China y los Estados Unidos, por Aire y por Mar
Resulta entendible que el evento que ha concitado en estos días, un mayor interés para quienes estamos atentos a los avances que registra el ámbito aeronáutico y espacial mundial, con el desarrollo de tecnologías que tienen el potencial de llegar a emplearse por parte de industrias civiles y militares, es el lanzamiento desde Cabo Cañaveral de un cohete Falcon 9, el cual transportará a dos astronautas a bordo de la capsula que lleva un Dragón pintado en su exterior, hacia la Estación Espacial Internacional, en un esfuerzo conjunto que lleva ya varios años de planificación, con éxitos y fracasos, a cargo de diseñadores, ingenieros y profesionales de la NASA y de la firma Space X (Space Exploration Technologies Corp.), fundada en el 2002 por el emprendedor sudafricano, Elon Musk.
Este nuevo hito en la historia del programa espacial estadounidense, tiene no solo el potente significado de ser el reinicio de los programas tripulados tras unos nueve años de inactividad, con ambiciosas metas plenamente identificadas para llevarse a cabo en el presente siglo, entre las cuales figura para las autoridades en Washington, D.C., el retorno a la Luna y una primera misión con astronautas a Marte. Debe ser además visto con especial atención, pues se lleva a cabo en momentos que se producen hechos que reflejan un claro ánimo de discordia y competencia, entre quienes muestran, con hechos y no solo palabras, ser los dos principales protagonistas de la política exterior del presente siglo, los Estados Unidos y la República Popular China.
No es ningún secreto que cada detalle a ser captado de cada instrumento, sensor, pieza y equipo, como de la vestimenta, a ser empleado por los pilotos Doug Hurley (ex Infante de Marina) y Bob Behnken (ex Fuerza Aérea), en su periplo de 19 horas de duración en piloto automático al espacio, a ser transmitido por televisión abierta y por streaming, será cuidadosamente grabado, analizado, registrado y revisado, no solo por quienes tienen la responsabilidad de velar por su seguridad y retorno a la tierra, unos 120 días después de haberse acoplado a la Estación Espacial Internacional. Ello, porque estamos en una carrera tecnológica de primer orden, en donde los Estados Unidos y la República Popular China no se están dando tregua, con Beijing también impulsando programas espaciales con metas ambiciosas, tales como el lanzamiento en julio próximo, de un cohete Larga Marcha 5B, el cual transportará al vehículo/rover Tianwen-1 (significa “la búsqueda de la verdad celestial”), con destino a Marte, y la puesta en operación de la estación espacial modular Tiangong (“Palacio Celestial”), prevista ésta de un telescopio y de otros implementos/equipos de última generación, en el año 2022.
Pero, no solo son estos programas aeronáuticos/espaciales los que muestran que el tablero en donde se despliegan los esfuerzos por competir de igual a igual y de frente, está en plena ebullición. Por ejemplo, a principios del mes de mayo, aterrizó de manera similar a como lo hicieron en años pasados, 78 transbordadores espaciales en la pista del centro espacial en Cabo Cañaveral, el avión espacial no tripulado y reutilizable de la Fuerza Aérea de Estados Unidos denominado X-37B, tras una misión de dos años en órbita. Poco se sabe realmente de los detalles de las actividades cumplidas por este altamente clasificado vehículo orbital fabricado por Boeing, la misma que próxima a la ciudad de Seattle, produce aviones comerciales tales como los 767, 777 y 787.
Por su parte, la República Popular China ha hecho noticia en semanas recientes, por medio de las primeras fotografías captadas de un nuevo prototipo de avión de combate furtivo de quinta generación, el FC-31, el cual tiene 17 metros de largo y se proyecta, potenciado con nuevos motores y sistemas de armas, a constituirse en un formidable contrincante del aparato estadounidense F-35, el cual ya está siendo gradualmente incorporado por las fuerzas aéreas de Australia, Israel, Japón y el Reino Unido, entre otras que son claramente cercanas a Washington, D.C.. Mención especial debe otorgarse al desarrollo de drones por parte de empresas chinas, tales como el DR-8 presentado durante la parada militar llevada a cabo en Beijing, en octubre del año pasado, con motivo del 70° aniversario del establecimiento de la República Popular China. Capaz – según el fabricante – de alcanzar una velocidad superior a Mach 3.3, necesario ello para operaciones de reconocimiento, contramedidas electrónicas y ataques de precisión, su equivalente en el arsenal estadounidense es el dron militar X-47B, aún en etapa de pruebas previo su incorporación a la marina de ese país. Otras plataformas que resultan notables por su diseño, ingeniería aplicada y capacidades son el nuevo misil hipersónico DF-17 (alcance de unos 2.500 kms.) y, por cierto, por su alcance superior a los 15.000 kms., el misil balístico intercontinental nuclear más avanzado del arsenal chino a la fecha, el Dongfeng-41.
Poner los ojos en el cielo y en lo que ahí ya está ocurriendo – o puede llegar a acontecer – no es posible, sin prestar atención a lo que está sucediendo sobre y debajo del mar, desde el Ártico a la Antártica, por parte de los Estados Unidos y la República Popular China. Más allá del mayor despliegue de buques estadounidenses en el área del Mar del Sur de China, regularmente transitando a 12 millas de los islotes artificiales construidos por Beijing, con los preparativos en marcha para una nueva versión de los ejercicios RIMPAC 2020, en agosto próximo en aguas próximas a Hawái , en días recientes, hemos sabido de pruebas con la destrucción de un dron aéreo, empleando para ello un poderoso sistema de armas laser de alta energía, desplegado a bordo del buque estadounidense de transporte anfibio USS Portland. Mientras, por parte de la marina china, novedades se centran, entre otras, en la puesta en operación de dos nuevos submarinos nucleares, los cuales podrán lanzar misiles balísticos con un alcance de hasta 10 mil kilómetros.
