Cardiopatía, una enfermedad del estilo de vida
Hoy en día, la enfermedad coronaria está catalogada como una enfermedad del estilo de vida. Es por ello que debemos tener en cuenta diversos factores y hábitos que pueden llevarnos a padecer este tipo de patologías. Si bien hay factores que estan catalogados como no modificables por su naturaleza, hay otros donde sí podemos tenerlos en cuenta para mejorar nuestra calidad de vida y prevenir, tanto la enfermedad coronaria como otras patologías.
Los factores de riesgo no modificables son todas aquellas características que derivan principalmente de la edad, el sexo y la susceptibilidad genética, teniendo en cuenta la historia del paciente y sus antecedentes familiares en relación a este padecimiento. Aquellos que son modificables son todas aquellas acciones derivadas de los hábitos y estilo de vida del paciente así como también los marcadores bioquímicos que alteran el comportamiento habitual e inciden en la aparición de la enfermedad. (O’Donnell & Elosua, 2008).
El estudio Framingham fue el pionero en hablar y estudiar sobre la epidemiologia que caracteriza a la enfermedad coronaria (Balcells, 2016). Aquellos factores modificables que se pudieron caracterizar en este estudio son principalmente el tabaquismo, la hipertensión arterial, la diabetes mellitus, factores lipídicos, de colesterol y aquellos relacionados al estilo de vida (obesidad, sedentarismo, dieta inadecuada, etc.). Estos factores de riesgo no pueden pensarse de manera excluyente sino teniendo en cuenta que la enfermedad coronaria, así como también las enfermedades cardiovasculares, son multicausales y, en casi todos los casos derivan principalmente de una conjunción de factores. (Laham, 2008).
Tabaquismo
En relación al tabaquismo como factor de riesgo, la OMS (2015) expresa que el consumo excesivo de tabaco termina con la vida de la mitad de los consumidores, que cada año mueren cerca de 6 millones de consumidores y, no solo afecta a quienes consumen activamente, sino que más de 600.000 al año mueren por ser fumadores pasivos, por estar expuestos al humo del tabaco.
Los estudios de individuos sanos como el Minnesota Business Men Study, y el estudio Framingham demostraron, además, no solo una relación directa entre tabaco-enfermedad coronaria, sino también una incidencia directa en la mortalidad con estas enfermedades dando lugar a que cada 10 cigarrillos diarios se produzca un incremento del 18% de la mortalidad en hombres y 31% en las mujeres. (García-Aranda & Rubira, 2004).
Las investigaciones han demostrado que el tabaquismo acelera la frecuencia cardíaca, contrae las arterias principales y puede ocasionar alteraciones en el ritmo de los latidos del corazón. Todo esto hace que el corazón se esfuerce más. Fumar también aumenta la presión arterial, que a su vez aumenta el riesgo de accidentes cerebrovasculares.
Aunque la nicotina es el principio activo más importante del humo del tabaco, otras sustancias y compuestos químicos, como el alquitrán y el monóxido de carbono, también perjudican el corazón de muchas maneras. Estas sustancias provocan la acumulación de placa grasa en las arterias (aterosclerosis), posiblemente al lesionar las paredes de los vasos sanguíneos. También afectan las concentraciones de colesterol y de fibrinógeno (una sustancia que contribuye a la coagulación de la sangre), aumentando así el riesgo de que se forme un coágulo sanguíneo, que puede causar un ataque cardíaco o un accidente cerebrovascular.
Hipertensión arterial
Otro de los factores es la hipertensión arterial entendida como un incremento de la presión sanguínea en las arterias y esto propicia a que se genere aterosclerosis, dando lugar a que gran porcentaje de las cardiopatías sean de pacientes hipertensos. (Amaya; Soca; Lage; Lozano, 2012). Para saber si el paciente padece de hipertensión arterial lo que se hace es una prueba de detección y se considera hipertensión cuando la presión arterial es mayor o igual a 140 mmHg de sistólica y/o 90 mmHg de diastólica. Si una primera toma es mayor o igual 140/90 mmHg, se debe medir la presión al menos veces en diferentes momentos. En cada visita se medirá como mínimo 2 veces separadas por varios minutos. (Bejarano & Cuixart, 2011).
