#12 - La Cara Oculta de Emigrar: Desafíos que Nadie Te Cuenta
Vamos a hablar claro. Irte de casa para buscar oportunidades merece la pena, pero es duro.
A veces siento un poco de envidia sana por las personas que han podido encontrar la estabilidad profesional cerca de su hogar y de su gente y no tienen que vivir la parte negativa de abandonar todo lo que te resulta familiar para intentar mejorar su situación. Es cierto que emigrando tienes la oportunidad de conocer gente nueva, pero también es cierto que los comienzos son difíciles y tienes que hacer un esfuerzo mucho mayor para mantenerte cerca de las personas que dejas atrás.
Y la calidad de tus relaciones no solo es importante para tu sensación de bienestar. Hoy sabemos que tiene un impacto muy relevante en la longevidad, así que con más razón debemos cuidar de las personas importantes de nuestra vida.
Mi caso es peculiar porque me he he movido mucho. Quizás demasiado. Unas veces empujado por las circunstancias y otras persiguiendo oportunidades, pero no he parado.
Nací en Venezuela y mis padres me trajeron a España con 10 años, a O Carballiño, un pueblo de unos 15000 habitantes cerca de Ourense. A los 18 me fui a Vigo a estudiar la carrera y, tras un añito peregrinando por el desierto, me fui a Madrid a buscar oportunidades. Antes de hacer un par de años me contrataron en Valencia y he estado a caballo entre Madrid y Valencia los últimos 6 años.
Cuando vine a España no tuve opción a elegir. Fue duro porque cuesta entender el impacto de las diferencias culturales entre países. No es fácil ver que no acabas de encajar cuando eres la misma persona que en tu país de origen estaba perfectamente integrada. Sin embargo, era pequeño, que facilita un poco las cosas, y adaptarme era mi única posibilidad.
Cuando fui a Vigo a estudiar la carrera nunca lo sentí como abandonar mi casa porque regresaba cada finde y vivía con 2 amigos del pueblo, así que solo veía la parte positiva de sentirme libre y conocer a un montón de gente nueva.
El cambio más drástico vino al mudarme a Madrid. Al principio estaba en una ciudad nueva que ofrecía muchas posibilidades y yo tenía todas las ganas de comerme el mundo. Aproveché cada oportunidad que se me puso por delante para conocer gente y hacer planes, pero al cabo de unos meses empecé a necesitar esa conexión que solo te da el tiempo y la rutina.
Allí entendí por primera vez que no hace falta estar solo para sentirte solo.
Yo venía acostumbrado a quedar con mi grupo de amigos para todo. Cada sábado por la noche, cada tarde de verano comiendo pipas en un banco, cada partido de fútbol en el bar. Y esto fue así durante muchos años. Sólo en estas circunstancias se pueden formar esta clase de vínculos en los que te sientes parte de su vida y ellos son parte de la tuya.
Sin embargo, al venir a Madrid me encontré planificando mis findes a 2 o 3 semanas vista para quedar con las personas que iba conociendo por aquí y por allá. Personas que me caían bien y me hacían pasar bueno ratos, pero de algún modo seguían siendo extraños. Es como cuando te comes una tortilla de patata en un restaurante. Puede que esté buenísima, pero no sabe como la que te hacen tus padres. No sabe a hogar.
En estos primeros meses pasé más de un fin de semana solo en casa sin saber qué hacer ni a quién llamar. Eché muchas horas memorizando el techo de mi habitación.
La soledad puede ser maravillosa cuando es una elección propia, pero es terrible cuando anhelas contacto y conexión.
Este es el gran peaje de los que hemos decidido abandonar nuestra casa para buscar mejores oportunidades. Siempre hay un período en el que tus nuevos vínculos apenas se están formando y no terminan de llenar ese vacío que sientes por lo que dejas atrás, pero la vida de los que dejas atrás continúa sin ti. Los cumpleaños, la enfermedad de un familiar o un sábado por la noche épico del que todos hablan por el grupo de WhatsApp. Todo sigue, pero tú no estás ahí. Te lo estás perdiendo y no hay nada que puedas hacer.
