Ciudades sostenibles y ciudadanos comprometidos

Arq. Magela Cabrera Arias

Las áreas urbanas se están constituyendo en el nuevo hábitat para la humanidad. Lamentablemente, es un hábitat donde nuestras instituciones nos han dejado desatendidos, donde las pautas culturales y la planificación racional han ido perdiendo terreno frente a la especulación inmobiliaria y las presiones del mercado, y donde los políticos no han sido capaces de ejercer liderazgo y fomentar la participación ciudadana para generar ciudades sostenibles donde prospere el bienestar colectivo.

En efecto, la urbanización acelerada es la pauta, se espera que en el 2030 los residentes urbanos ascenderán a 598.8 millones. Latinoamérica y el Caribe es una de las regiones más urbanizada del planeta, donde la urbanización se caracteriza por concentrar habitantes y actividades económicas en pocas ciudades, o incluso solo en la capital. Así, el área metropolitana de Ciudad de Panamá concentra el 66% de la población urbana de Panamá, San José el 55% de Costa Rica, Ciudad de Guatemala el 53% de Guatemala, Santiago el 41% de Chile, Lima el 40% de Perú y Buenos Aires el 39% de Argentina.

Para comprender esta nueva ciudad, es necesario reconceptualizarla. La ciudad históricamente ha sido el centro hegemónico, núcleo concentrador de los poderes económicos, políticos, sociales, religiosos, militares y de mercado, actualmente la metamorfosis, refuerza y consolida las fuerzas de este último: el mercado. Las ciudades se han convertido en espacio de compra venta, de intercambio, enclave donde se moldea la producción, el consumo e intercambio de mercancías y servicios.

La gestión de la ciudad, enmarcada en el fenómeno de la globalización, es un territorio donde ocurren procesos contradictorios; simultáneamente produce inclusión y provoca exclusión para dar cabida a las nuevas necesidades del mercado. La expansión de las áreas urbanas ha dejado una red gigantesca de conurbaciones dispersas, difusas, integradas y desintegradas al proceso urbano. Está surgiendo una nueva trama, un espacio en el cual los emplazamientos, los objetos y las relaciones sociales de producción reflejan mas o menos certeramente las tendencias ambivalentes de la globalización, y donde los ciudadanos echamos en falta calidad de vida y posibilidades de convivencia enriquecedora.

En Panamá, como en la mayoría de las ciudades latinoamericanos, los ciudadanos sentimos preocupación por la falta de seguridad y por otros aspectos tales como: ausencia de infraestructura de servicios adecuada –particularmente la dotación de agua potable, alcantarillados y la gestión de los desechos domésticos, en adición a los problemas de movilidad, y la escasez de espacios públicos, plazas y áreas verdes que favorezcan la comunicación, y la seguridad ciudadana. Las autoridades municipales y locales tienen la responsabilidad de garantizar ciudades sostenibles y más seguras; no obstante, solo lo lograremos exigiendo a los políticos que impulsen acciones urbanísticas democráticas. Estas se caracterizan por posibilitar la activa participación ciudadana y por abogar por el bienestar colectivo, pues únicamente así se propicia el desarrollo de ciudades más habitables e incluso se abona por una mayor gobernabilidad, creando por tanto ciudades más seguras. 

Hasta el momento en Panamá, los ciudadanos nos hemos divorciado de la gestión de la ciudad, y ¡ya vemos los lamentables resultados! Por tanto, parecería razonable proponer que todos, profesionales, estudiantes, mujeres, jóvenes, indígenas, trabajadores y empresas, nos responsabilicemos por impulsar una gestión adecuada para construir ciudades inteligentes y para asegurar su desarrollo sostenible. Si deseamos que nuestro mundo urbano ofrezca mejor calidad de vida, debemos responder activamente ante los desafíos arriba mencionados.

En Panamá, para lograr la gestión participativa de la ciudad es fundamental en primer lugar, impulsar la descentralización para otorgarle a los gobiernos locales la posibilidad de trabajar con los ciudadanos, de velar por los intereses de la comunidad y de conocer de cerca las necesidades y problemas. Al integrar a los ciudadanos en la definición de la ciudad – como espacio publico compartido- se consigue un sentido de pertenencia, que por tanto garantiza su sostenibilidad, sino que, además, constituye inequívocamente la forma de erigir ciudades sostenibles en un marco democrático, logrando así una concepción moderna de política municipal.

En segundo término, es primordial ampliar la conciencia de los ciudadanos de que la gestión de la ciudad no es eminentemente técnica sino, por el contrario, es política. Tal es el caso de las decisiones que definen el uso del espacio público, o el tipo de viviendas o comercios que se permitirán en determinado sector. Política es también la opción de tolerar la injusticia o combatirla en relación a situaciones de marginación originadas por el sexo, la edad, la etnia o la ausencia de recursos económicos. Políticas son las actividades que las autoridades impulsan para ampliar la oferta cultural y educativa, o para proteger a los ancianos o para brindar campos de deporte a los jóvenes. Es decir, políticas son la mayoría de las acciones que deciden la conformación de la ciudad, y debemos ser conscientes de ello para así exigir nuestros derechos, tal como lo expresa la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Si queremos ciudades inteligentes, seguras, sostenibles que propicien el desarrollo económico, la convivencia armoniosa y la calidad de vida, es imperioso superar el modelo de urbanismo desarrollista que hemos tolerado en Panamá. Este modelo desarrollista, no humanizado ni sostenible es el que deja el diseño de la ciudad en manos de promotores y de políticos y burócratas inescrupulosos, y que fomenta el desarrollo de ciudades dormitorio carentes de equipamientos culturales, deportivos, áreas verdes, plazas, etc, y que desatiende necesidades imperiosas como la distribución del agua potable y el ordenamiento del transporte publico.

La globalización, la capacidad de interconexión que nos ofrece Internet, las exigencias de la descentralización y la necesidad de ofrecer un nuevo modelo de vida ciudadana, debe obligar a los políticos a realizar un esfuerzo de comprensión y de metamorfosis de la realidad, si es que verdaderamente aspiran a ser elegidos. Por nuestra parte, como ciudadanos, debemos exigir una nueva forma de hacer política que tenga en cuenta que las ciudades están hechas de seres humanos y que defienda y propicie, como el mejor instrumento de gestión de la ciudad sostenible que todos ansiamos, la participación democrática de sus ciudadanos.


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