Los médicos Lopez y Macaya (2009) advierten que la relevancia de la hipertensión arterial en el curso de una enfermedad coronaria deriva principalmente en esta presión elevada va lesionando las arterias, las endurece y favorece a la implementación de arteriosclerosis. De esta manera las arterias del corazón, el cerebro, el riñón, la retina, etc., se pueden obstruir y/o destruir y de esta manera causar lesiones en aquellos órganos. Además, otra consecuencia de una presión alta es que el órgano cardíaco, es decir el corazón, realiza un esfuerzo suplementario para vencer la resistencia sanguínea y esto lo debilita que, a largo plazo, puede derivar en una insuficiencia cardiaca. Agregan, también, que la hipertensión arterial es el principal factor de riesgo modificable para la enfermedad coronaria y las posibles causas tienen que ver principalmente con factores hereditarios, la edad y de estilo de vida arraigado en un nivel de sobrepeso o de obesidad, la implementación de mucha sal en la dieta, la ingesta desmedida de alcohol y realizar poca actividad física o sedentarismo.
Diabetes
En cuanto la diabetes como factor de riesgo, está comprobado que la principal causa de muerte de los pacientes con diabetes es una enfermedad cardiovascular, especialmente la cardiopatía isquémica o enfermedad coronaria. (Bueno, 2002). Tanto la alimentación adecuada, como la actividad física y evitar el sedentarismo favorecen a que no se desarrolle patologías como la cardiopatía isquémica o la diabetes mellitus tipo 2. (Amaya; Soca; Lage; Lozano, 2012).
Por otro lado, Maiz (2005) afirma que se habla actualmente del síndrome metabólico entendiendo a este como una condición patológica que tiene que ver con una resistencia a la insulina e hiperinsulinemia siendo estos factores de riesgo para la adquisición de la diabetes mellitus tipo 2 pero también para la adquisición de patologías relacionadas con arterosclerosis y/o trombosis.
Bosch, Alfonso y Bermejo (2002) estudiaron que los pacientes diabéticos tienen una mayor probabilidad de presentar un síndrome coronario agudo de forma silenciosa. Es por esto que es primordial detectar la enfermedad en las primeras fases ya que una de las principales razones del mal pronóstico de estos pacientes con diabetes y cardiopatías isquémicas es la prevalencia de la disfunción ventricular y de insuficiencia cardiaca (miocardiopatía diabética)
Dislipidemia
La dislipidemia puede estar caracterizada por hipercolesterolemia, es decir, altos niveles de colesterol total en la sangre (superior a 200mg/dL de sangre) o por un bajo nivel de colesterol de HDL, es decir, lipoproteínas de alta densidad o colesterol bueno (Maiz, 2005). Teniendo en cuenta esto Lopez y Macaya (2009) aportan que numerosos estudios demostraron que hay una relación entre los niveles de colesterol en sangre y la incidencia de enfermedades cardiovasculares, porque son más frecuentes en sujetos con hipercolesterolemia que en los sujetos con niveles bajos de colesterol LDL. Aun así se demostró también que la reducción de estos niveles altos de colesterol LDL disminuye la incidencia de enfermedades coronarias. Sin embargo, los riesgos que presentan los niveles de colesterol no pueden pensarse por fuera de un sistema de factores de riesgo que permiten que se manifieste las complicaciones cardiovasculares como la presión arterial, la diabetes, la edad, el sexo o el tabaquismo por ejemplo.
Según Cisneros, Liliam y Carrazana (2013) tomando a Delcán (1999):
La variabilidad de los lípidos en sangre está determinada por factores endógenos relacionados con el metabolismo del individuo, y por factores exógenos o ambientales cuyo principal elemento lo constituye la dieta, interviniendo en la etiopatogenia de diversas alteraciones del metabolismo lipídico relacionadas con un riesgo aumentado de enfermedad aterosclerótica. El colesterol sérico total (CT) y el colesterol unido a lipoproteínas de baja densidad (LDL) se asocian de forma independiente, fuerte y continua con el riesgo de enfermedad isquémica del corazón, incluso en los jóvenes y en poblaciones con bajo riesgo coronario.
