Cápsula de La Sabiduría de los Árboles Ancestrales

Cápsula de La Sabiduría de los Árboles Ancestrales

Cápsula 2. EL PRIMER ENCUENTRO. (Fragmento del libro La Sabiduría de los Árboles Ancestrales).

Y ahí estoy yo, todavía en la penumbra, con una densa niebla, buscando balancearme sobre un pie frente a ese inmenso árbol. Lucho contra mi déficit de equilibrio durante unos 20 minutos, realizo otras posturas para darle la bienvenida al amanecer, a la luz y al nuevo día, y termino mi práctica sintiendo una gran paz a mi alrededor. Me acerco al árbol, sin duda muy viejo, frente al cual he realizado mi práctica y lo abrazo. Cuando lo hago, cierro los ojos y entonces puedo ver un río de energía fluyendo entre nosotros. Y no, no he tomado ni fumado nada, solo siento esta conexión. Éste, en particular, es un árbol grande, con un tronco de más de medio metro de diámetro y una corteza gruesa y rugosa. Me aseguro de que no haya arañas u otros insectos cerca del tronco y me abrazo a él sin ninguna pena, creyéndome en soledad. Estando ahí, disfrutando de una gran calma y un silencio acogedor, de pronto, escucho un sonido que parecía ser… ¿mi nombre?

Inmediatamente abro los ojos y vuelvo la cabeza para ver quién me llama. Pienso que habría sido el viento queriendo confundirme, pero de cualquier forma examino bien todo a mi alrededor no encontrando ni una sola alma. Me vuelvo al rugoso tronco de aquel árbol y lo abrazo de nuevo descansando mi cara sobre su difícil superficie. Nuevamente escucho mi nombre, esta vez con un tono más grave y decidido.

-         ¡Madres! - grito, separándome nuevamente del árbol. “¿Quién me habla?”

-         Es muy temprano para bromas, ¿quién anda por ahí? - Exclamo con voz algo agitada. Luego guardo silencio para ver si alguien me responde, pero no escucho ningún sonido, ni pasos, ni voces. Nada.

“Debe ser la hora de la mañana, la niebla y el esfuerzo del ejercicio que me han hecho tener esta especie de sueño lúcido y no me dejan disfrutar de este momento de soledad con mi árbol”, me digo. No sé bien qué hacer, si quedarme o retirarme. Siento un poco de temor porque aun siendo ya de día, la niebla hace la mañana un tanto oscura. “¡Me quedo!”, me digo, “quiero pasar unos minutos en compañía de este árbol que he bautizado con el nombre de Árbol Viejo”. Me vuelvo a acercar él, lo abrazo y cierro los ojos. No sé decir cuánto tiempo pasa, pero de pronto siento una cálida brisa. 

-         Esta vez no te alejes Sam, no me sueltes. Soy yo quien te habla, el árbol al que abrazas y que has llamado Árbol Viejo. No es un sueño lúcido y tampoco una broma. Somos nosotros, que por diversas razones hemos decidido que el momento ha llegado y por eso, ahora, nos comunicamos contigo.

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