Una crítica a las reflexiones de algunos expertos sobre lo que será el mundo después del COVID-19
Alejandro Fontana, PhD
Cuando analizamos algunas de las propuestas de cómo será el mundo luego de la epidemia del COVID-19, encontramos que entre los presupuestos de dichos autores existen varias coincidencias. Sus análisis suelen centrarse en el comportamiento de las poblaciones A y B; aquellos que tienen recursos, o a quienes incluso les sobran. ¿Pero esta realidad es extrapolable al resto de la población?
De otro lado, cuando analizamos las variables que han tenido en cuenta, no encuentro una que es esencial: la cultura. Suelen afirmar que la cultura va a cambiar, ¿pero es esto cierto? ¿es posible modificar de la noche a la mañana comportamientos que se han internalizado desde generaciones?
Pongamos un ejemplo que para nosotros es muy cercano: la gastronomía. Somos un país con una población que sabe del sabor. Más aún, un pueblo con un paladar extremadamente fino. Tanto así, que podríamos decir que el impacto económico que este sector ha mostrado en los últimos años no es más que la puesta en valor de algo que se ha cultivado por muchas generaciones, y además, en cada uno de los hogares de todos los extractos sociales. Lo gastronómico, no es una moda para nosotros: es la manifestación de una riqueza cultural.
Entonces, con estas circunstancias, ¿vamos a ser capaces de cambiar nuestras costumbres por una mayor conciencia sanitaria? Sin lugar a dudas, esta mayor conciencia nos llevará a tener algunas precauciones mayores, cederemos a algunos requisitos, pero no dudo en pensar que buscaremos puntos medios: ni blanco ni negro, sino una escala de grises.
¿Y esto por qué? Por la fuerza que tiene la cultura o la costumbre en la vida de cada uno. Vayamos más a fondo. En situaciones en las que compiten, de un lado, la satisfacción de una necesidad sensible: el ají de gallina más exquisito, pero servido en un lugar más bien modesto, y de otro lado, un bien lejano: como la sensibilidad sanitaria que se preocupa por un posible contagio, los que están compitiendo son un bien inmediato: el ají de gallina, y un bien mediato: el beneficio posible de no quedar contagiado. Ahora bien, en esta disyuntiva, lo ordinario es que gane el bien inmediato. Tiene una fuerza que es difícil de vencer: es actual, está en presente. Es un bien que disfrutaré… ¡ahora mismo!
Y aquí viene la segunda falencia del análisis de estos autores. Consideran que lo virtual es suficiente para educar. Me parece que confunden educación con transmisión de información, o de conocimientos en el mejor de los casos. Si algo no se puede hacer a distancia es educar, porque se educa con el ejemplo. Solo con el ejemplo se puede ayudar a valorar más el bien mediato que el bien inmediato. Solo la educación de la libertad interior de la persona a través de la generación de virtudes en su voluntad puede ayudar a saber decidir, con libertad auténtica y medida racional, lo que debe hacer para no ponerse en riesgo ni poner en riesgo a los demás. La auténtica educación no puede reducirse, por tanto, a labores a distancia.
No puedo dejar de mencionar en este artículo el rol que jugará la ética en nuestra sociedad. Es una variable que tampoco se menciona, pero sigue siendo una variable imprescindible, porque solo la ética es capaz de aglutinar esfuerzos. Especial relevancia tendrá en el ámbito científico. Nuestras decisiones dependen mucho de lo que propongan los investigadores. Y aquí, solo hay dos alternativas: o son afirmaciones ciertas o son falsas. Y los científicos también son personas humanas, y por tanto, sujetos a intereses personales.
En una investigación publicada en la revista científica JAMA Internal Medicine, el profesor Stanton Glantz mostró que el grupo comercial Sugar Research Foundation le pagó 50,000 dólares en 1967 a tres investigadores de Harvard para que publiquen un artículo que minimizaba el vínculo entre el azúcar y las enfermedades cardíacas, y que a su vez, afirmaba que eran las grasas saturadas las grandes causantes de dichas enfermedades. Este artículo se publicó en una revista científica: New England Journal of Medicine (New York Times, 14 setiembre 2016).
