Del contacto con el mal.*

Del contacto con el mal.*

Hace unas semanas llegué después de una noche de guardia y una tarde de intenso trabajo, dispuesta a irme a dormir temprano, pero me esperaban mi esposo y mis hijas de 13 y 14 para "hablar de algo". Pensé en bajas calificaciones o rateada, pero no.

Habían violado a una compañera de año de una mis hijas, llegando al colegio a la mañana, en Palermo en plena Buenos Aires. La forzaron a subir a un auto, la violaron y la dejaron. ¿Qué decir? ¿Cómo brindar seguridad frente a un hecho azaroso, impredecible, como ese?

Mientras me contaba los pocos detalles que conocía, luché internamente para que la pena que me embargaba me dejara pensar ya que ambas deberían asistir con confianza al colegio al día siguiente...

Recordaba los reparos que había tenido en mi adolescencia respecto de traer hijos a este mundo que me parecía terrible, injusto, violento, sin sentido alguno. No formaría parte de quienes tenían hijos sin pensar a qué los traían. A los 18 años conocí Logosofía, con la cual cambié mi posición.

Luego, a quien hoy es mi esposo, con quien en un momento dado sentimos que teníamos algo para dar. Cinco años después de casarnos nació nuestra primera hija, la misma que ahora nos estaba contando un hecho que la hacía tener contacto directo con los males del mundo que tanto me habían apenado en mi adolescencia. ¿Qué decirle ahora? ¿Cómo ampararlas?

Ellas hacían preguntas, naturalmente conmovidas. Mi esposo reflexionaba sobre hechos de inseguridad propios y ajenos: aunque varios suceden a pesar de las precauciones adoptadas, que al menos no sucedan POR no haberlas adoptado.

Recordé eso de que el pajarito se posa en una rama no porque confíe en la rama, sino porque confía en su capacidad para volar. Les dije entonces que tenían que confiar que en su mundo interno están TODOS los recursos para sobrellevar cualquier situación que la vida les depare, además de contar con la ayuda proveniente de sus seres queridos.

Que tienen que tomar precauciones pero vivir sin miedo; no en que nada podrá pasarles, sino en que podrán superar cualquier experiencia por terrible que fuere.

Como otras veces, volví a hablarles sobre el sufrimiento. Sobre la importancia de encararlo de frente, sabiendo que siempre habrá una puerta que nos conducirá nuevamente a la felicidad, a la armonía o al equilibrio; que de nosotros dependerá que el camino hasta cruzar esa puerta sea corto, largo o interminable.

Hablamos más de una hora. Necesitaban contención, atención y recursos para campear la tormenta que, pese a rozarlas, era fuerte. Al rato ya estaba retándolas por las pavadas de siempre ("¿te dije que dejes el celular, o hablé en chino?", "¿otra vez te vas a bañar a esta hora?"), aunque pensando qué poca importancia tendrían esas cosas si les pasara algo así... Luego me puse a escribir en mi diario, sintiendo inmensa gratitud por haber tenido los recursos para superar cosas inimaginadas antes de haberlas vivido; pensando también en tantos que no conocen los recursos con los que cuentan hasta que los necesitan… La vida cobra otro color, otro significado cuando se la vive conociéndolos ANTES, sin que haya sido imprescindible aprenderlas mediante el sufrimiento. Sentí gratitud no porque no me ocurran o hayan ocurrido cosas malas, sino por haber encontrado una fuente de recursos internos que me ha brindado la seguridad y las pruebas de que es posible superarlas. Este fue un primer intento de transmitir esa seguridad a mis hijas.

*Publicado el 26 de junio de 2017 en mi news feed de Facebook.

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