"Comisión de Reconstrucción": Conversar, la única forma para salir fuerte de verdad.
“La conversación es una de las formas más altas de la hospitalidad humana”, decía el filósofo chileno Humberto Giannini, quien practicó hasta su muerte el arte de la conversación pero también del diálogo (distinguía una del otro).
En toda conversación y diálogo hay siempre un riesgo, sobre todo si el interlocutor o contertulio piensa distinto. Por no conversar, las diferencias de ideas terminan resolviéndose en guerras inútiles y fratricidas. Eso ocurre en realidad cuando las ideas o pensamientos se degradan en ideologías, cuando estas ofrecen una seguridad al que cree “poseerlas”, muy parecida al creyente que se aferra a una forma simplista de su fe. En realidad, son las ideologías las que poseen a los seres humanos, quitándoles su libertad interior. El fanático no entiende que la existencia humana es puro riesgo y que la democracia es puro riesgo también, y por eso se ajusta mejor que ninguna otra forma de organización política a la existencia.
En la juventud se suele ser fanático y demonizar al adversario, instalándose en la comodidad mental del que se cree dueño de la verdad, dividiendo al mundo entre buenos y malos en estado puro y, por supuesto, cada uno se sitúa en la parte de los buenos. Puede ser comprensible cuando se vive en regímenes totalitarios y dictatoriales cuando ante su atrocidad no caben ambigüedades ni dudas ni vacilaciones. Alguien dijo que toda persona posee en su interior una “Sombra” y que lo habitual es proyectarla sobre los adversarios y no verla jamás dentro de uno mismo.
Sería tal vez mucho más fácil vivir en un mundo donde los buenos son muy buenos y los malos muy malos. Pero se crece y uno de los primeros duelos es darse cuenta de que también hay maldad, mentira, sombra entre los del propio bando y que hay adversarios a los que se puede admirar y apreciar incluso por encima de las ideas. Nada peor que limitar el círculo de los propios interlocutores a los que piensan igual, juntarse entre los “mismos” siempre, confinarse en los respectivos monoteísmos. En un país como España que gusta tanto, por pereza mental, etiquetar al otro, falta conversar más cara a cara. Conversar, no denostarse unos a otros como sucede en las redes sociales.
Hasta ahora, las sesiones celebradas de la denominada de forma tan rimbombante, “Comisión de Reconstrucción”, no se han caracterizado precisamente por las conversaciones desarrolladas con capacidad analítica y exposición de ideas, planes, programas, etc. Más bien se podría asegurar, sin temor a equivocarse, que han sido todo lo contrario, un escenario más para las luchas políticas, la agresividad y el ataque vil y miserable a la oposición, que evidentemente no sirven en absoluto para intentar buscar soluciones a los graves problemas que tienen España y los españoles.
Los componentes de esa Comisión deberían tener grabado a fuego en el frontispicio de la sala de reunión y en sus cabezas que están, o deberían haber sido designados por sus capacidades para llevar a cabo un enorme trabajo que conlleva una gran responsabilidad. Si no son capaces o no quieren entenderlo ni afrontarlo, por el bien de todos, deberían abandonar y ceder sus puestos a otros que estén dispuesto a hacerlo.
Suena muy solemne, aunque parezca una obviedad, decir que la historia los juzgará por lo que hagan o dejen de hacer, aunque también parece otra obviedad pensar que tal y como se han desarrollado hasta ahora esas sesiones, a los miembros del gobierno que han acudido, y que supuestamente deberían ser los máximos responsables, solo les importe seguir en la trifulca política callejera y barriobajera. ¡Todo un nivel para la alta misión encomendada!.
En medio de una crisis global sin precedentes, si ya se está confinado espacialmente, no se debe estar también mentalmente. No hay peores epidemias que las de la intolerancia y el fanatismo. La del coronavirus se va a superar, pero esas otras, y hay abundantes ejemplos de ello en el siglo XX, pueden llevar a grandes catástrofes. Los países que saldrán mejor de esta encrucijada serán los que conversen. No de negociaciones con cartas marcadas, sino en el sentido más genuino de la palabra.