60 días de guerra en Ucrania: ¿caminando hacia el abismo?

60 días de guerra en Ucrania: ¿caminando hacia el abismo?


El pasado jueves 7 de abril, al calor de los horrores descubiertos tras la recuperación de Bucha por el ejército ucraniano, la Asamblea General de las Naciones Unidas, a iniciativa de Estados Unidos y 57 estados más, decidió someter a voto la expulsión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos. Como era de esperar, el resultado final fue favorable a la propuesta estadounidense, pero esta resultó mucho menos holgada de lo que habría cabido suponer en un principio: 93 países votaron en contra de Rusia (a favor de su expulsión), mientras 24 países lo hicieron a favor de Rusia (y en contra de la expulsión); al tiempo, 58 países optaron por abstenerse. 

De este resultado se pueden realizar numerosos análisis, pero el más evidente es que, pese a lo que desde Occidente pudiera parecernos, Rusia no está tan aislada como en ocasiones parecen presentarnos nuestros medios de comunicación. Frente a un gran bloque conformado por Estados Unidos, la Unión Europea, Reino Unido, Canadá, Israel o Japón, nos encontramos a potencias del peso de Rusia, China, Irán o Cuba (y también Argelia, por si interesa saberlo al lector español), mientras que se mantienen en una situación de ambigüedad interesada potencias tan importantes para la estabilidad mundial como India, Brasil, México, Egipto, Pakistán o el conjunto de los países de la OPEP.

Tras 60 días de guerra parece claro que el enfrentamiento ha trascendido a los actores directos, Ucrania y Rusia, y ambos acumulan apoyos hasta conformar lo más parecido a dos grandes bloques dividiendo el mundo. Según escala el conflicto, los países contendientes exigen de sus aliados una mayor solidaridad, dejando menos espacio para la neutralidad. Todo esto es, sin duda, una pésima noticia.

Los crímenes horrendos llevados a cabo por el ejército ruso en Bucha, Mariupol, Irpin o Kramatorsk han movilizado a la opinión pública occidental para apoyar sin ambages a Zelensky, empujado a los gobiernos de esos países a aumentar su apuesta en favor de Ucrania. Así se ha tomado la decisión de incrementar de forma cualitativa el apoyo militar, enviando material militar pesado. Estados Unidos publicita sin pudor el envío de drones anti-tanque de última generación, artillería de gran calibre, los más modernos sistemas antimisiles e incluso helicópteros, mientras países como Reino Unido anuncian a bombo y platillo el envío de carros de combate. Asimismo, Estados Unidos ya no descarta enviar personal a Ucrania para la formación de las tropas en el manejo de este material tan sofisticado. La distancia que separa esas decisiones de ser considerados actos de guerra por Rusia se estrecha cada día más. En este sentido, tampoco parece de gran ayuda las declaraciones del Presidente Biden acusando a Putin de criminal de guerra, aunque esas acusaciones puedan tener un gran fundamento y ser compartidas por todos sus aliados y las opiniones públicas de sus países. Pero, por si esto no fuera suficiente, según avanza el conflicto, también la situación en el conjunto de la frontera de Rusia con el resto de países occidentales, lejos de estabilizarse, se caldea por momentos, de manera que Finlandia y Suecia llaman a las puertas de la OTAN para su ingreso y quedar así bajo el paraguas de la Alianza Atlántica, por lo que pudiera suceder en el medio plazo (o, quizá por la urgencia de sus anuncios, en el corto plazo).

Putin, sin embargo, lejos de retroceder o invitar a una desescalada, acepta el envite con lo que sabe que son sus mejores bazas frente a Occidente: las fuentes de energía y las armas nucleares. Hace pocos días, el 15 de abril, anunciaba con parsimonia y calculado desdén la búsqueda de nuevos mercados para su petróleo y gas al sur y al este de Rusia; es decir, los mercados de China, India, todos los países de África, Asia y Oceanía, e incluso Brasil. Un mercado inmenso, mientras sabe que es él, y no la UE, quién podría cortar cuando quisiera el suministro de gas ruso a Europa (y especialmente a Alemania) provocando la debacle económica de occidente. No en vano, además, cuenta con el apoyo tácito de los países de la OPEP, y el explícito de China, para definir la política de producción de gas y petróleo mundial.

