Cuando no lo veo claro
En un mundo donde la tecnología avanza a pasos agigantados y en el que, tanto las oportunidades como los riesgos parecen multiplicarse y rivalizar en una nueva lucha social, es fácil obviar que no todos tenemos acceso a los mismos recursos.
La exclusión social en España, es una realidad que afecta a millones de personas en la que se ha venido a conocer como la sociedad del bienestar. De hecho, casi 9,4 millones de personas según Cáritas, viven en esta situación, lo que significa que tienen ingresos por debajo del 60% de la media, no pueden comprar lo necesario y viven en hogares donde algún miembro de su familia no trabaja.
Ante ello, es crucial que como sociedad reconozcamos esta realidad y trabajemos para encontrar soluciones. La exclusión social no solo afecta a los individuos, sino que tiene un impacto muy significativo en la cohesión y bienestar general de la comunidad, en cuyo vasto entramado de relaciones humanas, cada individuo se convierte en un universo en sí mismo, lleno de misterios, complejidades y contradicciones.
Las creencias que albergamos, esas lentes invisibles a través de las cuales observamos el mundo, son las que determinan nuestra realidad. Lo que nos lleva a movemos por la vida con la convicción y certeza de que nuestra percepción es la verdad absoluta, sin darnos cuenta de que es solo una versión entre muchas posibles, lo que conlleva múltiples modos de enfrentar el desafío.
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Ignoramos que las relaciones personales, delicada red que nos conecta con los demás, están profundamente influenciadas por estas creencias, dando lugar a que cada encuentro, cada conversación, se convierta en una danza de percepciones, donde nuestras gafas invisibles juegan un papel crucial. Si nuestras creencias son rígidas, nuestras relaciones se vuelven frágiles, susceptibles de romperse ante el más mínimo desacuerdo. Pero si somos capaces de flexibilizar nuestras percepciones, de cambiar nuestras gafas cuando sea necesario, nuestras relaciones pueden florecer y fortalecerse.
Es la capacidad de cuestionar nuestras propias creencias donde reside la verdadera sabiduría, estando dispuestos a revisar y ajustar nuestras percepciones. Solo así podremos ver el mundo con una visión enriquecedora desde la cercanía y empatía.
La vida, en su esencia, es un constante aprendizaje. Cada persona que encontramos es un maestro y cada experiencia una lección. Si nos permitimos ser estudiantes eternos, nuestras relaciones se nutrirán y se llenarán de significado, enriqueciéndose; porque al final, no son nuestras creencias las que nos definen, sino nuestra capacidad de transformarlas y adaptarlas a la realidad cambiante que nos rodea.
Y si alguna vez sientes que no tienes una visión clara, dedícate unos minutos y limpiarlas. Una simple sonrisa te ayudará.