No con cualquier golpe se aprende: la ciencia de fracasar bien

No con cualquier golpe se aprende: la ciencia de fracasar bien

Columna de Innovación en Café y Negocios de El Observador

Resulta que el fracaso ayuda sólo si es del bueno, para avanzar en innovación tenemos que saber cuál es cuál.

 

Un rato de pasearte por el mundo emprendedor te expone a algunos mantras como “falla rápido y temprano para tener éxito antes”, o “abraza el fracaso”. Se entiende la idea: el espíritu emprendedor demanda que intentemos distintos caminos, la mayoría de los cuales no funcionarán, con una actitud positiva de resiliencia hacia los contratiempos.

 

No es lo que aprendimos desde la escuela hasta el trabajo. Fracasar nos hace sentir mal, nos confunde y sus consecuencias nos dan miedo. Quedar mal parados nos puede costar mucho. Odiamos fracasar y punto.

 

Así que innovar nos demanda cambiar la mentalidad y aceptar el fracaso como un jarabe feo aunque necesario. Pero con eso no alcanza: para usarlo, al fracaso hay que entenderlo. El consejo de “abraza el fracaso”, sin más detalle, es una pésima idea.

 

Fracaso y error

 

Apurados por implementar su producto (una aplicación móvil), unos emprendedores se saltearon asegurarse que era valiosa para los clientes. Sólo con algunas conversaciones casuales con algunos ellos, se largaron a construir la “App”, y pagaron el precio: el producto solucionaba un problema que nadie tenía. Nadie la descargaba de la tienda de Apps. En el mismo apuro, no siguieron algunos lineamientos de las tiendas, causando costosos retrasos.

 

Entrevistados, los emprendedores reflexionaron que habían aprendido mucho de esa experiencia, y que habían seguido la máxima de “fracasar rápido”. Porque el fracaso en innovación es bueno, ¿no?

 

No. Sólo cierto tipo de fracaso es bueno en innovación.

 

En este caso, constatar que la idea no servía se podría haber hecho experimentando con un prototipo barato, en lugar de construir toda la App. El costo del fracaso fue demasiado grande.


Además, no seguir los lineamientos de la tienda no es un fracaso, sino un error. Un error es “desviarse de una práctica conocida”. Aprendemos del fracaso pero no del error. Los errores, lo único que enseñan, es que somos humanos.


El fracaso, en cambio, es un resultado no deseado del mejor intento que podíamos hacer.

 

 

¿Cómo es el Fracaso bueno?

 

En su último libro, la investigadora y profesora Amy Edmondson desempaca las características de un buen fracaso, o “fracaso inteligente”. Son cinco.

 

1- El buen fracaso no tiene mapa. Estoy intentando hacer algo nuevo para lo cual no tengo una camino conocido. Si hay una manera conocida de hacerlo, y tengo acceso a ella no estoy fracasando, estoy intentando “reinventar la rueda”. En este caso, lo que me falta es investigar mejor.

 

Tenemos que ser conscientes cuándo estamos en territorio nuevo y cuándo no. En innovación, por definición navegamos aguas desconocidas. Así que aquí nos conviene cambiar el chip mental y tomar una actitud exploradora.

 

La mayor parte del tiempo, en una empresa, vamos a estar en territorio conocido: las operaciones de todos los días. Aquí la mentalidad es reducir el error. Pero es dañina si la seguimos usando en nuevo territorio: la gente estará demasiado asustada como para intentar.

 

2- El buen fracaso sucede avanzando hacia un objetivo valioso. Estoy tratando de servir mejor a mis clientes, o de desarrollarme como profesional, o de ser un mejor papá. Resbalo persiguiendo algo que lo vale.

 

3- El buen fracaso hace los deberes. Antes de hacer el siguiente intento, me informo.

 Por ejemplo: estoy pensando en un nuevo servicio y voy a llevarle la idea a algunos de mis clientes, para ver si tiene mérito. ¿Estudié las otras opciones que ese cliente tiene? ¿Conozco los precios? ¿Estoy seguro que mi solución funcionaría tecnológicamente? ¿Estoy seguro que no tengo impedimentos legales? ¿Hice algunos números preliminares para saber si sería un negocio razonable?

 

Que avancemos experimentando no nos da licencia para hacer un trabajo descuidado. El fracaso inteligente hace los deberes, y su siguiente experimento es el más jugoso posible.

 

4- El buen fracaso es lo más pequeñito posible. No preciso invertir en toda una línea de producción para ver si un producto se venderá. No necesito contratar personal y armar una empresa para ver si un servicio soluciona un problema real. No es necesario desarrollar toda una App para ver si el usuario la entenderá. 

 

En todos los casos estoy intentando algo para ver si funciona. O sea, estoy comprando información. El fracaso inteligente implica comprar esa información lo más barato posible, usando “fracasos chicos”.

 

5—El fracaso es bueno si aprendimos de él. Como puede dar vergüenza, el fracaso muchas veces se barre bajo la alfombra. De esa manera, perdemos el acceso a sus lecciones.

Algo de perogrullo, pero fundamental es aprender buenas lecciones de nuestro último fracaso y usarlas eficazmente en el siguiente intento.

 

Tropezones y caídas.

 

En el camino para innovar mejor, una alfabetización eficaz sobre el fracaso es fundamental. Lejos de pensar que todo fracaso es malo, vergonzante y señal de incompetencia. Intentando lograr algo nuevo que valga la pena, tendremos muchas desilusiones.

 

Pero también lejos de celebrar todo fracaso, sin mayor distinción, como combustible de progreso. Sólo el fracaso inteligente nos hace avanzar. El resto, es ruido.

 

Basado en el libro: Edmondson, Amy C.. The Right Kind of Wrong: The Science of Failing Well

Leonardo Rodríguez

Magister en Estudios Organizacionales. Especialista en Cambio Organizacional. Especialista en Gestion de la Calidad UNIT-ISO 9000. Profesor de Comportamiento Organizacional y de Psicología de las Organizaciones.

1 año

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