Balance imagológico del 2020
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Balance imagológico del 2020

¿Cómo te sientes después de haber vivido todo lo que se experimentó en 2020? Ese debería ser el cuestionamiento que todos deberíamos estarnos haciendo, a manera que la respuesta nos sirva para recalibrar nuestras energías para 2021 en adelante.

He escuchado a muchas personas de manera personal y en las redes sociales que sienten tener un real saldo negativo, un retroceso en sus vidas al finalizar el año, lo que muchos expertos apuntan que solo fue la fase inicial de este coronavirus. Son las menos, las que afirman haber salido victoriosos de tal realidad vivida.

Nuestros imaginarios fueron una real montaña rusa que nos llevaron desde un futuro esperanzador a inicios del año, pasando por un shock colectivo por los proyectos frustrados ante la contracción, trasladándose a un muy paulatino entendimiento de que había que priorizar la salud y entonces era entendible la prevención, reaccionando con frustraciones plasmadas en problemas personales y familiares por lo que no pudo ser, llegando a adoptar actitudes de desesperación que fueron muy evidentes hacia finales del año, las cuales siguen en 2021.

Desde mi evaluación imagológica puedo identificar que, si antes ya estábamos actuando preeminentemente con base en nuestras emociones, ahora pareciera ser que se ha convertido en nuestro nuevo código de vida, pues el virus puso nuestras ideas y vidas en términos de “TODO O NADA”, prefiriendo la mayoría de la gente el TODO pues esto es mejor que vivir limitadamente a punto de quedarse en la NADA.

Ahora la mayoría de los grupos sociales entienden que está en riesgo, ya no su desarrollo, sino su sobrevivencia permanentemente. La gran oportunidad de corregir imaginarios en la línea del equilibrio, la salud y una mejor convivencia creo que nuevamente se perdió, pues los gobiernos y los sectores líderes se enfocaron en atender el virus y viejos lastres, en lugar de corregir las conductas humanas que nos llevaron hasta este punto que se plasmaran en un nuevo pacto humano.

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En 2021, muchas personas ya se relajaron en las medidas de higiene y prevención de la COVID-19, incluso están reclamando su derecho a morir como les plazca; esta actitud colectiva solo puede entenderse como una reacción inevitable frente al desgaste racional y emocional que se vivió el año pasado y que volvió a deteriorar considerablemente la integridad del ser humano.

Lo que más me preocupa es que hoy estemos percibiendo la realidad con lecturas confusas de lo que realmente está pasando, lo cual está ocasionando que cada persona decida y reaccione con base en sus emociones que hoy se constituyeron en parcelas más pequeñas de entendimiento, más reducidas a las que ya habíamos construido con el influjo negativo del mal uso de las redes sociales y la inteligencia artificial hasta el momento introducida.

Si bien es un panorama desolador, el reto está en que cada individuo no renuncie a aspirar a la búsqueda y reflexión de datos reales sobre lo que está pasando, que le permitan tomar mejores decisiones para reencontrarse.

Si hacemos un poco de memoria después de los grandes acontecimientos de la historia, la humanidad se ha enfocado en diseñar una idea común que sirviera de brújula para orientar sus esfuerzos de recuperación. Esas respuestas han variado desde las guerras, las ideologías, los derechos humanos, la democracia, etc.

Desde mi lectura, la respuesta para este siglo se viene diseñando desde hace tiempo, la tecnología. Hoy, para mi, desde Guatemala, la respuesta que debemos darle a este virus gira en torno a LA RECONTRUCCIÓN DEL SENTIDO COMÚN, antes de que nuevas tecnologías tomen ese sentido y ahora sean ellas las que racionalicen la realidad y nosotros solo nos convirtamos en meras piezas emocionales de consumo.

Esto requiere un esfuerzo colectivo de reconstrucción de nuestros imaginarios sociales, no sobre lo que pasó en el 2020, sino cómo queremos vivir para las siguientes dos décadas del siglo XXI. Un reto de imágenes públicas difícil, pero no imposible.

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