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La dinámica cambiaria ocupa el centro de la discusión económica y puede resumirse en una palabra: incertidumbre. El agotamiento del esquema macro inicial[1] encendió una alarma sobre su sostenibilidad y los potenciales caminos de salida. Si bien las expectativas apuntaban a un desarme más acelerado del cepo, el equipo económico buscó encauzarlas operando sobre el esquema monetario.
En vista de los magros resultados de la Fase 2, el gobierno optó nuevamente por profundizar la dirección de su política monetaria anunciando la absorción de los pesos emitidos por compra de divisas en el mercado oficial de cambios. Es decir, los pesos que se vuelcan a la economía producto de la compra de dólares del BCRA en el Mercado Único de Cambios, se absorben mediante ventas de la entidad en el mercado de dólares financieros (MEP/CCL). Por ejemplo, la compra en el mercado oficial de 100 dolares a 921 ars implicaría una inyección de 92.100 ars a recomprar en el mercado financiero a un tipo de cambio de 1.315 ars[4] (mediante una venta de aproximadamente 70 dólares). El resultado neto es una acumulación de reservas de 30 dólares a cambio de no aumentar la cantidad de dinero de la economía.
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Dejando de lado el revival monetarista, parece claro que la esterilización de la emisión es el velo técnico para justificar una medida cuyo principal objetivo es disminuir la brecha cambiaria y torcer las expectativas devaluatorias. Tomar el control de la situación financiera y recuperar el terreno perdido a costa de disminuir la acumulación de reservas. El precio a pagar por martillar la brecha y romper la lógica que impera en el mercado local, no solo es la menor cantidad de dólares sino también el aumento en el riesgo país y el consecuente alejamiento del FMI de cara a un año complejo en los vencimientos de deuda.
En lo inmediato la brecha cede y podemos esperar un período corto de estabilidad que debiera ser aprovechado para definir el postergado camino de desregulación cambiaria.