¿Vamos bien?

Desde la atalaya, o el sótano, según se mire, del que ve circular la vida en común de la realidad socioeconómica del Estado español, y ya jubilado tras más de 40 años en actividad profesional, bastantes de ellos como directivo o director general y consejero delegado, constato con tristeza que el discurso sobre los fundamentos de la economía española siguen prácticamente inamovible, o aún peor, en declive.

Cuando me incorporé al mundo laboral, allá por los 70, en España habían sectores protegidos que requerían y ocupaban a miles de titulados superiores en sectores como la electrónica de consumo, la informática, la automoción (Seat mediante cuando aún era española) e industria naval, fundamentalmente. Y construcción: obra pública y residencial y, ya desde los 60, una balbuceante industria turística.

En estos más de 40 años de actividad profesional he escuchado a políticos de todos los colores anunciar planes para modificar el modelo industrial español e incorporarlo al progreso de las tecnologías, químico farmacéuticas, y, en general, de alto valor añadido.

La realidad es que tenemos dos industrias fundamentales propias: ladrillo (coloquialmente, tocho, hoy sazonada con fondos buitre especulativos) y turismo… curiosamente fundamentos económicos que existían ya en pleno franquismo. Y algo de industria alimentaria, que, en muchos de los casos, acaban vendidas a empresas multinacionales.

Otros sectores han desaparecido y casi todos han sido abortos o, peor aún, proyectos que ni tan siquiera se iniciaron.

Eso sí: más funcionarios, más subvenciones, más políticos ineptos que declaman lo que suponen que otros deben hacer cuando les correspondía a ellos la labor, empresas saneadas vendidas a capital extranjero y…sol, mucho sol, y construcción residencial especulativa (la pública, catalizada supuestamente por comisionistas reales y súbditos de alto nivel avispados).

Mientras, y afortunadamente, en mis muchos viajes que por motivos profesionales he podido realizar alrededor del mundo, otros estados han evolucionado, tras la destrucción durante la II Guerra Mundial, hacia modelos socioeconómicos de alto valor añadido. Salarios dignos y capacidad de los jóvenes para emanciparse y constituirse en un nuevo eslabón del desarrollo social.

Mientras, nuestros jóvenes, la mayoría de ellos camareros o albañiles (ya ni eso, es demasiado duro y los inmigrantes se encargan de ocupar los puestos que sus padres hicieron con dignidad cuando era preciso. Con salarios de miseria, contratos de trabajo temporales hasta el paroxismo por su brevedad.

¿Y, cuál es la consecuencia de todo ello?

Cada vez somos más una sociedad “low cost”, más endeudada, con menos expectativas de futuro para los jóvenes y para los menos jóvenes, donde el “fake” reiterado forma parte de nuestra cotidianeidad en cualquiera sea la actividad humana en la que nos sumerjamos.

Abandonados a una globalización codiciosa que ha mega enriquecido a cada vez menos en detrimento de cada vez más, el mundo occidental ha perdido el liderazgo mundial y lo ha entregado, sin otra contrapartida que el beneficio dinerario cortoplacista, a China, que compitiendo con valores sociales y democráticos muy distintos, nos ha pasado la mano por la cara en lo tecnológico y en lo económico, con un régimen comunista (toda mi vida me habían contado que eran los hijos de satanás encarnados en personas) que ha mejorado significativamente (ellos sí), el bienestar de sus ciudadanos.  

Y los que quieran hablarme de estadísticas: muéstrenme solo una: ¿Cuál es la distribución de la riqueza en términos del % de población que la posee y cómo era a principios de los 80 en España? Misma pregunta para el llamado bloque occidental capitalista.

Lo demás, monsergas que permiten justificar a los ineptos políticos que “escogemos” los aún más ineptos ciudadanos ( por permitir que esto ocurra ante nuestras narices sin reaccionar) para consagrar así un sistema en el que los políticos se enrocan en un entorno parasitado al que, supuestamente, lideran.

¿Quién da más? 

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