Carreras importantes

Disfruto hablando con la gente, sobre todo cuando pertenece a mundos o ámbitos distintos al mío. Muchas veces me lo tomo como un estudio sociológico personal, y me encanta. Siempre se aprende algo nuevo, abre la mente o reafirma las propias opiniones.

Los taxistas, a veces, son buenos conversadores; tantas horas en un coche deben de animar a hablar. El otro día me subí a uno para llevar a mi bebé al hospital. Estoy experimentando que cuando tienes hijos siempre hay algo de qué hablar, sobre todo si la otra persona también tiene. “Es muy bueno ese hospital. Estuvimos con mi hija varias veces”. Y empieza la conversación. “Está muy unida a nosotros y se preocupa demasiado por los demás. De hecho va a estudiar Educación Social. Y a mí me gustaría que, en lugar de eso, hiciera Derecho o Arquitectura, ¿sabe usted?”.

Las señoras mayores también son buenas conversadoras: tienen tiempo y vivencias que compartir. En este caso la mecha también la encendió mi hija. “¿Es la primera? ¡Adelante! Yo tengo muchos nietos”. “Uno de ellos cambió la Ingeniería por el Cine, fíjate… Con lo bien que iba…”.

A ambas personas les respondí algo parecido. Al taxista, que “si su hija es tan buena y generosa como me cuenta, es perfecta para esa carrera”. A la señora, que “en el Cine hace falta gente con valores y la cabeza bien amueblada como su nieto”.

Y uno y otra contraatacaron con la misma idea: "Pero las otras carreras son más importantes”.

Si me conocéis bien sabréis que mis aletas de la nariz se hinchan cuando oigo esas cosas. Gran parte de los problemas actuales se deben a esa forma de pensar. Mentes sin vocación, luces apagadas. Mi hija, mi nieto, que estudie algo “importante”. Porque ayudar a los que lo necesitan no lo es, claro. Y crear arte, tampoco, por favor. Mis narices se vuelven a hinchar mientras lo escribo. ¿Qué clase de sensibilidad piensan algunos que debe tener el mundo? Si es que el mundo necesita sensibilidad, claro.

Sinceramente, espero que esta forma de pensar sea cada vez menos común. Espero que la idea casposa de intentar obligar a los hijos a que estudien lo que a uno le gustaría, desaparezca. Conozco gente que ha tenido que estudiar algo que no quería para darle el gusto a sus padres y que luego se ha dedicado a lo que realmente le gusta. Pero también conozco gente que ha acabado ejerciendo el sueño de los suyos sin atreverse a enfrentarse al propio; imagino que por falta de empuje y motivación.

No soy experta en Educación, pero sé que cada individuo es diferente y que hay muchos tipos de inteligencia, y centrarse en la que uno considera ideal no tiene sentido. Creo que hay que potenciar al máximo las virtudes de cada persona y favorecer la inteligencia a la que pueda sacarle mayor partido (ojo, no por ello descuidar las demás), respetando siempre la libertad. Sin imposiciones ni menosprecios a otras carreras u ocupaciones.

Porque todos tenemos un genio dentro; solo tenemos que buscarlo en el recoveco adecuado y dejarlo salir -ya sea en nosotros mismos o en los demás-. Y mirar más allá de los clichés, de lo que se espera de nosotros o de ellos y de otras casposidades varias.

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