Comentarios a Nota de La Gaceta - La industria madre: la evolución de la actividad azucarera

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Durante el período hispánico, la caña de azúcar llegó en 1480 a las Islas Canarias y desde allí Colón la llevó a la isla La Española en su segundo viaje a América en 1493. Al territorio continental americano, la planta llegó primero a Panamá en 1510 y luego, con la expedición de Hernán Cortés a Méjico en 1519, y a Perú con la de Pizarro en 1533. Al norte de Argentina llegó de la mano de Francisco de Aguirre en 1553. Durante los siglos XVII y XVIII, para uso doméstico, los jesuitas la cultivaron y produjeron azúcar en Tucumán en su misión ubicada en la zona de Lules.


Las guerras de la Independencia cortaron abruptamente el comercio con el Alto Perú, en torno al cual giraba la economía tucumana durante el período hispano. Con cepas que en 1760 introdujo a Salta desde Perú Juan Adrián Fernández Cornejo (para fundar su ingenio San Isidro), el Presbítero José Eusebio Colombres tuvo la clarividencia de generar en Tucumán un nuevo paradigma productivo, iniciando su explotación comercial que se dio primero a nivel regional.


La llegada del ferrocarril a Tucumán en 1876 supuso un gigantesco salto para la actividad. El mismo trajo las primeras máquinas a vapor y a la vez permitió llegar con la producción a los principales centros de consumo del litoral del país, que hasta entonces se abastecían con azúcar de Brasil. En pocos años, de más de 200 establecimientos rudimentarios, la producción pasó a concentrarse en poco más de 30 ingenios, que configuraron la primera industria pesada del país.


Contrario a lo que denota la cuestionable leyenda negra tejida alrededor de la actividad, la generalización de ésta supuso un salto en la calidad de vida de la gente que fue incorporándose a la misma. Zafreros que en sus zonas de origen tenían expectativas promedio de vida de 30 años, mejoraron sustantivamente su alimentación, vivienda, salud, educación de sus familias, etc. Acciones que se anticiparon a la mayoría de las conquistas sociales del siglo pasado y que se encuentran magníficamente ilustradas en la publicación del cincuentenario del Centro Azucarero Argentino.


La crisis de 1966 fue un fenómeno internacional que amerita ser explicado en toda su dimensión, más allá de las cuestiones ideológicas locales a las que pretende circunscribírsela. Se gesta ante el cambio de paradigma en el mundo azucarero a causa del embargo a Cuba debido a la crisis de los misiles. La salida del mercado del principal productor y exportador mundial suscitó expectativas de nuevas oportunidades. A nivel mundial hubo una carrera desenfrenada para aumentar la producción, a la que se plegó también Argentina. Pero, fue tal su efecto que al cabo de un par de años los excedentes productivos derrumbaron los mercados. La situación fue pésimamente administrada en Argentina, al punto que llegaron a acumularse stocks de pasaje de zafra equivalentes a 7,5 meses de consumo (cuando lo normal es 1 mes), con la perspectiva de que superaran los 13 meses hacia finales de la zafra 1966. Peor fue todavía el conocido desenlace.


Con el valioso aporte de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres, fundada en 1909, lo más significativo en épocas recientes, quizá fue el salto tecnológico logrado entre 1995 y 2005 con la introducción y rápida difusión de una variedad traída desde Luisiana que permitió cerrar la brecha de rendimientos de Tucumán respecto a otras regiones, sumado a la maduración temprana con la que se logró alargar la zafra. A esto se suma la generalización de la cosecha mecanizada mediante la incorporación de una nueva generación de máquinas aptas para trabajar en verde, la adopción de esquemas de transporte más eficientes. El tiempo de estacionamiento de la caña cosechada disminuyó de días a sólo cuestión de horas, reduciendo notablemente las pérdidas asociadas. Otros logros se consiguieron en fabricación en términos de mejoras de retención y energéticas.


Hoy la agroindustria del bicentenario encuentra a la actividad con grandes oportunidades para ofrecer energías renovables de carbono neutro, en un mundo que se ha propuesto alcanzar la carbono neutralidad hacia 2050. La transición de matrices energéticas basadas en combustibles fósiles (que están exentas de reparar o compensar el daño ambiental que provocan sus emisiones), podrá acelerarse a través de una adecuada compatibilización de las políticas energéticas con las ambientales que exige el planeta.

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