¿Cuál es el protocolo para cuidar de los docentes?
Las nuevas formas de enseñar y aprender que se generaron en este tiempo de cuarentena han vuelto a colocar el foco de atención sobre la labor de los docentes y sus alcances. Frente al hecho de no contar con los centros educativos abiertos, por casi tres meses, maestros y profesores de todo el país debieron reinventarse y poner en práctica todo su potencial en pos de mantener el contrato didáctico con sus alumnos. Es así que el Plan Ceibal y la infraestructura desarrollada por este, se transformaron en el andamiaje necesario para cumplir dicho cometido.
A pocas semanas de comenzado el año lectivo, los profesionales de la educación tuvieron que adaptar sus planes y metas educativas para este particular 2020. Amigarse con la tecnología, replanificar y crear atractivas formas de captar la atención de sus alumnos, por videollamada o mensajes, fueron algunos de los desafíos a los que se enfrentaron. Así fue que, a las responsabilidades laborales, se les superpusieron las tareas hogareñas y el cuidado 24/7 de sus propios hijos. Ese ratito de recreo donde los maestros tienen la libertad de respirar profundo y soltar las tensiones propias de esa atención constante que demanda el trabajo con niños, en casa no forma parte del plan. Si bien lo hemos escuchado muchas veces, y sin que suene a victimización, los maestros y maestras no cuentan con la mínima chance de tomarse cinco minutos para cambiar de aire, para fumar un cigarro, ir a comprar el almuerzo o hacer algún mandado para la empresa. No, para nada. Lejos de eso, les toca estar desde que ponen un pie en la escuela hasta que pueden volver a su casa porque ya no queda ningún niño por venir a buscar, en constante estado de atención o, la mayoría de las veces, de tensión. Saben a qué hora comienza su tarea, pero difícilmente sepan a qué hora termina.
Planificar, corregir, preparar las clases, son tareas que llevan horas extras de trabajo en el hogar, cada día, todas las semanas. Y si alguien tiene para retrucar que los maestros tienen enero y febrero de vacaciones, le invito a que pruebe ejercer esta noble tarea por un día, suficiente tiempo para que valore la necesidad docente de contar con ese tiempo libre para cuidar de su salud mental y recargar energías para los desafíos del año que vendrá, desafíos que, por cierto, redoblan la apuesta año a año.
Miles de maestros, diariamente, salen a enseñar llenos de esperanza y dedicación. Sin embargo, muchas veces al llegar a la escuela la realidad es muy distinta la planificada. Frente a estas situaciones el docente suspende su rol de facilitador del aprendizaje, para priorizar su lado más empático y comprensivo. La identidad de grupo se fortalece y genera el espacio propicio para la escucha atenta a ese compañero que cuenta que faltó ayer porque no tenía zapatos o aquella compañera que empieza a llorar en clase y expresa que fue violentada en su casa. Otras tantas veces, la actividad de clase es interrumpida abruptamente por la visita de esa madre o padre que, sin respetar norma alguna, va a increpar al maestro con tono desafiante y poca disposición para dialogar. Hacen parte de la realidad docente también, el hecho de atravesar media ciudad para llegar a trabajar a la escuela con todas las ganas y al llegar encontrarse con el aula vandalizada, las humildes bibliotecas desmanteladas y algún que otro vidrio roto por los visitantes nocturnos. El alma por el suelo, la frustración de muchos niños a flor de piel y el frío colándose por esa ventana. Es justo, pero no por eso menos doloroso, mencionar que no siempre los golpes al magisterio vienen desde fuera de la escuela...