COP25: ¿El arte de lo posible?
Más allá de ideologías políticas y los eventuales juicios respecto del desempeño de la delegación chilena durante la COP25, comparto tres aspectos claves de las negociaciones de la Cumbre del Clima reciente, que me parecen esenciales de comprender para tomar una posición respecto de lo ocurrido en Madrid las primeras dos semanas de diciembre de 2019. Intentaré ser breve y sin lenguaje técnico (muy abundante en las discusiones climáticas):
1. Brechas de emisiones para alcanzar los 1.5/2.0 C: Está claro hoy que las contribuciones voluntarias de los países nos llevan, en el mejor de los escenarios, a un mundo 3.2 C más cálido que los niveles pre industriales. Así, cuando en la COP25 se habla de incrementar la ambición, para muchos esto implica que los países se comprometan con reducciones de emisiones alineadas con la ciencia, de manera de controlar la temperatura a niveles en torno a los 1.5/2.0 C (tal como lo establece el Acuerdo de Paris). Evidentemente este es un desafío no menor, especialmente para las economías menos desarrolladas, cuya prioridad es superar la pobreza por sobre crecer de manera limpia y sustentable (que usualmente se asocia a mayores costos). Así, durante la COP25 se observó una fuerte resistencia de grandes emisores como China, India y Brasil, para ir más allá en sus compromisos en el corto y mediano plazo.
2. Principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas: Si bien este ha sido un aspecto ampliamente discutido en las negociaciones climáticas previas, sigue estando muy presente cuando el mundo desarrollado demanda mayor ambición (según se explica en el punto anterior). Es ahí donde los países en vías de desarrollo, que en general son más vulnerables a los efectos del cambio climático, enrostran a los desarrollados su responsabilidad histórica de haberse enriquecido contaminando y, por ende, su deber ético en habilitar los sistemas de financiamiento adecuados para que los países más pobres se puedan adaptar e incrementar sus niveles de resiliencia. Punto muy razonable y que, teóricamente, no presenta grandes divergencias, pero si mucha precaución de parte de los países desarrollados, ya que ven esto como “abrir una llave” que implica cifras siderales de dinero, además de complejidades mayores al momento de determinar qué aplica y qué no ante eventuales medidas de prevención o compensaciones producto de los efectos del cambio climático. Para muchos países, especialmente los insulares (AOSIS), los compromisos actuales de movilización de fondos y creación de capacidades no son suficientes, y menos aún los mecanismos existentes para poder bajar esos flujos de dinero hacia proyectos y actividades particulares (ya que presentan procesos engorrosos y muy extensos).
3. Arrastre de resultados del Protocolo de Kioto: Como si lo anterior no fuera suficientemente difícil de consensuar, a ello se suma las posiciones lideradas por Brasil y Australia (entre otros), quienes quieren usar reducciones o permisos de emisión obtenidos (y no utilizados) bajo el Protocolo de Kioto contra sus compromisos del Acuerdo de Paris, amenazando aún más la brecha de ambición prevaleciente para alcanzar los 1.5/2.0 C. Punto que, junto a los mecanismo para asegurar que no se produzca doble contabilidad, se han transformado en las piedras de tope para llegar a consenso en las materias relacionadas al Artículo 6, que busca establecer las reglas de operación de un mercado internacional de carbono.
Como se puede apreciar, las negociaciones cargan con conflictos históricos y dificultades propias de un acuerdo como el de Paris, cuya gran flexibilidad y ambigüedad fueron atributos fundamentales para permitir que todos los países se sumaran el año 2015, pero que ahora, en que se deben escribir las reglas de detalle para su implementación, éstos se presentan como aspectos muy complejos de aunar.
Adicionalmente, no se puede olvidar que en la dinámica de las Naciones Unidas las decisiones se toman vía consensos (y no mayorías simples o calificadas), por lo que los acuerdos son imposibles de alcanzar sin la voluntad de todas las partes, especialmente los grandes emisores de CO2 y las potencias desarrolladas. Dado ello, e independiente de las estrategias y tácticas que pueda haber implementado la presidencia chilena y la secretaría de Naciones Unidas durante la Cumbre, considero que era extremadamente difícil que el resultado final fuera muy distinto a lo obtenido (algunos dicen que se estuvo muy cerca, pero creo que definitivamente que no estaba la voluntad necesaria para llegar a puerto).
Sin perjuicio de todo lo anterior, los textos acordados en la COP25 logran subsanar gran parte de estas diferencias, permitiendo mirar la COP26 de Glasgow con expectativas muy positivas. Y, mientras tanto, sigue siendo responsabilidad de cada ciudadano y empresa el sumarse a la acción para frenar esta crisis climática, ya que, más allá del deber moral, solo quienes se hayan anticipado y preparado adecuadamente podrán navegar las aguas de las economías neutras en CO2 que tendremos en el futuro.
Senior Manager for International Strategies, and Senior Energy Advisor for the Climate Champions Team, Center for Climate and Energy Solutions (C2ES)
4 añosMuchas gracias Cristián por tan clara nota respecto de lo acontecido. Seguimos cada día trabajando con optimismo para un planeta más sano y justo.
Gerente de Procesos y Control de Calidad, Ingeniero Químico, MBA
4 añosMuchas gracias, hay un consenso científico sobre las emisiones de CO2 eq que se requiere para cada país?
Gerente de Procesos de Innovación y Tecnología / Estrategia / Desarrollo de Negocios / Emprendedora / Mentora / Socia REDMAD
5 añosExcelente texto Cristian, muy de acuerdo con tu análisis
Project Manager - Decarbonization and Climate Change advisor
5 añosBuena y clara columna Cristián, había posiciones comprometidas e inexorables. Tengo optimismo, pero también temores, a lo que pase en Glasgow por lo mismo.