Una oportunidad para transformar la realidad sin tener contacto con ella.
Cuando uno piensa en el campo como industria se imagina cosas tangibles: tierra, semillas, animales, granos o frutos cosechados, maquinaria, personas realizando labores y hasta al clima se lo visualiza como el efecto del agua o su escasez; sin embargo, al uno adentrarse en las ciencias agropecuarias comienza a encontrarse el detalle. Allí aparecen factores que no son abordados con tecnologías de insumos o procesos, dejando de lado los sentidos que nos permiten abordar una problemática desde los visible, sino empezando a necesitar información analítica para tomar decisiones.
Para encontrar una solución ante una problemática agropecuaria generada por un insecto, maleza o enfermedad es necesario el conocimiento cabal y holístico de la situación reinante, es entonces donde aparecen datos que en su análisis son transformados en información para tomar una decisión de tratamiento. Lo mismo ocurre al momento de determinar la carga animal de un lote o una modificación en una dieta de engorde. Los datos empiezan a ser la base sólida que sostiene las decisiones profesionales en el campo, datos que a veces, no se ven.
Que mejor oportunidad que esta lucha contra un enemigo invisible está enfrentando la sociedad global para comprender el valor de la información. Los sistemas de salud más que nunca están soportando sus análisis en datos que nos muestran la distribución territorial de la pandemia, las relaciones espaciales ocurren entre ellos, las variables estadísticas que indican los grupos de riesgo, recomendaciones de acciones que enfrentan a un enemigo que no podemos ver. Pues bien, en la Facultad de Ciencias Agropecuarias el desafío es ese: formar profesionales que sepan resolver problemáticas de la producción agroalimentaria no solo ligadas a los insumos y procesos para llegar a una producción de “soja” récord, sino también que esta sea sustentable en el tiempo, soportando las decisiones que se deben tomar en el campo, en base a información.
Allí es donde radica la importancia de la innovación tecnológica, los procesos de transformación digital y la formación para ello, permitiendo poder detectar la disponibilidad de pasturas en un lote a través de imágenes obtenidas por un dron o avión no tripulado, la detección desde sensores en tiempo real de desfasajes en la producción de leche de una entre cientas vacas en un tambo o el análisis de índices de vegetación como el hoy famoso “NDVI” sobre las últimas campañas para encontrar zonas de manejo diferencial sobre cada hectárea de un establecimiento agrícola permitiendo, de una vez por todas, comenzar a implementar la desgastada agricultura de precisión y transformarla en agricultura inteligente, entendiendo el valor de ser precisos en la aplicación de semillas, agroquímicos, decisiones como la densidad de siembra o variedad de un cultivo, según lo requiera cada lugar.
Más que nunca sale a la luz que es necesario abordar problemas que no se ven, utilizando tecnología, y es allí donde recobra valor formar profesionales para ello.