Obesidad
López-Jiménez y Cortés-Bergoderi (2011) explican que esta es uno de los factores más influyentes junto con el sedentarismo, la hipertensión y la dislipidemia, en provocar enfermedades cardiovasculares, así como también diabetes mellitus tipo 2. Así mismo, estos autores afirman que el cambio en el estilo de vida y la adaptación a una dieta saludable pueden reducir el riesgo de la patología.
En una investigación hecha en Colombia se comprobó que (Daza, 2009):
Hombres con 20% por encima del peso deseable muestran un incremento de 20% en la probabilidad de muerte por todas las causas; 25% en la mortalidad por enfermedad coronaria, 10% por accidentes cerebrovasculares, dos veces el riesgo de padecer diabetes.
Por otro lado, el estudio Framingham comprobó que hay un alto riesgo de padecer alguna enfermedad cardiovascular si el paciente padece de obesidad, independientemente de los otros factores de riesgo. (Stokes; Garrison; Kannel, 1985).
Lopez y Macaya (2009) afirman que hay datos para afirmar que el exceso de grasa corporal predispone a padecer hipertensión en pacientes normotensos (de presión normal) y agrava a aquellos que ya tienen hipertensión arterial, lo que puede derivar en una aterosclerosis. Pero, así mismo, a la inversa se presenta que aquellos pacientes con sobrepeso que reducen su nivel de grasa corporal excesivo se manifiesta un descenso en los niveles de presión arterial y añade nuevos beneficios sobre otros factores de riesgo metabólico como el azúcar y los lípidos. Debe tratarse, en estos casos, de reducir el nivel del índice de masa corporal (peso en kilogramos dividido por la talla en metros al cuadrado) hasta un 25% en quienes manifiestan obesidad y mantenerlo en un rango normosómico (sin sobrepeso) que rondaría entre los 19 y 25%. Haciendo esto se manifestará un descenso de la presión arterial sistólica de entre 5 y 20 mmHg.
Como hemos visto, tanto con estos factores como con otros que quedaron fuera, debemos estar atentos a nuestro cuerpo y como este se manifiesta. Hoy en día, mantener un estilo de vida saludable es fundamental para una vivencia óptima. Por ello, es importante informarnos, pero tambien actuar en consecuencia. Está en nosotros elegir una vida saludable, está en nosotros promover la salud y, sobre todo, está en nosotros elegir darle a nuestro cuerpo lo mejor.
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• O’Donnell, C. J., & Elosua, R. (2008). Factores de riesgo cardiovascular. Perspectivas derivadas del Framingham Heart Study. Revista española de Cardiología, 61(3), 299-310.
• Laham, M. (2008). Psicocardiología: Su importancia en la prevención y la rehabilitación coronarias. Artículos en PDF disponibles desde 1994 hasta 2013. A partir de 2014 visítenos en www. elsevier. es/sumapsicol, 15(1), 143-170.
• Balcels, M. (2016) El estudio Framingham. Sociedad Española de Neurología. Servicio de Neurología. Hospital Universitari del Sagrat Cor. Barcelona, España.
• García-Aranda, V. L., & Rubira, J. C. G. (2004). Tabaco y enfermedad cardiovascular. MONOGRAFÍA TABACO, 16(suplemento 2), 101.
• Amaya, E. T., Soca, P. E. M., Lage, L. A. C., & Lozano, Y. S. (2012). Factores de riesgo y prevención de la cardiopatía isquémica. Correo Científico Médico, 1000(16), 2.
• López, A., & Macaya, C. (2009). Libro de la salud cardiovascular del Hospital clínico San Carlos y la fundación BBVA. Primera edicion. Fundación bbva, ediciones Bilbao, España.
• Bueno, H. (2002). Prevención y tratamiento de la cardiopatía isquémica en pacientes con diabetes mellitus. Revista española de cardiología, 55(9), 975-986.
• Maiz, A. (2005). El síndrome metabólico y riesgo cardiovascular. Boletín de la Escuela de Medicina, 30(1), 25-30.
• Bosch, X., Alfonso, F., & Bermejo, J. (2002). Diabetes y enfermedad cardiovascular. Una mirada hacia la nueva epidemia del siglo XXI. Revista española de cardiología, 55(5), 525-527.
• López-Jiménez, F., & Cortés-Bergoderi, M. (2011). Obesidad y corazón. Revista espanola de cardiologia, 64(2), 140-149.