Las pequeñas hadas jugaban en el río, muy cerca de donde tenían el campamento.
Estaban felices porque estaban estrenando su bandera. Le acababan de bordar una nueva estrella que representaba la excursión que estaban haciendo.
La bandera abrió un debate: unas opinaban que debían poner más estrellas, por todos los
campamentos que habían hecho, pero otras decían que la bandera era como hacer un
'borrón y cuenta nueva.
Las mayores, por su parte, no entraban en la discusión. Ellas
escuchaban a ambas partes y se divertían con los momentos de pique.
Lo mejor del debate era recordar los campamentos pasados. En esos
momentos, las propulsoras del 'borrón y cuenta nueva' parecían ablandarse y
ceder ante la nostalgia.
Aquella tarde retomaron la discusión llevándola a una espontánea
batalla de salpicaduras de agua que amenizaban con cánticos improvisados en los
que se metían las unas con las otras.
De pronto, aquel barullo se apagó para los oídos de la reina de las hermanas hadas.
Se silenció todo salvo unas pisadas que provenían del
bosque que estaba detrás. Se giró como en un acto reflejo y vio a una mujer que
no era de ese mundo, pero tampoco del mundo en el que se sueña. La miró a los
ojos, pero ella no se dio cuenta. Durante el segundo en el que se fijó en sus
pupilas, vio una habitación muy sencilla: una silla, una cama, una mesita de
noche con una lámpara de hadas y un armario. En la cama, una niña humana estaba
quedándose dormida mientras su madre le leía un cuento.
La reina no hubiera sabido decir si la mujer del bosque era la
madre o la niña de la visión. Hubiese querido salir a su encuentro, hablar con
ella, darle la bienvenida al bosque; pero la mujer había desaparecido. Iba a
dar un paso para ir en su busca, pero la visión volvió con más fuerza y la
detuvo.
Las palabras que leía la madre dibujaban una escena festiva en un bosque de hadas.
Esta algarabía contrastaba con el interior de una de ellas, el
de la reina. Ella –decía la madre– se estaba preparando para abandonar esa
dimensión. Lo único que le preocupaba era dejar a sus hermanas, las pequeñas y
mayores, y a todos los que formaban parte del reino, con la convicción de que ella,
de alguna forma, seguiría allí.
Entonces, la madre desde la visión y la reina de las hadas, se miraron directamente a los ojos y compartieron algo parecido a un momento de paz.
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