Personaje altruista

Capítulo que se dedica a admirar a la noble dama Vittoria Colonna, como muestra de espíritu altruista.

De visita por el reino de Nápoles, cruzó Netijote a la isla de Ischia, donde pasó la mitad de su vida la poetisa; oportunidad que aprovechó el hidalgo para dejarnos estos apuntes:

Vídeo de poco más de 6 min. con versión dramatizada.

-      "Contada entre los genios del Renacimiento italiano, Vittoria fue ofrecida en matrimonio con siete años a Ferrante D’Avalos, aunque los esponsales se celebraron diez años después en este castillo aragonés de Ischia. Aunque el suyo fuera un matrimonio concertado, profesó por su esposo el genuino amor que se refleja en sus poemas, aunque tres años después de la boda, Ferrante se trasladará al norte para luchar como condottiero de Carlos V contra los franceses, dando inicio a una larga separación. Mientras, se ocupó del sobrino de su esposo, Alfonso del Vasto, niño de once años que había quedado huérfano de padre y madre.

Atendió no solo su bienestar, sino su educación y desarrollo como gentilhombre, contagiándole la curiosidad, el afán de saber y el disfrute de la poesía. Tanto afecto le mostró, que convenció al esposo de tomarlo en adopción.

Nacida en noble cuna, la marquesa de Pescara se ocupó con sincero interés por las necesidades materiales de los menesterosos y procuró la rehabilitación de cortesanas que vivían en los márgenes de una sociedad que las discriminaba con vileza.

A la muerte de Ferrante por las heridas recibidas en su victoriosa batalla de Pavía, recibió Vittoria el título de gobernadora de Benevento, en un momento de tensión entre el Papa y su familia, que acabó afectándole por la excomunión decretada contra todos los Colonna. Eso no le impidió quedar horrorizada cuando los lansquenetes de Carlos V saquearon Roma poco después, en 1527.

La marquesa se apiadó de los que habían sufrido el saqueo, envió socorro a los que todo lo habían perdido e intercedió por los rehenes, ofreciendo parte de sus posesiones a cambio de que fueran liberados. Esto le valió el reconocimiento del Papa y del emperador.

También heredó de su padre el feudo de Pescocostanzo en los Abruzos, y en lugar de limitarse a ser una señora feudal cobrando impuestos, respetó la autonomía de los pescolanos y sus tendencias a la independencia, tratándoles con respeto y permitiéndoles dictar sus propios ordenamientos. Renunció a todos los créditos fiscales demorados e instituyó una comisión para asignar vivienda a los ciudadanos que la precisaran. El bienestar de los demás era una clara motivación de sus actos.

La integridad y lealtad que insufló en su hijo adoptivo fue apreciada por otros que recurrieron a su carisma. Se convirtió en una hábil diplomática y apreciada consejera por figuras como Ercole II D’Este, que la llamó a Ferrara para que persuadirá a su esposa Renata de abandonar los postulados protestantes de Juan Calvino. Vittoria sugirió a Renata que leyera las posiciones del predicador suizo como un estímulo a la necesaria renovación de la Iglesia de Roma y no como una invitación a abandonar el catolicismo.

Seis años después de haber autorizado la vida mendicante y la predicación a los pobres de los franciscanos capuchinos, el pontífice Clemente VII les impone que vuelvan a la norma y abandonen Roma. La marquesa de Pescara intercede para que se les devuelvan sus derechos y se respete su modo de vida, inspirado por auténticos valores morales. Su éxito en la mediación duró lo que la vida del Papa, porque el sucesor Pablo III volvió a actuar contra los capuchinos.

Al cardenal Reginald Pole le escribió una carta de consolación por la muerte de su madre, que había sido ajusticiada por el rey Enrique VIII. Esa compasión dio inicio a una sólida amistad entre dos personas que, rechazando postulados cismáticos, veían la necesidad de una reforma de las instituciones eclesiásticas, emponzoñadas por la corrupción y el ansia de poder.

Uno de los últimos en disfrutar de la amistad de alma tan generosa fue Michelangelo Buonarroti. El genial artista en su vejez, atormentado por sus tribulaciones, encontró un alma gemela con la que compartir sentimientos y poemas. Para su desesperación, el artista y el obispo inglés la acompañaron en sus últimos días a finales de febrero de 1547."

Dejando a un lado su estro poético y su profunda fe religiosa, Vittoria Colonna mostró ser alguien que encontraba en el bienestar de los demás una potente fuerza motriz.