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Y duele. Pero se pasa.
Con el tiempo ese plan que te forzabas a aceptar para no quedarte en casa acaba siendo un planazo, esa chica con la que llevabas unos meses quedando sin demasiadas expectativas te empieza a gustar y de vez en cuando tienes que rechazar planes para poder pasar un finde solo —voluntariamente solo— en casa porque llevas muchos findes sin parar. Con el tiempo y un poco de suerte consigues establecer vínculos duraderos con un puñadito de personas y casi sin darte cuenta empiezas a pensar que ese peaje ha merecido la pena.
Cada una de estas personas que vas encontrando por el camino es un tesoro que debes proteger, porque te va la vida en ello. O al menos la calidad de vida.
Nos guste o no, no nos estamos haciendo más jóvenes y el aislamiento social tiende a aumentar a medida que envejecemos, particularmente después de la jubilación. A día de hoy se tiene bastante evidencia —dicho por personas que saben de esto más que yo— de que la interacción social es biológicamente importante para la longevidad, pero en un sentido práctico, ¿para qué queremos vivir más tiempo si no tenemos con quien compartirlo?
Cuida la relación con tus padres ahora que seguramente los ves menos, quédate con los amigos que te aporten y no te drenen la energía, valora si te llevas bien con tus compañeros de trabajo porque entre los 20 y la jubilación pasarás la mayor parte del tiempo con ellos, escoge sabiamente a tu pareja porque será quien esté ahí cuando todos los demás sigan su camino y aprende a estar cómodo contigo mismo para que estar solo no sea un castigo.
Creemos que tenemos muchos años por delante para disfrutar de todas estas personas, pero nada más lejos de la realidad. A mis padres los veo 4 o 5 veces al año y a mis amigos del pueblo aún menos. Incluso a los amigos que tengo en mi misma ciudad puede que los vea una o dos veces al mes con suerte. La realidad se parece más a que tendremos una sucesión de momentos desperdigados, y si juntas todo ese tiempo comprobarás que no es tanto como piensas.
Yo he conseguido mis 2 o 3 personas especiales en cada sitio en el que he estado. Para mí todos estos cambios han merecido la pena. Pero tienes que hacer un esfuerzo mucho mayor para mantenerte unido a las personas que dejas en tus etapas anteriores.
Olvida el orgullo, da igual que no se hayan acordado de ti en un tiempo. Escríbeles. Organiza videollamadas. Propón un viaje juntos en verano o una escapada a una casa rural.
No tengas miedo a ser el pegamento que mantiene esos vínculos unidos. Cuida de los tuyos y ellos cuidarán de ti. Tu yo de 70 años te lo agradecerá.
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Coach e Ingeniero inusual | Management humanista | PMP | Business Agility | Change Management Lean | Calidad | Coaching individual, ejecutivo y equipos
6 mesesEste artículo me ha resonado bastante Miguel, ya que hace casi 10 años que salí de mi tierra. Comparto lo que dices y añadirí lo que un día me dijeron que se llamaba el “efecto microondas”. Cuando sales fuera y vives en otro entorno, estás obligado a adaptarte y aprender más rápido. Te conoces mejor, maduras más rápido y te empiezas a transformar, a cocinar a ti mismo. Y cuando lo haces en el microondas, toda pasa más rápido, aunque el resultado no sea el mismo que a fuego lento en la olla. Ahí te lo dejo…
Country Manager South Cone | People | Leadership | Business Development
6 mesesGracias por compartir tu experiencia Miguel Ángel, la comparto plenamente.
Responsable de Ventas en Industrias Vimapo S.A. y Saile S.L.
6 mesesTotalmente identificado