¿Aplicamos el sentido común?

Tras las últimas noticias sobre la muerte del conductor de la furgoneta que ocasionó la masacre de La Rambla de Barcelona, descubro que he tenido un sentimiento de tranquilidad creyendo de “muerto el perro se acabó la rabia”. Y resulta que es falso.

Se trataba de un muchacho de 22 años. Él no era el cerebro, sino un ignorante que se había tragado una sarta de mentiras que lo han conducido hasta la muerte, tras cometer un crimen horrendo. ¿Dónde están los verdaderos responsables? Lejos, muy lejos, muy tranquilos e, incluso, se ríen.

Ni ha muerto el perro ni se acabó la rabia.

Ahora, cuando la desgracia nos ha golpeado cerca, aparecen de nuevo los fantasmas y saltan a las redes todo tipo de mensajes que, muchos de ellos, tal vez no son más que el reflejo del miedo.

“Mira éste, que ha venido a vivir del cuento, que se aprovecha de las subvenciones y de las ayudas para no dar golpe, mientras que nosotros, los que somos de aquí, si no pagamos nos echan de casa...”, leemos en las redes. “Faltan cojones para decir lo que muchos pensamos”, añaden. Y, a partir de aquí, podemos imaginarnos lo que queramos y aún nos quedaremos cortos, porque les hacemos responsables, a ellos, a los que se aprovechan, de una guerra que ya se ha cobrado demasiadas víctimas. Pero, junto a esos mensajes, aparecen otros completamente distintos que defienden situaciones que requieren medidas urgentes para paliar situaciones personales que son dramáticas.

No se trata de alzar la voz y gritar en busca de culpables entre los aprovechados frente a los fallos de la ley. Se trata de hacer las cosas que se sostengan y, si una ley no cumple con su cometido, eliminarla o cambiarla y no pensar constantemente si es políticamente correcta o incorrecta. Si alguien se aprovecha de unas leyes y vive sin dar golpe y, encima, llama a sus parientes y amigos para que vengan y también se aprovechen, significa que las leyes tienen agujeros. O se cambia la ley o se tapan los agujeros. Sin embargo, caer en la trampa de los defensores y los detractores es una actitud estúpida que sólo conduce a la inoperancia, la radicalización, el insulto y al enfrentamiento.

La ley no es sinónimo de justicia ni la justicia es sinónimo de equilibrio. Y un político, con cierta frecuencia, se convierte en un cazador de votos, que hace leyes en función del beneficio y después se olvida de ellas.

Por favor, ¿qué os parece si aplicamos el sentido común y nos dejamos de luchas estúpidas que no conducen a ninguna parte, excepto a hacer el juego a los que se ríen de nosotros y mandan a la muerte a unos pobres jóvenes que no han entendido nada?

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