«... Derk inició la carrera para alcanzar a sus compañeros, pero amazonas y centauros empezaron a caer.
No estaban siendo atacados por nada que pudieran ver. Aun así frenó y giró para volver sobre sus pasos. Pero un calambre que empezó en sus patas traseras, pronto se extendió al resto de su cuerpo. Paralizado por el dolor, cayó de lado llevándose a Vania con él.
En ese momento pensó en que el peso de su cuerpo recaería en la pierna izquierda de su compañera y eso fue lo que más le angustió.
Lo único que pudo hacer fue proteger su cabeza con el escudo, antes de chocar contra el suelo. Antes de perder el conocimiento, en su mente estalló un sonido de crujidos.
Vio a Vania en un lugar tan extraño para él, que no habría podido describirlo.
Era una habitación impoluta cuyo único mobiliario era una cama, una mesita, una silla y un armario.
Aunque físicamente no eran ellas, reconoció a la guerrera amazona que parecía estar durmiendo; también reconoció a la madre, que estaba sentada a su lado.
Supo que la inmovilidad de ambas era aparente.
Sus cuerpos físicos, sus mentes y sus espíritus estaban vibrando con la misma intensidad.
Reconoció esa energía como la que experimentaban durante la batalla, sólo que aquella estaba orientada a recuperar el orden, a crear un equilibrio.
Serenidad.
Descubrió que esa visión le estaba comunicando lo que tenía que hacer para levantarse.
Ambos, él y Vania, tenían un pacto que cumplir: envejecer juntos.
Tenía que despertar, ponerse en pie y continuar...»
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