“Yo no creo que uno ‘gane’ un debate”
La cita que da título a este texto es del experto que tengo más a mano sobre este tema: mi hijo de 12 años, que forma parte del equipo de debates de la Escuela Secundaria Internacional de Rotterdam y que, según uno de sus maestros, tiene “habilidad para la política”.
Por la diferencia horaria, no tuve oportunidad de ver el debate del 29 de septiembre entre los candidatos a la presidencia de Estados Unidos, pero he hecho mi mejor esfuerzo de entender qué pasó leyendo los medios internacionales y los comentarios en redes sociales.
Ese ejercicio, me hizo plantearme estas preguntas: ¿para qué sirven los debates?, ¿cómo te preparas para un debate?, y ¿cómo se determina quién “gana” un debate?
En los debates en los que participa mi hijo, el mecanismo es bastante claro, aunque no exento de polémica. Dos equipos se enfrentan en torno a un tema, intercambian argumentos y un panel determina quién “ganó” la discusión.
Para eso hay algunos criterios técnicos. Uno de ellos es que se consideran válidos los argumentos que no son rebatidos por la contraparte. Otro, muy importante, es que se debe evaluar la solidez de los argumentos por encima de la vehemencia y otros recursos retóricos.
Para quienes evalúan estos debates también es importante tomar en cuenta el marco de referencias sobre el cual se construyen los argumentos de los adversarios. Por ejemplo, en una conversación sobre la moralidad del aborto, es importante establecer lo que se entiende como moralidad, y a partir de ahí plantear los argumentos a favor o en contra.
Otro criterio, y aquí es donde las cosas empiezan a complicarse, es que quienes juzgan los debates deben enfocarse únicamente en lo planteado durante la discusión, dejando de lado sus propios conceptos y creencias. ¿Será eso posible?
Viene a continuación, tanto en las competencias escolares como en las campañas presidenciales, la pregunta: “¿quién ganó el debate?”. Esto genera, a su vez, una nueva conversación con marcos de referencias, argumentos y recursos retóricos. Es el debate sobre el debate.
El experto en debates que comparte mi apellido me ofrece el punto de vista de quienes participan. “Te hace pensar más sobre cosas que antes probablemente no sabías o no habías considerado. También te permite probar cosas, plantear argumentos nuevos, a ver si funcionan”.
Sobre la utilidad de un debate como el del 29 de septiembre entre Joe Biden y Donald Trump, mi hijo piensa que lo interesante habría sido descubrir en qué están pensando y cómo planean resolver algunos de los problemas más urgentes.
Su esperanza es que el hombre que va a gobernar su país natal dé respuestas a asuntos como “el virus”, que haga algo para solucionar el calentamiento global, y, sobre todo, “que no vaya a comenzar ninguna guerra”. ¿Hubo algo de eso en el enfrentamiento televisado Biden/Trump?
Mi hijo admite que lo excitante de participar en debates es “la satisfacción de ganar”. El desafío de pensar argumentos, buscar evidencia, descubrir formas de presentarla le parece divertido, “pero no es una recompensa”.
Sin embargo, admite que más allá de la decisión de los jueces, los argumentos de las partes también ayudan a reforzar lo que quienes escucharon ya pensaban sobre el tema: “no creo que uno ‘gane’ un debate”.
¿Qué opinan? ¿Vimos marcos de referencia sólidos en ese debate? ¿Argumentos contundentes? ¿Somos capaces como jueces de ese debate de dejar de lado nuestras propias creencias? ¿O el debate nos dio más munición para defender las cosas en las que ya creemos? Dejen su opinión en los comentarios.
Consultor Técnico
4 añosDisidencia se entiende como la expresión formal de un desacuerdo parcial o total respecto de otros criterios individuales o colectivos, con connotación auto excluyente, en ocasiones, con el orden establecido en la sociedad o en alguno de sus ámbitos derivados. Yo había entendido que era machacar al otro hasta que te diera la razón.