Díscolas y silenciosas
Foto. Prudente Silencio by Diana Francia Gomez Ordóñez | Saatchi Art

Díscolas y silenciosas

Decía el poeta Francis Thompson "no se puede arrancar una flor sin molestar a una estrella". Queramos o no, las cosas que hacemos o dejamos de hacer repercuten en el mundo, y en los demás. Y esto, cuando se trata de educación, puede arrancar todas las flores y mover todas las estrellas del universo.

A menudo pienso en la frágil línea que separa una palabra de otra y todo el daño que podemos hacer a una persona, y mucho más a l@s niñ@s, por muy bien intencionados que creamos que son nuestros consejos. Al final el ego educativo nos pasa factura, a tod@s. Pagan los pequeños pero impacta en cada cosa. Empieza en casa al creerte que esa persona necesita escuchar tu consejo o no podrá hacerlo, creerte que necesita oírlo de ti o se equivocará, creerte que las cosas deben seguir ese cauce o no podrán volver atrás. Es en definitiva, en lo que parece estar basada la educación tan poco inspiradora y controladora de hoy en día. Y es una mierda pero siento decir que estamos tod@s en el ajo.

¿En realidad se puede hacer algo para cambiarlo o solo alzamos la voz para crear un efecto espejismo y sentirnos mejor?

Ayer justo hablaba con un grupo de mujeres maravillosas sobre la corriente de la sociedad, que muchas veces es más fuerte que el carácter que hemos invertido tanto tiempo en forjar. Quizás por desánimo, por pérdida de la ilusión o ya del norte, nos dejamos llevar río abajo por las tendencias, creencias y disparates sociales. Queremos ser díscolas pero terminamos siendo silenciosas. Queremos gritar pero solo dejamos salir un hilo de voz. Silenciosas o silenciadas nos dejamos llevar. Pero ¿hacia dónde?

Hablar de la pandemia como una forma de disrupción social parece un hecho del pasado, para lo que interesa. Aprovechar la hiperconexión de los jóvenes para conseguir bienes (comerciales) mayores pero no para ver más allá en un sistema educativo roto que no emociona, ni motiva ni genera un pensamiento crítico propio. Esto interesa. A los de siempre, claro.

Queremos pequeños emprendedores y creadores que eleven y mejoren este mundo, ah! pero con control. Queremos que expriman sus talentos con actividades extraescolares, ah! pero con el objetivo de llegar a ser grandes como si no lo fueran ya, como si no fuera suficiente con ser ell@s mism@s. Esto me cabrea. 

“Pero si yo le dejo ser lo que quiera”, dicen muchos padres. ¿Les tienes, en realidad, que dar permiso? “Deben dejar aflorar sus talentos”, dicen muchos profesores. ¿Quién les deja que aflore su esencia? Ya. Patrañas. Putas patrañas. Los padres, los profesores, los entornos más próximos a la infancia, les generamos expectativas. Cada día. 

Crecemos esperando; ser mejores,  ser grandes, excelentes, destacados. Crecemos con la expectativa de superar a otros. Crecemos queriendo más de lo que no hemos tenido, tal vez. O más de lo que creemos merecer, a veces. 

Sea como sea, pasados los primeros 6 años de vida se moldean los entornos “para el futuro que está por llegar”, sino antes. Pero, ¿cómo preparar a alguien para algo que aún no existe? A tenor de la actualidad, a golpe de asignaturas obsoletas e información caducada que jamás utilizarán. 

Confieso que me preocupa qué clase de mundo les estamos dejando. Ayer una amiga me decía que si volviera 12 años atrás, se pensaría volver a ser madre. No quiere la losa, la culpa de haber traído al mundo a dos niños a los que les deja esta herencia. Me decía que un mundo con tecnología e información que les habla de que lo importante es ser guapos, tener “pasta” y vivir a lo loco, no es lo que ella tenía en mente. Y ojo, no nos engañemos creándoles una burbuja de realidad paralela. Para mi no contarles lo que hay, protegerles de la realidad no es educación. Hay edades para contarles las cosas pero nada les destroza más que sentirse engañados por lo que les rodea. Les defrauda más una mentira que una verdad aunque emocionalmente les deje pese.

Lo que nos mata, a los adultos digo, es la falta de control. Padres agobiados que agobian. Imponer en lugar de exponer. Adiestrar en vez de mostrar. Atar en lugar de liberar. Entregar en vez de elegir. Dirigirles en lugar de guiarles. Aprender en vez de fracasar. Todo cicatrices difíciles de curar y borrar. No poder hacer sus propios sueños realidad a través de l@s hij@s creyendo que su tren se ha marchado.

Soltar cuesta. Mucho. Nadie nos ha enseñado. Pero por eso mismo, reflexionemos sobre las cicatrices y la herida primal que portamos los adultos para no perpetuarlas en las próximas generaciones.

Seamos madres, abuelas, tías, sobrinas, hijas, primas o amigas, no hagamos nuevas marcas en su piel. Feliz año de la mujer.


 

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