En cuanto al recurso a las armas nucleares, el mensaje de Putin ya desde antes del inicio de la guerra ha sido claro: no le temblaría el pulso en caso de verse en la necesidad de emplear de manera táctica ojivas nucleares. Tal estrategia le ha resultado muy efectiva hasta la fecha, al haber disuadido a la OTAN desde el mismo inicio de la guerra de tomar parte directa en el conflicto. Ese chantaje se ha retomado con la advertencia rusa de que la entrada de Finlandia o Suecia en al OTAN sería respondido con el posicionamiento inmediato de armas nucleares en el Báltico. Inmediatamente los medios rusos han publicitado las exitosas pruebas de nuevos cohetes balísticos intercontinentales, capaces de alcanzar prácticamente cualquier punto de América del Norte. Tales amenazas son consideradas por el máximo responsable de la CIA, William Burns, como amenazas creíbles, más aun si Putín se ve acorralado o en una situación desesperada por factores internos o externos. Y lo cierto es que su “operación militar especial” ha sido hasta la fecha un enorme fracaso que pone en peligro el objetivo inicial y permentente de Putin de demostrar que Rusia es una gran superpotencia. Cabe suponer, por los antecendentes del personaje, que bajo ninguna circunstancia Putin aceptaría someter a Rusia una derrota humillante o una redición.

Como todos sabemos, un terremoto está causado por la presión de dos placas tectónicas enfrentadas, de manera que en algún momento, sin que los sismólogos sean por ahora capaces de predecirlo, esa energía se libera en algún punto provocando un seísmo de diferente grado según la energía acumulada. Cuanto más tiempo se mantiene la presión entre las placas, más energía se liberará y mayor destrucción provocará el terremoto resultante. La guerra, en gran medida, responde a esa misma lógica: la presión acumulada entre dos bloques puede liberarse en cualquier momento y por cualquier punto de fricción de ambas placas provocando un seísmo cuyo poder destructivo será mayor cuanto mayores sean las fuerzas acumuladas en ambos lados de la falla. Pero, a diferencia de lo que ocurre en la naturaleza, los hombres sí conocemos los medios para, si hay voluntad, liberar esa energía, encauzarla o distraerla de los focos de tensión, de manera que se reduzcan las opciones de una gran choque. Para ello se necesitan esfuerzos sin límite y enorme inteligencia. Un ejemplo de éxito fue la Guerra Fría o la construcción de la Comunidad Europea, mientras que todo el proceso que condujo a la Primera Guerra Mundial y la paz subsiguiente se puede considerar como un claro precedente de todo lo hoy debemos intentar evitar a toda costa.

Quizá guiar nuestra política en esta guerra a partir únicamente de la natural indignación que sentimos ante las terribles escenas que nos llegan a través de los medios de comunicación, no sea la manera más inteligente de afrontar esta gravísima crisis mundial. Sería bueno que la opinión pública en Occidente tomase mayor conciencia del camino que estamos emprendiendo y del abismo hacia el que podríamos estar caminando. Pudiera ser que pretender lograr una victoria absoluta sobre Putin sea en el fondo una muy mala estrategia, fruto de una grave miopía consecuencia de un funesto apasionamiento burdamente explotado. Quizá es hora ya de reconocer que nos hayamos ante un nuevo mundo, ante un nuevo enfrentamiento cultural o civilizatorio de largo y profundo alcance, y cuya solución nos requerirá repensar paradigmas en todos los ámbitos para afrontar los nuevos retos latentes.

Tras 60 días de guerra debemos reconocer que el conflicto, lejos de alejarse de nuestras puertas, va a tener trascendentales consecuencias para toda nuestra generación. Tiempo es de despertar.

Mauricio G. Álvarez Rico

Doctor en Historia (UAM). Máster en Relaciones Internacionales (King´s College London)

Sonia Monedero González

Técnico Biblioteca Universidad Francisco de Vitoria

2 años

Buen resumen de la difícil situación que tenemos en estos momentos. Desgraciadamente, el alargamiento del conflicto está abriendo nuevas tensiones y más sufrimiento. Lo que está claro es que estamos ya ante otro mundo. Nuevo tablero, nuevos y viejos jugadores.

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