EL DÍA QUE ESPAÑA APRENDIÓ A HACER SATÉLITES

EL DÍA QUE ESPAÑA APRENDIÓ A HACER SATÉLITES

Hace cincuenta años, el 15 de noviembre de 1974, España lanzaba su primer satélite. Esta es su historia.


La aventura espacial española comenzó con la creación de la Comisión Nacional de Investigación del Espacio (CONIE) en julio de 1963. Su brazo ejecutor iba a ser un centro de investigación creado por el Ejército del Aire en 1942: el INTA, Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica (se convertiría en Aeroespacial en octubre de aquel mismo año). El director del programa espacial, Luis Pueyo, lideró la redacción del primer Programa Nacional del Espacio cuya piedra angular iba a ser el diseño y fabricación de un satélite. El objetivo estaba muy claro: teníamos que aprender a hacerlos. Para dirigir este proyecto se eligió a un ingeniero aeronáutico de 33 años, José María Dorado, que muchos años después comentaría: “en aquella época, hacer un satélite era como ligar con Charlize Theron”.

Por entonces, las capacidades de nuestro país para la aventura espacial eran escasas. El primer presidente de la CONIE, Rafael Calvo, escribió en 1963 con pocas esperanzas: “podemos aspirar a realizar quizás algún pequeño programa [de pequeños satélites]”. A todo ello se unía la obstinada reticencia del Ministerio de Hacienda, que consideraba injustificado invertir dinero en algo tan nebuloso como la investigación espacial. Así que, entre 1964 y 1968, la CONIE tomó la razonable decisión de definir como objetivos a alcanzar en esos años el entrenamiento de personal (se enviaron casi un centenar de ingenieros y científicos becados al extranjero), mejorar las instalaciones de investigación y definir el primer programa espacial.

El INTA comenzó el desarrollo de un satélite asesorado por la empresa británica Hawker Siddeley Dynamics -cuya experiencia espacial era el campo de los vehículos lanzadores (en satélites se restringía a uno)-, Standard Eléctrica -creada en España en 1926 por el mastodonte norteamericano de las telecomunicaciones ITT-, y la puramente española Construcciones Aeronáuticas (CASA) -hoy filial de Airbus SE-.

Según Dorado, “HSD, con el asesoramiento de la norteamericana TRW [que en el futuro construiría los telescopios espaciales Compton y Chandra, para desaparecer en 2002 absorbida por la mayor empresa de tecnología militar del mundo, Northrop Grumman], había desarrollado unos pequeños satélites que nos querían colocar. Pero llegamos a la conclusión de que con eso no íbamos a aprender nada, y rechazamos su propuesta”. Eso no gustó a los británicos, que acabarían por retirarse del proyecto. Dorado estaba a favor de construir uno inspirado en el satélite francés FRANCE 1, “pero CASA dijo que era muy complicado”.

También pesaban otro tipo de razones. El FRANCE 1 era un satélite tipo Scout, denominado así por el nombre del cohete que los colocaba en órbita baja. Era el lanzador más económico del momento pero su precio excedía, con mucho, el presupuesto del programa. En un extraordinario acto de fe, los españoles se convencieron de que la NASA -con la teníamos buenas relaciones desde 1951, cuando todavía era NACA (Comité Asesor Nacional para la Aeronáutica)- nos proporcionaría una manera de enviar el satélite al espacio. Pero, claro, era bastante arriesgado creer que nos fueran a regalar uno de sus Scout, que compraban a tocateja al fabricante…

No quedaba otra que rebajar las expectativas y desarrollar un satélite más pequeño que volase como polizón (piggy back, en la jerga astronáutica). De este modo el coste de lanzamiento estaría pagado -al menos casi en su totalidad- por el cliente principal. Y como la fe mueve montañas, los ingenieros del INTA se pusieron a trabajar en el diseño de un satélite sin tener ni idea de la órbita a la que iba a colocarse, ni del lanzador que lo iba a mandar al espacio, ni de si tendrían dinero suficiente para hacerlo realidad.

Así nació el INTASAT-1.

Ahora bien, ¿qué llevaría a bordo? El INTA lanzó una petición de ofertas a la comunidad científica nacional, acompañada por un presupuesto de lo más ajustado. Como podemos imaginar, no llovieron las propuestas por lo que “este proyecto se consideró totalmente tecnológico y no se incluyó como requisito que transportase una carga científica”, escribiría años después Dorado. Por suerte se cambió de opinión. Fue una decisión afortunada, pues la NASA impondría como requisito para un lanzamiento gratuito que llevase carga científica.

El nivel ingenieril de España había aumentado considerablemente desde 1964 gracias, según Dorado, “a tres años de actividad espacial, funcionamiento de las nuevas instalaciones y aplicando estrictos requisitos para el ingreso de nuevos profesionales”. Pero nuestro país es como es, y el INTA no creía que el satélite se pudiera llevar a buen puerto. Todo lo contrario a la actitud de la NASA, que confiaba plenamente en las capacidades del equipo español, al que investigó  “antes de decidirse a colaborar con el INTA en este proyecto”, reconocía Dorado. Para colmo, tampoco la CONIE las tenía todas consigo; prueba de ello es que no aprobó el proyecto hasta 1971. Esta falta de confianza entre la dirección y los técnicos estuvo a punto de conseguir que el INTASAT se fuera al garete en más de una ocasión.

Una vez completada la fase de definición, y con el presupuesto totalmente gastado, el INTASAT languideció durante un año; solo el INTA mantuvo a sus ingenieros en la brecha. Había que decidir el equipo científico embarcado, y los investigadores tenían en mente un detector para estudiar los rayos gamma provenientes del Sol. Pero a la NASA no le gustó un pelo: ellos preferían que volara un faro ionosférico que midiera el contenido total de electrones en la ionosfera. También sugirió incluir otro experimento: estudiar el efecto del espacio en la tecnología CMOS, usada en la construcción de circuitos integrados.

El excelente trabajo de los ingenieros españoles tuvo su recompensa cuando en agosto de 1971 el gobierno aprobó un presupuesto de casi 104 millones de pesetas para la conclusión del proyecto. En mayo de 1974 los más de 20 kg de peso del INTASAT estaban listos, y el 15 de noviembre se lanzó desde la base aérea de Vandenberg, en California.

La euforia del lanzamiento, que llenó portadas y telediarios, fue todo lo que quedó de aquella epopeya. Los tiempos convulsos provocados por la muerte del general Franco y la transición política subsiguiente, unido a la crisis del petróleo, hizo que ese know-how obtenido con gran esfuerzo y sacrificio durmiera el sueño de los justos durante más de dos décadas, hasta que en 1997 se lanzó el segundo satélite español, el Minisat-1.

(Publicado en la revista MUY INTERESANTE)

Oficina de Transferencia del Conocimiento

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