Capítulo IX: La pena

Capítulo IX: La pena

La pena significa tristeza y también castigo, de ahí también se explica por qué nos pasamos gran parte de nuestra vida evitándola, escapándole y reprimiéndola. 

Cuanto más grande la pena, más grande el tesoro que esconde para quien la padece y para todo su sistema familiar. Pero en vez de frenar, sentir y reflexionar, la negamos y matamos cualquier posibilidad de movernos, cambiar y madurar. 

La pena no esclaviza ni hunde, se esclaviza el que se convierte en un fugitivo de sus propias emociones y pretende que su vida sea como una tarjeta de cumpleaños. Una vida sin pena es por suerte imposible e irreal, pero quienes aspiran a eliminar la pena a cualquier costo se construyen inconscientemente una vida chata, cómoda y superficial. La complacencia, la postal de una reposera frente al mar son el destino final de una vida digna de ser vivida???

Viví casi seis años en el Caribe. Los primeros cuatro fueron fantásticos y repletos de tardes de playa, shorts, ojotas, cocktails y vista al mar. La vida parecía una eterna vacación. Como siempre sucede con todo lo que parece pero NO es, una energía antagónica y poderosa empieza a gestarse y a crecer... la verdad es un destino ineludible... 

El calor playero se fue convirtiendo en un calor espeluznante donde respirar y pensar no se podían hacer al mismo tiempo. La informalidad y la naturalidad caribeñas fueron poco a poco transformándose en brutalidad y barbarie. Lo que hacía un tiempo me parecía un paraíso ahora era un infierno del que quería salir, a cualquier precio. Hoy, ya viviendo en otro lugar y con más años sumados a mi experiencia de vida, agradezco cada pena que vino a visitarme y que me invitó a revisar qué estaba haciendo con mi vida ( y la de mis hijos...) 

Fue la pena la que me llevó a moverme, la que me dió impulso para salir de un lugar al que ya no pertenecía, y con el cual ya no resonaba. Si hubiera estado repitiendo maníacamente mantras de abundancia y aceptación, todavía estaría ahí.... varada en un pantano. 

Cualquiera que tenga ganas de llevar una vida con sentido, tendrá que pagar el precio de navegar las tardes grises y las noches oscuras. En esos momentos negruzcos aparece un espacio que sostiene las preguntas importantes que debiéramos hacernos más seguido. 

En la soledad y en el silencio se engendra una posibilidad de preguntar sin intentar responder, esclarecer o saber. En nuestra oxidada occidentalidad posmoderna, queremos encontrar respuestas para todo pero no tenemos la valentía de formular y sostener las preguntas importantes seguidas de silencios profundos y conscientes. 

La pena se va cuando cumple su misión, no cuando uno quiere que se vaya. Porque la agenda de la pena es la agenda del alma, del misterio y del cosmos. A la pena no le importa qué hay de cenar, qué hicieron los chicos hoy en el cole y menos le importa que quieras lo que quieras. 

Cuando estés listo para ver las cosas como son y estés dispuesto a cambiar, el camino se despeja y aparecen las oportunidades tan esperadas. La pena es una brújula para el alma y nos permite escanear y dimensionar qué tan lejos estamos de la persona que vinimos a ser y de la vida que queremos llevar. 

Si perdimos el rumbo, la única que nos dará una señal es la pena. 

Si invertimos demasiado en algo o alguien y rindió poco fruto, el único parámetro de verdad será la pena. 

La pena no se combate ni se medica, se experimenta y se integra lo que aprendimos gracias a ella. 

La pena se recibe como se recibe a todo aquel que llega y fue enviado por una inteligencia superior: se le atiende, se le escucha, se le pregunta y todo con muy buenos modales... 

Con la pena se conversa, no se negocia. 

Si no te volvés humilde y vulnerable, la pena te humilla y te estanca. Porque cuando duele, justo ahí cuando duele mucho, uno se deja de pendejadas y se pone bien alerta. Y cuando uno está alerta, aprende. Y cuando aprendés así, con esa intensidad y con esa desnudez, ese aprendizaje no se olvida nunca jamás... 

No duele para mortificarte. 

Si existen heridas abiertas, la pena te llevará directamente hacia ellas. La idea es acercarte a esas heridas con la experiencia y la sabiduría que tenés hoy. Las heridas del pasado son maleables cuando se encaran con la madurez del presente, no hay razón para temer y menos para escapar... nada malo puede suceder en ese encuentro con ese pasado remoto o no tan remoto.... más bien la promesa es liberarte de formas de ser y de estar que ya no venían funcionando tan bien como creías.

No duele para torturarte. 

No es cierto que experimentar la pena termina en una depresión. A la depresión se llega de las incontables veces que la pena intentó acercarse, advertirte y nunca escuchaste. Te ahorraste un mal rato y te compraste una condena... 

Nos hemos obsesionado con las prácticas que habilitan la dicha y la alegría. Eso es filosofía barata para el alma. El alma, al igual que la naturaleza, se nutren de los opuestos porque sólo así se consigue el balance... Pensamientos positivos en exceso limitan el crecimiento y posponen la madurez. 

No hay antídoto para la pena, solamente gratitud por todos los regalos que trae y por todas las posibilidades que nacen de ella. 

Si hubiera un antídoto, por supuesto que no sería la alegría. La alegría a destiempo y en exceso es tóxica. La alegría desmedida irrita, agota, desconecta y confunde. El alma no vive de ilusiones sino de verdades, por eso no le gusta que la engañen con alegrías enlatadas, esporádicas o ficticias. 

Este es el capítulo nueve, y el nueve representa la energía o el arquetipo del sabio, del ermitaño, del que aprende a estar solo, a oscuras y en silencio. La única compañía que tiene es a sí mismo y aprende a disfrutarla... Hay un momento en la vida (y también en el Tarot), en el que uno comprende que el mejor amigo que uno puede tener, es uno mismo. No hay amigo, marido ni amante que pueda satisfacer las llamas del amor propio... Menos todavía puede un hijo llenar ese vacío, ellos no vienen a satisfacer nada propio, los tenemos de prestado... 

Con los años aprendí la diferencia entre estar sola o sentirme sola. Miles de veces he estado rodeada de gente y aún así me sentí sola y aislada. La verdadera soledad es la imposibilidad de compartir lo que uno es, vive y siente con otros que puedan comprenderlo, apreciarlo y experimentarlo también. 

Tengo la fortuna de tener algunos pocos amigos con los que puedo ser yo misma, con mis buenos modales y despeinada también. Con ellos, puedo compartir mis experiencias, mis descubrimientos y mis perfumes.

Gracias a ellos, nunca más volveré a sentirme ni sola, ni loca. 





 



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