Atribuciones
No hay existencia realizada sin atribución. No hay plenitud en la vida si las personas no sienten, notan y saben que algo es de su competencia y que su resultado es fruto directo de su labor y de su responsabilidad. El ser humano necesita hacerse saber y hacer saber a los demás que hay cosas concretas que han sido hechas por él, o que ha participado en una parte de ellas de manera clara y atribuible.
La necesidad de atribución nace de la propia naturaleza humana que requiere saber y sentir que participa directamente del devenir del mundo tangible, del entorno que le rodea y en el que (metaverso mediante) aún sigue pisando y relacionándose. Yo hice esta cosa, yo participé en esta otra, yo formé parte de quienes realizaron aquello de allí… La atribución nos proporciona sensación de pertenencia a un algo mayor que nos excede y nos integra a la vez. La atribución esconde en sí misma la paradoja de que, bajo la vindicación individual de la autoría de algo, se esconde la necesidad urgente e inextinguible de sabernos y sentirnos representados en alguna cosa que está fuera de nosotros, que nace de nosotros pero que es visible, accesible y reconocible claramente por el resto.
¿Cuánta atribución disfrutamos en nuestro día a día actual? Poca o ninguna. Habitamos una sociedad que ha multiplicado sus interdependencias debido a su cariz meramente burocrático y administrativo multiplicado exponencialmente por la tecnología. En esa burocracia somos eslabones de una cadena que no vemos terminar, y en ella perdemos nuestro sentido de atribución de la tarea realizada.
Nuestro mundo actual es un universo interminable de procesos que se hacen y rehacen, que se enmarañan y justifican a sí mismos, convirtiendo el meta trabajo en el trabajo más habitual. En esas cadenas infinitas de valor donde cada vez se trabaja más con conceptos y abstracciones que con tangibilidades es donde gran parte de las personas pasan su realidad laboral. Y lo hacen cada vez más conectados y cada vez más tiempo, por lo que la falta de atribución se expande peligrosamente casi a lo largo de todos sus días y toda su existencia.
Recomendado por LinkedIn
Hoy son pocos los trabajos que puedan explicarse en pocas palabras a un niño, y hacérselo entender. “Hago esto para obtener esto”. Esta fórmula sencilla que cualquiera comprende es la base de la atribución, y en esta época resulta prácticamente imposible para buena parte de la humanidad contar lo que hace de esta manera. De esta forma, cientos de miles de personas en todo el planeta pasan día sí y día también con el hambre insatisfecha de la atribución, y al perder de vista la posibilidad de dejar algo en el exterior que sea visible y tangible, también ellos se pierden de vista a sí mismos, porque cuando algo nos es atribuible en el exterior, ese algo nos espeja, nos refleja y nos sitúa, nos integra y hace parte de ese paisaje al que deseamos pertenecer.
La falta de una posibilidad real de atribución combinada con la necesidad inesquivable de ella nos lleva a una desesperación silenciosa y a menudo desconocida, a una ansiedad de tener existencias que nunca concluyen nada, que siempre están en modo encendido y abierto donde nada se termina, sino que todo se convierte en una sucesión de comienzos interminables. Esa misma necesidad es la que lleva a buscar responsables de todo y no encontrarlos de nada, a ponderar subjetivamente bajo cálculos supuestamente objetivos e incluso algorítmicos qué parte podemos atribuir a una variable y a otra, a una persona y a otra. Atribuciones artificiales dentro de un universo de artificios donde nadie queda satisfecho porque, en el fondo, sabemos que hemos perdido de vista lo que realmente es atribución nuestra, lo que es fruto de nuestra labor.
Quizás sea esa pérdida de atribución, esa incapacidad de conocer lo que se debe a nosotros y no al resto, esa imposibilidad de ver que eso que nosotros hacemos es visible y reconocible para los demás (nada que ver con la necesidad narcisista en reconocimiento enfermizo), la causa de las grandes ansiedades que asolan nuestro tiempo. Quién sabe, quizá… pues, lamentablemente, tampoco somos capaces de atribuirlo.