Apogeo y Decadencia del Homenaje

Apogeo y Decadencia del Homenaje

El homenaje (a un cumpleañero, por ejemplo) ya no es lo que era antaño. Y no me refiero a los formalismos propios del convite, ni a la bacanal requerida para un buen festejo. Tampoco a la excusa del rejunte de la parentela. Porque estas aristas del convite pantagruélico aún se mantienen, aunque con ciertos cambios facilitados por la santa tecnología (¡gracias, email y WhatsApp!). Más bien me refiero a la pérdida de la consagración del festejado. A su homenaje.

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Recordando un poco la historia, nos cuentan las páginas de Wikipedia (estamos modernos…¿qué era hojear un libro?¿enciclo…¿qué?) que el Homenaje, en el contexto del feudalismo (la Edad Media…aclaro, para los que van olvidando sus clases de historia) era el primer paso de la ceremonia de investidura por la que se establecía un vasallaje. El vasallo juraba fidelidad a su señor (homenajeado), y se comprometía a prestarle determinadas obligaciones, principalmente de apoyo político y militar, recibiendo como contraprestación un beneficio… habitualmente el control y jurisdicción sobre la tierra y la población de su feudo. Era un contrato sinalagmático (bilateral, para los ignorantes), con obligaciones para ambas partes, que se establecía entre dos hombres libres (porque en esa época, las mujeres no firmaban, ni pesaban, un carajo). Ambas partes se comprometían a guardarse lealtad mutua, y a no traicionar el vínculo que se establecía entre ellos. Las obligaciones contractuales de esta relación vasallática quedaban sin efecto para una parte, si acaso la otra incumplía gravemente las suyas (felonía). Se utilizaba con el verbo rendir («rendir homenaje» u «homenajear») y con la expresión “pleito homenaje”. Pleitesía, para los mortales, es sinónimo de cortesía, de respeto. Pero hoy, ya no rinde.

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¿Qué pasa hoy con estas bellas y tan necesarias artes y firuletes de esta importante instancia de una celebración? Parece como si su vigencia se hubiese extinguido con la razón (no me refiero al hecho de “tener razón”, sino a aquella razón proveniente de la consciencia del otro, de la otredad que nos enseñaba Maturana). Como si nos hubiésemos olvidado de que el festejado, y nuestro vínculo social con éste, merece disfrutar de este momento de gloria, de este Homenaje, de esta lealtad. Muchas veces nos limitamos a “equilibrar la balanza” entre el grado de cercanía y el regalo entregado…como si el vínculo emocional conociera de balanzas y equilibrios. Y dejamos en el olvido al reconocimiento a nuestros afectos, a los vítores que merecen nuestras amistades, al festejo que obedece a tantas vivencias compartidas. ¡Cuán importante es para el homenajeado, el recibir un simple gesto de amor, de respeto, de manifestación del valor (y del amor)! No debemos olvidar que siempre importará más una nota manuscrita, escrita desde el corazón en un papel de servilleta, que una sólida caja de chocolates comprada a las apuradas en una esquina, o incluso que un bruto presente, aunque esté muy bien adornado con cinta de regalo. Porque la esencia misma de la lealtad está allí, en el acto del recuerdo, del pensamiento en (y hacia) el otro.

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Por eso, y por mucho más, debemos acordarnos, incluso diría que diariamente, de aquellos que más “cuentan” en nuestras vidas. Recordando que en ese contrato tácito de amor fraternal que firmamos cuando construimos esos vínculos, nos comprometimos a acompañarnos en los procesos importantes de vida. Y aunque sea tan sólo por honrar dicho pacto, debemos mantenernos leales a la entrega del cariño y respeto que merecen…homenajeándolos.-


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