A veces, uno es feliz y no lo sabe
Dice uno de los personajes de ‘Cinco lobitos’, la ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa -en mi opinión, una auténtica obra maestra que cuenta con muchas lecturas, más allá de ser un relato sobre la maternidad-, que a veces, uno es feliz y no lo sabe. Vi la película en el cine dos veces y esa frase que podría pasar desapercibida, las dos veces se quedó en mi cabeza dando vueltas cuando salí de la sala.
No serán pocas las ocasiones en las que, en los últimos tiempos, habremos oído que buscamos la felicidad como un objetivo, cuando la felicidad está en el camino hacia el objetivo. Una afirmación tan cierta como, a veces, difícil de implementar.
Normalmente, las cosas que enturbian nuestro bienestar no tienen tanta relevancia, es más, probablemente, se trate de preocupaciones por cuestiones que ni siquiera sucederán y, sin embargo, ahí estamos nosotros rumiándolas sin parar, empeñándonos en conseguir esto y aquello, sin percatarnos de todo lo que ya tenemos. Y, mientas tanto, se nos pasa la vida. Ya lo dijo John Lennon: “la vida es aquello que pasa mientras hacemos otros planes”.
Parece que siempre tiene que ocurrirnos algo negativo, una pérdida, una enfermedad, para que seamos capaces de valorar lo que teníamos. Eso es lo que le sucede a este personaje -y no hago spoilers-, al que vuelvo, ahora que estoy disfrutando de unos tranquilos días de vacaciones. Aquí, en este refugio, lejos de eso que llaman el mundanal ruido, soy feliz con actividades tan sencillas y, al mismo tiempo, tan extraordinarias como leer al borde de la piscina u observar el ir y venir de las olas, su golpeteo incesante contra las rocas, algunos avezados surfistas surcándolas.
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Es la tercera vez que me acoge este rincón del Cantábrico y no por ello la experiencia me resulta menos fascinante, aunque es cierto que no hay sensación comparable con la de las primeras veces. Pienso en los vecinos, que tienen a su disposición estos paisajes a diario. ¿Le darán el valor que le damos quienes apenas pasamos aquí unos pocos días al año o tendrían que perderlo para valorarlo?
La película muestra que nunca podremos tenerlo todo y que la vida es cuestión de prioridades, unas prioridades que, ante determinados sucesos, se ordenan solas. Y que, aun cuando tengamos posibilidad de elegir, no siempre estaremos acertados.
Otra de las frases que Ruiz de Azúa pone en boca de este personaje es que todas esas vidas que no vives son siempre perfectas, pero, en algún momento, hay que vivir la vida que te ha tocado. ¡Qué gran verdad! Tendemos a idealizar las vidas ajenas -más aún en esta época de constante exposición-, a pensar que lo de los demás siempre es mejor y no nos damos cuenta de que, a partir de los mimbres que nos han venido dados, cada uno de nosotros tiene el poder de decidir qué tipo de cesto quiere construir. Sin duda, la calidad del mimbre no es la misma para todos y unos tendrán que trabajarlo más que otros, pero más nos vale tratar de disfrutar porque es lo único que nos vamos a llevar.