INTELIGENCIA EN ESPAÑA DURANTE LA GRAN GUERRA
Como ocurriría de nuevo en la Segunda Guerra Mundial, durante la Gran Guerra la neutral España se convirtió en un hervidero de espías de todas las partes en conflicto. Fue el país neutral europeo más importante por su población, la diversidad de sus recursos económicos y su ventajosa posición geoestratégica. Aunque permaneciera fuera de los campos de batalla, no estuvo al margen del conflicto, ya que las potencias beligerantes libraron su particular combate por medio de sus redes de información, espionaje y contraespionaje.
La Gran Guerra llegó a alcanzar unas proporciones tan grandes que nadie en Europa pudo permanecer ajeno a ella. España no participó en la contienda, lo que no quiere decir que no sintiera sus efectos. La nación se benefició económicamente de la guerra, ya que las industrias de los beligerantes estaban paralizadas, cuando no destruidas, pero también perdió durante la contienda 72 buques a pesar de la neutralidad. Los ricos salieron ganando y sus fortunas se vieron fortalecidas, pero el estado quedó empobrecido y el proletariado sufrió los efectos devastadores de la inflación.
En suelo español los beligerantes libraron una guerra secreta de espionaje, sabotaje y propaganda. En costas y puertos mantuvieron una lucha despiadada mediante bloqueos, uso de falsos pabellones o abastecimiento de barcos de superficie y de submarinos. Las embajadas y consulados ocultaron espías de diferentes perfiles. En ocasiones vestidos de diplomáticos o militares y en otras ocultos bajo el ropaje de hombres de negocios, periodistas o bailarinas. Las costas españolas fueron el escenario pasivo de un espionaje en el que los temas navales fueron los grandes protagonistas. Desde el golfo de Rosas al de Vizcaya, vivieron en primera línea la guerra secreta de los países beligerantes.
Francia llegó a Gran Guerra Mundial con unos servicios secretos recién estructurados y puestos al día de las nuevas técnicas en la materia. La inteligencia militar estaba encuadrada dentro del Deuxieme Bureau de l’État Major de l’Armée —Ejército—, que ejerció durante toda la contienda la labor del contraespionaje. La civil estaba encuadrada en los Renseignements Généraux de la Police. Militares y policías mantuvieron una gran rivalidad por sus competencias en la materia, y muy pronto los primeros destacaron en la labor de interceptación y descifrado de mensajes telegráficos. La inteligencia naval contaba con el Deuxieme Bureau de estadística y estudio de marinas extranjeras y el Service de Renseignements de la Marine, responsable del contraespionaje naval y de la obtención de información secreta. A finales de 1915 comenzó a funcionar en España el Servicio de Información de la Marina francesa de la mano del agregado naval, el teniente de navío Robert de Roucy, quien se mantuvo en el cargo dos años, hasta que el propio rey Alfonso XIII pidiese su cese como consecuencia de un informe intercepta-do en el que criticaba abiertamente al monarca español. Las empresas petroleras francesas, en colaboración con la embajada en Madrid, operaron en la labor de información. A su vez, los departamentos económicos de los servicios secretos franceses llevaron a cabo una labor de espionaje acerca de las empresas alemanas establecidas en España, entre otras de las compañías de seguros marítimos, que manejaban mucha información sobre el tráfico de mercantes.
El MI6, la rama exterior de los servicios secretos británicos se fundó en octubre de 1909, y su primer director fue Sir George Mansfield Smith-Cumming. Durante la Primera Guerra Mundial tuvo mucho que ver en varios éxitos de la inteligencia militar y comercial, que fueron alcanzados, sobre todo, por medio de redes de agentes en países neutrales y territorios ocupados. El Comité de Inteligencia Exterior se había establecido en 1882, y en 1887 pasó a ser denominado Departamento de Inteligencia Naval (NID). Su primer jefe era el capitán William Henry Hall, y su hijo William Reginald Hall fue quien ocupó el cargo durante la Primera Guerra Mundial. El personal del NID fue originalmente responsable de la movilización de la flota y de los planes de guerra, así como de la recolección de inteligencia extranjera. Los británicos en tenían en 1914 Gibraltar como su principal centro de inteligencia en el Mediterráneo. Era el mejor observatorio para controlar el tráfico marítimo y desplegar actividades de espionaje y contraespionaje naval. Por ese motivo, hasta 1918 no contaron con un agregado naval en su embajada de Madrid, desde donde crearon y coordinaron una red de agentes que operaban en las costas y otra dedicada a la información comercial, apoyada por sus misiones consulares. Al frente de todo estaba el mayor de Infantería de Marina Charles Julian Thoroton, quien estableció unas relaciones estrechas con Juan March Ordinas.
En los primeros años de la contienda, los británicos no tuvieron unidad de acción con los servicios franceses e italianos, pero a partir de 1918 comenzaron a convocarse en Madrid reuniones conjuntas de los responsables de los tres servicios y, un poco más adelante, de los agregados navales.
Tras las dudas iniciales por su situación en la contienda, Italia decidió que, a través de su agregado naval, la Marina debía hacerse cargo de la inteligencia, ya que su principal problema residía en el mar. Partían de cero, al no contar siquiera con un agregado naval acreditado ante España. Le encargaron la tarea al capitán de corbeta Filippo Camperio, dotándole de muy modestos recursos y se le encomendó la misión de averiguar las medidas tomadas por los británicos en Gibraltar para proteger el tráfico en el Mediterráneo y, en paralelo, comprar cuantos barcos fuera posible. Su cometido principal fue, al igual que el de sus colegas, la lucha silenciosa contra los submarinos alemanes, que incluso les hundieron el gran trasatlántico Palermo, para lo que, necesariamente, debió apoyarse en el trabajo de sus colegas aliados. Por sus relaciones con ellos, Camperio tuvo que actuar en muchas ocasiones como mediador para atemperar en las malas relaciones existentes entre ingleses y franceses. Contó con el apoyo de una parte importante de la no muy numerosa colonia italiana en España, que le ayudó aportando información y recursos económicos.