En el plano polar, en instancias que dos rompehielos de la República Popular China, los MV Xue Long y Xue Long 2 (significa “Dragón de Nieve”), este último, el primer buque construido en un astillero chino, con capacidades para navegar en aguas gélidas y superar hielo de grueso espesor, completaron la 36° comisión antártica a cargo de científicos y especialistas, los Estados Unidos, sobre la base de lo estipulado en su documento titulado “Servicio de Guardacostas: Una Visión Estratégica sobre el Ártico”, anticipó que para el año 2024 estará operativo el primero de hasta tres nuevos buques rompehielos, cuyo costo de construcción, a cargo del astillero VT Halter Marine, superará los US$745 millones. La República Popular China mantiene cuatro estaciones operativas en la Antártica, con una quinta en construcción, en el área del Mar de Ross.
Asimismo, en semanas recientes y por primera vez desde el término de la Guerra Fría con la ex Unión Soviética, tres destructores de la Sexta Flota cumplieron una comisión navegando desde el puerto de Rota, en España, al Mar de Barents, un sector del Océano Ártico, mostrando la bandera estadounidense en un área geográfica que está gradualmente militarizándose, a consecuencia de su valor en términos de constituir una ruta a ser empleada por buques mercantes de transporte, como también por las vastas reservas de gas, petróleo y minerales en sus suelos. Cables submarinos para telecomunicaciones que son vitales para economías occidentales, se encuentran también emplazados en esa zona, en donde Rusia y la República Popular China han ido desplegándose en años recientes con más capacidades, personal y material. Cabe destacar que la primera expedición china al Ártico fue en el año 1999 y, cinco años más tarde, estableció su primera base (“Río Amarillo”).
Por otra parte, dos portaaviones de la Marina del Ejército Popular de Liberación ya están operativos – el Liaoning (2012) y el Shandong (2019) – y un tercero en construcción. Éstos dos primeros están navegando y plenamente capacitados para llevar a cabo misiones propias de una marina de alta mar, con aviones a reacción, de transporte, helicópteros y drones despegando desde su cubierta de vuelo. Tanto la República Popular China como los Estados Unidos se encuentran incorporando regularmente nuevas unidades de combate (destructores tipo 055, corbetas y submarinos con capacidad de transporte de misiles balísticos de largo alcance, por parte de China, y del destructor más moderno del planeta, el DDG-1000 USS Zumwalt, y de dos nuevos submarinos de ataque de la clase Virginia Block IV, el USS Delaware y más reciente, el USS Vermont, incorporado el pasado 18 de abril, a la US Navy. Ello constituye un decidido proceso de modernización de las capacidades navales de ambos países.
Los números impresionan y los desafíos que se presentan son mayores. Ya en enero del año pasado, la marina china contaba con 335 buques, un 55% más que lo que se encontraba en su arsenal en el 2005, proyectando construir al 2030, al menos 38 nuevos submarinos con capacidad de transportar misiles con ojivas nucleares. La US Navy cuenta actualmente con 430 buques, con los nuevos portaaviones nucleares USS Gerald R. Ford y USS John F. Kennedy, a poco de ser incorporados al servicio activo. Por su parte, en abril pasado, la armada china recibió su primer buque de asalto anfibio tipo 075, de más de 40 mil toneladas, una muestra tangible de la convicción por proyectar y salvaguardar los intereses chinos en ultramar, lo que se potencia a través de la importante inversión que se ha efectuado para operar una base en el noreste del continente africano, en Djibouti, desde el año 2017.
No puede haber duda que estamos transitando por un escenario nuevo, difícilmente con marcha atrás, si acaso tomamos debida consciencia sobre las decisiones que están siendo adoptadas, previo un análisis de sus objetivos, procesos de consulta y financiamiento, tanto en Beijing como en Washington, D.C., en términos de proyectar presencia y poder en toda su dimensión, en una fase inédita de sus relaciones bilaterales. Más importante aún, con ambos actores internacionales detrás de propuestas como son la Iniciativa de la Franja y la Ruta por parte de la República Popular China, y del concepto de Indo Pacífico, por parte de los Estados Unidos y sus aliados más cercanos. En ambos casos, se están incorporando elementos de seguridad en sus ecuaciones, en sus más amplias dimensiones, incluyendo entre otros, la seguridad alimenticia, energética, ambiental, logística y sanitaria, ésta última potenciada en tiempos de emergencia global por la pandemia coronavirus/Covid-19.
Con todo, el despliegue hoy en marcha por parte de China y los Estados Unidos, no solo debe verse exclusivamente desde una perspectiva económica, comercial o financiera, tecnológica, académica o cultural. El accionar se encuentra, al fin y al cabo, articulándose en torno a lo estrategico, privilegiando todo aquello que está vinculado en contar con un entorno seguro en su más amplia estructura, significado y dimensión, por aire y por mar, si acaso los liderazgos han de contar con espacios para influir, marcar rumbo y continuar siendo resilientes.
Mario Ignacio Artaza – Mayo 2020