Año nuevo esperanza nueva
¡Ey Tecnófilos!
El 31 de diciembre siempre se presenta como un crisol de emociones, un cruce de caminos donde lo vivido se funde con lo anhelado. Hoy no es distinto. Este 2024, que pronto será un recuerdo, nos ha traído una paleta de luces y sombras. No ha sido un lienzo monocromático de alegrías ni un cuadro sombrío de desgracias absolutas. Ha sido, como siempre, la vida misma: caótica, contradictoria, llena de matices.
Miremos primero lo oscuro, porque enfrentarlo es la única forma de entenderlo. En el tablero mundial, los datos de la geopolítica parecen haberse cargado en contra del progreso. Los conflictos se conquistan, las polarizaciones se intensifican y el diálogo se convierte en una reliquia de otros tiempos. En España, nuestra pequeña gran piel de toro, la situación tampoco brilla. Mentiras, relatos prefabricados y una superficialidad rampante han enlodado nuestro debate público. Pareciera que el sentido común, esa brújula interna que todos deberíamos portar, está rota o, peor, perdida. La política ha dejado de ser el arte de lo posible para convertirse en el espectáculo de lo imposible.
Sin embargo, incluso entre las cenizas, siempre brotan flores. Lo bueno de 2024 es que hemos aprendido. Este año nos ha sacudido lo suficiente como para hacernos abrir los ojos, aunque sea por instantes. Nos ha recordado que, si algo ha de cambiar, empieza con nosotros. En medio de la confusión, muchas voces valientes han decidido levantarse, algunas veces en susurros, otras en gritos, clamando por recuperar valores como la verdad, la integridad y el esfuerzo.
Porque sí, amigos, aún nos queda esperanza. Y no, no es un optimismo naíf ni una venta de autoengaño. Es la esperanza que nace del reconocimiento de lo que somos capaces. Del entendimiento de que cada crisis lleva un germen de oportunidad. Hemos visto que la tecnología puede unirnos, que las comunidades pueden florecer si cultivamos empatía y que, pese al ruido, siempre hay quienes escuchan.
El 2025 está al alcance de nuestras manos. ¿Qué queremos hacer con él? ¿Seguir lamentándonos de lo perdido o empezar a construir, ladrillo a ladrillo, ese futuro que tanto añoramos? Tenemos la capacidad de reconectar con lo que nos hace humanos. De recuperar el arte del diálogo, la escucha y la construcción conjunta. Pero requiere un esfuerzo consciente. Implica romper con esa comodidad de la indignación pasiva y pasar a la acción activa.
La historia no se escribe sola. Cada uno de nosotros lleva en sus manos la tinta y el papel. Así que, para 2025, mi propuesta es clara: volvamos al sentido común, ese que no necesita grandilocuencias, sino simpleza y verdad. Practicamos la prudencia, pero también la audacia. Porque el cambio no se mendiga; se lucha.
Hoy, al brindar por el año nuevo, no brindemos solo por lo que esperamos recibir, sino por lo que estamos dispuestos a dar. Que 2025 nos encontremos más despiertos, más comprometidos y, sobre todo, más humanos.
¡Se me tecnologizan!