Más inteligente, más viejo y mas lento
Finalizando el 2021 leí un artículo de Naiare Rodríguez en Código Publico que empezaba con una sentencia que estaba en mi cabeza y que escribió otra persona: “somos una generación triste con fotos felices”. Como me considero coautor sin el permiso de Naiare, agrego que la felicidad verdadera no sale en fotos, no se ve y - como lo esencial en El Principito, es invisible a los ojos.
Cambiar el placer por el tiempo, la pose efímera por el recuerdo perenne; el instante que sirve de audición para la foto de Coca Cola que ofrece un trueque triste de la belleza del atardecer por el objetivo de una meta. Y en ese menester de velocidad, el testigo es una instantánea de compromiso porque tiempo no hay para disfrutar, pero es bueno mostrar que si se disfrutó, aunque sea un segundo de mentira congelado en Instagram.
En otra nota reciente, escribí que no creo en los hombres orquesta. Y que, a cambio, comulgo con el trabajo bien hecho antes que la velocidad al ejecutarlo. Agregué en aquella nota que me regocijo con el trabajo bien hecho al que se le ha dedicado el tiempo necesario justamente pensando - sin distracciones - en sólo eso: Hacerlo y hacerlo bien. De hecho, no recomiendo la velocidad a menos que el objetivo sea llegar primero que los demás o disfrutar de una dosis de adrenalina.
Es innegable el beneficio de las herramientas modernas que permiten - entre otras cosas - acceder de forma inmediata a mucha información que casi nunca estamos dispuestos a validar. Bienvenida la ahora bien promocionada inteligencia artificial que en sólo segundos crea poesía, dibuja imágenes y escribe códigos enteros de software por nosotros sin que nos produzca el mas mínimo espanto, ni siquiera una reflexión.
Aprendí a leer y escribir con mi abuela años antes siguiera de ir al colegio. Ella también me ayudó a desarrollar el gusto por el arte y la habilidad de dibujar. Entendí la magia de la caligrafía antes que Apple me la mostrará en un computador y, aunque nunca aprendí a cantar, fue ella la primera persona a la que oí tocar un violín y tomarse el tiempo para disfrutar de la música haciendo sólo eso: escuchando. Nada de eso sucedió de prisa.
Debo admitir con vergüenza, pero con estoicismo que soy de la generación S.O.S.: Smarter, Older, Slower. Y soy así desde joven y poco o nada tienen que ver los años; una suerte de Benjamin Button que no rejuvenece. Me ayuda en el trance hacer sesiones de “desintoxicación” de todo aquello que lleva por el camino de la velocidad: escribir a mano, caminar, abandonar el WiFi, hacer listas (y cumplirlas), tomarme una taza de café mirando por la ventana hasta que ya está frio. Por eso comparto el mapa mental de la Dra. Jane Genovese que uso como guía y que recomiendo ensayar alguna que otra vez. Sin importar cuantos años tengas, quizá seas tan S.O.S. como muchos ya.