Érase una vez...en el mundo
Le hubiéramos visto en el Teatro Campoamor de Oviedo recogiendo su premio Princesa de Asturias de las Artes en la segunda quincena del mes de octubre de este 2020 pero el galardón, desgraciadamente, lo tendrán que recoger a título póstumo.
Hoy, Ennio Morricone, ha viajado a otra dimensión, a los 91 años de edad, dejándonos un poco huérfanos. Las complicaciones de una caída que le provocó algo aparentemente tan banal como una fractura de fémur nos hacen pensar en lo humano de este gran ser.
Hasta su último aliento estuvo frente a un pentagrama concibiendo magistrales creaciones que daban vida a las obras de otros. Más de 500 composiciones para la gran pantalla en las que, desde muy joven, dejó su sello; un sello personal e inconfundible fruto de su inconformismo y de su genialidad.
Como si supiera que su final estaba cerca, su generosidad le llevó en 2019 a realizar una gran gira mundial en lo que sería su despedida profesional. Sus noventa años no pesaban sobre el escenario, más bien tenía la capacidad de hacer levitar almas a través de cada nota, cada compás y con cada gesto delicado y, a veces imperceptible con los que dirigía a la orquesta.
Hoy la figura de Ennio Morricone me ayuda a aprender mucho del maestro
Concienzudo y metódico en su trabajo. Investigador incansable. Exploró sin descanso nuevos caminos y eso le hizo ser el primero en muchas cosas, le hizo ser original, inspirando a otros a dedicarse a la música. Vio posibilidades donde otros jamás se hubieran atrevido a mirar. Su versatilidad le hizo saber adaptarse a cada historia, en la que su música encajaba como un traje a medida. Pasional y modesto a partes iguales. Vivió su éxito con mesura y sin darse importancia.
A partir de hoy, cuando oiga silbar el viento y éste meza las amapolas sabré que el maestro Morricone está dirigiendo la escena con su batuta.