En el período entre el final del XIX y el principio del XX, Alemania puso en marcha una potente red de inteligencia, creando su primer servicio secreto, el Central —Nachrichten Büro—, que contaba con una sección específica naval, al frente de la que se situó Wilhelm Stieber. Pero fue Walter Nicolai quien fundó una escuela de espías en el seno de la Abteilung III B, antecedente de la Abwehr, colocando a su país en la cabeza de los servicios secretos internacionales. Los residentes alemanes en España eran considerados espías por los servicios secretos aliados; lo que tenía parte de verdad, ya que muchos de ellos, hombres de negocios o ingenieros al servicio de las multinacionales allí establecidas, no se negaron a colaborar. España tenía mucho interés para Alemania, más que para franceses o ingleses, por lo que muy pronto montaron sus redes de espías, de propaganda y consular, que fue la fundamental, a la que dotaron de grandes medios humanos y económicos. Respecto al espionaje naval, la figura clave sería el agregado naval capitán de corbeta Hans von Krohn, personaje valiente, versátil y tan escurridizo que sus enemigos no consiguieron siquiera fotografiarle. Entre otras colaboraciones contó con la del joven teniente de navío Wilhelm Canaris, que tanta tinta haría correr más adelante, al que se le encomendó la información sobre movimientos de buques enemigos y el establecimiento de una red de suministros para los submarinos en la costa andaluza y del Mediterráneo español. Krohn se convirtió muy pronto en una pesadilla, tanto para sus competidores como para el Gobierno español, pues sus servicios no cesaron en la actividad de espionaje y guerra secreta. Planteó introducir cargas explosivas en los mercantes que desde los puertos españoles del norte viajaban a Gran Bretaña; en las proximidades de Gibraltar organizó un importante dispositivo para la reunión de los responsables del suministro de los submarinos, y en Tarifa montó un operativo para vigilar el paso del Estrecho. Huelva también fue objeto de su atención para observar la salida de minerales de su puerto. Desde allí se consideró la posibilidad de alentar huelgas y sabotajes en las minas de Río Tinto, propiedad inglesa, lo que fue descartado. El que pasaría a la historia del espionaje como almirante Canaris, comenzó a trabajar en la embajada alemana en Madrid por su conocimiento del idioma español. Allí permaneció un año ejerciendo labores de contraespionaje y logística, iniciando su carrera como espía. En muchas de las operaciones contó con la colaboración de Juan March, que se convertiría en uno de los hombres de su confianza.
Algunos españoles y españolas se implicaron en el entramado de inteligencia en un bando, en otro o incluso en ambos. Una fue Pilar Millán Astray, hermana del fundador de la Legión y famosa escritora de su época, que sirvió de enlace al agregado naval alemán.
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El caso más peculiar, sin embargo, fue el de Juan March Ordinas. March, que tenía 33 años cuando estalló el conflicto, demostró ser un as del doble juego. En 1914 tenía una flotilla de faluchos que le posicionaron ante los beligerantes como un hombre clave, aunque ambos bandos desconfiasen de él. Los aliados conocían sus buenas relaciones con el cónsul alemán en Mallorca y su labor de suministro a los submarinos germanos en las costas de las Baleares, por lo que, a mediados de 1915, decidieron reclutarle, y March se mostró receptivo a las propuestas que le presentaron de colaboración, entre otras razones para que los ingleses no interfirieran en Gibraltar la tarea de sus barcos de contrabando de tabaco enarbolando bandera inglesa. En pago les descubrió los puntos en los que se encontraban los submarinos alemanes. No obstante, los franceses siguieron desconfiando y le convocaron en París para interrogarle. March, utilizando a su valedor, Thoroton, jefe de los servicios secretos británicos en Gibraltar, no solamente consiguió salir airoso del encuentro, sino que además logró que liberasen dos de sus barcos que estaban retenidos en Argelia. A pesar del recelo francés, March siguió su doble juego, consiguiendo controlar el abastecimiento de los buques en conflicto dentro del Mediterráneo occidental, al que pronto añadió el transporte de armas a los rebeldes proalemanes que en Marruecos hostigaban a los franceses.
Tres fueron los principales objetivos en los que focalizaron su labor los servicios secretos y el espionaje naval de los países beligerantes en suelo español: la guerra submarina, el tráfico mercante y la adquisición de minerales, fundamentalmente wolframio para la construcción de armamento naval. La guerra submarina fue determinante para Alemania. Al contrario que la Royal Navy, que contaba con bases propias en todo el Mediterráneo, la Kriegsmarine precisó contar con puntos de abastecimiento de combustible y víveres que le permitiesen operar en la zona, eligiendo varios puntos de la costa española, principalmente en Galicia y Baleares, amén de en la vecina Portugal. Así pudo enviar a ese mar sus submarinos, principalmente para evitar el envío de armas y víveres a las colonias francesas del norte de África y dificultar el tránsito inglés por Suez.
La guerra submarina y el abastecimiento de los submarinos alemanes en las costes españolas generó tragedias e historias que serán objeto de otro episodio de Intrigante Historia.
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