer para entrar en trance, mientras reivindicaban la figura femenina en estas lides. Y esto me hace pensar en que, con el tiempo, entendí por qué Kurt Cobain salía a escena con vestidos de mujer.
Bajarse al Raval
El interés de las clases pudientes por la música del populacho. Aquí en el Raval lo vivimos en su esplendor en el primer cuarto del siglo del XX. Los burgueses que anhelaban el vicio bajaban al Xino. Me entero es una práctica esta, la de los peces gordos descendiendo a los infiernos del lumpen, que se conoce como slumming. Filantropía para ellos, turismo de tugurio para nosotros los vecinos.
Por cierto, en el ensayo de Gioia aparecen citados dos catalanes, el musicólogo Felipe Pedrell, “nuestra música no ha incorporado ninguna influencia de los árabes” (¿¡!?), y el trovador del siglo XIII, Raimon Vidal, con una queja; “sencillamente todo el mundo, grande o pequeño, dedica su talento a cantar y componer”. Lo mismo que se le achacó ocho siglos después al Tik Tok.
Un consejo útil para acabar: si se quiere comprender un nuevo tipo de música popular, no se fije en el escenario, sino en el público.
Y nada, darle las gracias Fermín por regalarme este libro. Este post es tuyo. Te sienta bien tu nuevo avatar, por cierto.
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