Una historia (real) para el Día de la Mujer Emprendedora

Una historia (real) para el Día de la Mujer Emprendedora

El flechazo, por web, email y teléfono, había sido mutuo. Faltaba ver en persona qué tal. Bien, fijo. Pero cuando vi por primera vez a Cathy y a Esther, sentadas en la terraza de Magasand, me intimidaron. Quizás mi camisa de flores surrealista me hizo sentir fuera de lugar. Quién sabe. Por suerte ellas rompieron el hielo. Se notaba su complicidad y a medida que empezamos a hablar se me pasaron las tonterías. Así que como siempre he creído que la sinceridad nos hace fuertes, no vulnerables, acabé abriéndome en canal y contándoles por qué necesitaba un cambio y por qué creía que ellas podían ayudarme en mi búsqueda de un trabajo con amor, coherencia, propósito. Fue bonito. Porque a medida que lo decía me di cuenta de que lo creía de verdad; no era el típico autoengaño en el que había caído en muchas otras ocasiones (demasiadas), cuando me veía en procesos de selección absurdos en empresas que eran más de lo mismo, por el mero hecho de comprobar (con alivio) que podía haber gente interesada en contratarme. Y no se asustaron. Al contrario. Me entendieron. De pronto estábamos hablando de los proyectos que tenían en marcha y de por dónde podría empezar. Como si ya fuera una más. Si aquello hubiera sido una primera cita podríamos decir, con media sonrisa, que fuimos a saco. Lo que toca si hay química, vamos.

Pocos días después ya era parte de Wanna One, literalmente. Aunque fuera a tiempo parcial, al salir de trabajar, durante el fin de semana. Estuvimos así varios meses. Cada vez surgían más oportunidades de colaboración, pero yo no tenía más tiempo. Tampoco el estómago suficiente para hacer lo que me pedía el cuerpo o, bueno, el corazón.

Entonces una tarde hubo ronda de despidos en la agencia. Y me tocó el gordo. No me lo esperaba. Además faltaban dos meses para mi boda. Me angustiaba que mi recién estrenado desempleo enturbiara mi feliz cuenta atrás. Por suerte la luz se acabó abriendo paso y me dije: "pero qué c***". Recuerdo perfectamente el momento. Estaba en la cocina de casa de mis padres, en Valencia, y las llamé para decirles: “soy libre”. Como el águila que escapó de su prisión. Y todo eso.

Cuando pienso en Wanna One no pienso en un trabajo —aunque, como no podía ser de otro modo cuando se trata de sacar algo propio adelante, trabajamos muchísimo. Pienso en una apuesta vital de dos mujeres que un buen día vieron en mí lo que yo no veía y, con una generosidad inusual en estos tiempos, me hicieron hueco en su proyecto y, claro, en sus vidas. Pienso que Cathy, Esther y yo nos queremos, nos respetamos y nos divertimos juntas. Pienso en todo lo que he aprendido y aprendo de ellas, durante cada uno de los días de estos dos años y pico. También pienso en todo lo que he aprendido sobre mí misma —y ¡buff!

Pienso en que las tres crecemos y mejoramos gracias a cada proyecto, a través de la colaboración, la confianza y todas las sinergias que vamos creando a nuestro alrededor, pero también con todo lo que nos está pasando, sean buenas noticias, tropiezos o baches que pudiera parecer que no vamos a sortear. Pienso que somos libres y eso hace que todo lo demás valga la pena. Cuando pienso en Wanna One sé que tengo muchísima suerte. Muchísima, de verdad. Y solo puedo dar gracias.

Feliz #DíaDeLaMujerEmprendedora

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