Por lo tanto, la ética jugará un papel vital en este campo, pero no solo en él. Tampoco es tiempo para los oportunismos: ni privados ni públicos. Ambos sectores están muy expuestos. En concreto, en países donde los gobiernos tienden a ser controlistas, esta mayor sensibilidad sanitaria puede dar lugar a atropellos de las libertades individuales solo por intereses particulares.
Finalmente, si Dios ha tolerado esta situación, es razonable pensar que algo debemos cambiar. Creo que también sobre el sentido que tenemos de la propia vida, y por tanto, del sentido que tiene para cada uno de nosotros la muerte. No podemos negar la evidencia: la muerte es parte de la condición humana. Pero para hacerlo podemos valernos, felizmente, de nuestro ancestro cultural. En nuestro país, más del 93% de nuestra población es cristiana. Sabemos por tanto que “la vida no termina, sino que se transforma” (texto en la Misa de difuntos). Y que tras ese paso nos encontraremos, si cada uno así lo ha querido, con Quien más nos quiere.
Magíster en Gestión Pública y APPs / Proyectos de APP / Movilidad urbana/ Infraestructura / Gestión pública
4 añosMuy buen articulo Alejandro La primera conclusión ma evidente que nos deja esta situación es que la sociedad se enfrenta a una nueva crisis existencial, que obligara a replantearse el modo de relacionarse con la naturaleza, que a su vez planteara la exigencia de modificar los comportamiento sociales, y sobretodo las relaciones entre las personas. Nos esta obligando a mirar al otro, al prójimo; a ser solidarios a quienes hemos olvidado; a despertar la conciencia de la humanidad de que todos somos frágiles sin distinción alguna y que dependerá únicamente de nuestras decisiones construir o destruir lo que se nos ha dado.
Gerente General en RGB Valuadores
4 añosQue bueno Alejandro que increpes la carencia de honestidad y amor al prójimo, conidero que ambos conceptos son de vital importancia en una sociedad que se aprecia. En cuanto a los cambios pienso que no se debe circunscribir solo a lo económico, que muestra signos inequívocos de oprobiosa desigualdad. No hay que perder de vista que lo terrible de enfrentar la vida en desventaja desata iras y exige cambios disruptivos.
Jefe de Finanzas y Control de Gestión en Cargo Business
4 añosInteresante artículo Alejandro, sobre todo en la parte de ética, es increíble ver la cantidad de desinformación que abunda hoy en día en las redes (whatsapp, facebook, entre otras). Para serte sincero no me quedó del todo claro la parte cuando indicas que la "educación a distancia no es suficiente", te refieres a nivel colegio?, o a qué te refieres pf?
Gerente de Recursos Humanos, Legal y SSOMA en Mitsui Automotriz
4 añosMuy interesante Alejandro! A mi me da curiosidad si cambiarán algunas costumbres sociales como saludarse con la mano, o con uno o dos besos; o solo al principio y luego terminarnos olvidándolo. Lo que sí me parece es que terminaremos echándonos a los brazos de la tecnología; pensando que lo soluciona todo. Esa puede ser la gran utopía del siglo XXI. La tecnología trae comodidad pero no la felicidad al ser humano.
Strategy | Technology | Cybersecurity | Infinite Curiosity
4 añosInteresante el artículo, Alejandro. La cultura tiene distintos contextos. Hay, pejm, cultura popular (¿el ají de gallina?), o cultura en las empresa, por ejemplo, que son contextos bien distintos. Me parece que en la medida que el COVID19 y sus efectos duren, sí habrá un cambio en la cultura en algunos de esos contextos. En China, que ya está de salida del COVID, parece ser que la confianza no ha retornado, y más bien está cambiando el hábito alimenticio. Como la gente no se siente cómoda saliendo a comer, pide insumos online para preparar la comida en casa, o pide preparado para comer en casa. Y el segmento que más crece, en esto, es el segmento que antes no compraba online. ¿Qué están haciendo los negocios de comida? Adaptándose para atender a ese público. Ají de gallina sí, pero en mi casa, por si acaso todavía hay algún virus suelto para ahí.