El rechazo es una de estas constantes en la vida. La respuesta natural al rechazo es el endurecimiento de nuestros corazones y ajuste de nuestra armadura. Pero el rechazo puede enseñarnos a ser compasivos si lo dejamos. No todos vamos a llevarnos bien o a querernos. Las personalidades chocan. Los puntos de vista colisionan. Raramente encontrarás un lugar en el que todos se sientan aceptados y en aprobación, nos recordaremos los unos a los otros nuestras debilidades y en esos momentos tendremos una elección. Podemos extender o alejar el regalo de la compasión hacia ellos. Cuando experimentamos rechazo, recordamos lo que se siente sentirse no querido y, como resultado, nos recuerda a tratar a otros con compasión. (Romanos 12:10)
4. Redireccionamos nuestra ambición
Escondido en nuestros corazones permanece el deseo de un ascenso propio, aplausos y celebración. Somos propensos al egoísmo. Hay un pedazo en nuestros corazones que quiere reconocimiento por nuestra asombrosa idea o acto de buena fe. Con cada rechazo al que nos enfrentamos, otra pieza de ambición egoísta es negada hasta que nos importe más nuestro ascenso por parte de Dios que el nuestro. El rechazo nos enseña a mermar para que Él pueda engrandecernos, y nuestra ambición egoísta sea reemplazada con una ambición santa. La ambición que asciende la gloria de Dios a través de cualquier medio que él elija, es una ambición que el rechazo refino. (Santiago 3:16)
5. Tenemos un entendimiento más profundo acerca del amor de Dios
El rechazo puede aumentar nuestro entendimiento del amor. ¿Sabes cuánto eres amado? ¿Amado de verdad? ¿Lo entiendes solo de forma intelectual? ¿Ha estado tu corazón herido tantas veces que el amor no puede penetrar? Nuestras experiencias con el amor humano sesgaron nuestra percepción del amor de Dios. Cada vez que eliges el amor saciante de Dios en la cara del rechazo, Dios comienza a trabajar al redimir el rechazo de tu corazón. Si puedes separar tu miedo al rechazo del rechazo verdadero, comienzas a recibir el amor profundo de Dios en el receso de tu corazón (Romanos 8:38-39)