De perros y gatos
Los seres humanos somos una especie que ha de convivir con la dicotomía entre lo racional y lo animal.
Buscamos, por un lado, diferenciarnos y separarnos del reino animal y, por el otro, sentirnos integrados con la naturaleza.
Nos sentimos avergonzados cuando se manifiesta nuestro instinto negativo y, por el otro, consideramos nuestro instinto positivo parte de una magia supersticiosa injustificada.
Por ejemplo, por un lado repudiamos las guerras, todas ellas debidas al territorialismo de cualquier especie animal y, por el otro, nos agrupamos en torno a líderes de opinión que terminan convirtiéndose en líderes religiosos porque logran transformar el raciocinio humano en religión única, universal y poseedora de la verdad.
Por supuesto, todo comienza de forma inocente. Estos líderes de opinión son buenas personas que consiguen agruparnos en torno a una idea hermosa común (el amor, la paz, la justicia, la libertad,...) y, con el tiempo, seguidores que no han entendido su profundo mensaje los convierten en seres extraordinarios, capaces de realizar actos asombrosos, milagros. Y el primer paso hacia la creación de una religión se ha dado.
Esta forma de conducirnos por el mundo afecta a nuestras relaciones con otras personas y con otras especies.
La medida del mundo somos nosotros mismos y, de esta manera, así lo entendemos. Si bien, lo más sencillo sería aceptarnos como animales que somos y convivir con nuestros congéneres y con el resto de seres vivos con la misma naturalidad en cada relación que establezcamos.
La mejor forma de explicar lo que quiero decir es hablar de nuestra relación, como especie, con perros y gatos.
Hay estudios que demuestran que la convivencia entre los cánidos y los humanos comenzó entre unos 19.000 años y unos 30.000 años, horquilla amplia pero que da una idea de la antigüedad de la relación entre ambas especies, llegando a ser cuasi-simbiótica en muchos aspectos. Es una relación basada en la caza y el nomadismo. Se entiende a los perros como guardianes y protectores. Esta es una historia de colaboración en la que ambas especies aprovechan las ventajas de la otra para la caza. Ambas especies se benefician.
En cuanto a los gatos, la relación se estableció entre unos 4.000 años y 9.500 años. Esta relación está más basada en los primeros asentamientos humanos y el nacimiento de la agricultura, dando lugar a otra relación cuasi-simbiótica. Se entiende a los gatos como limpiadores y dormilones. Esta es una historia de aceptación en la que los gatos se fueron aproximando a los humanos para cazar los ratones que comían el grano recogido de los cultivos y los humanos, al darse cuenta, los fueron alimentando y cobijando para evitar perder ese cereal. Ambas especies también se benefician.
Con el tiempo, tanto perros como gatos fueron adoptando un papel de animales de compañía proporcionando ventajas emocionales a los humanos que los acogen y comenzó una falsa rivalidad entre ambos. Falsa porque quien ha generado esta idea son los humanos. Todos los que tenemos perros y gatos conocemos numerosos ejemplos de excelente convivencia entre los miembros de ambas especies.
En mi familia había una perrita negra, pequeñita, sin rabo, era una mestiza. Antes de que el término "can de palleiro" (perro de pajar) se quedara solo para los podencos gallegos, a esta perra se la consideraba una cadela de palleiro. Hoy ni siquiera formaría parte de un grupo que la pudiese identificar. Se llamaba Lupi (en la foto, con nuestro pato Lucas).
Cuando yo nací ella ya estaba en casa de mis padres, era una cachorrita muy joven y se la habían regalado a mi padre, quien la aceptó ya que, de no hacerlo, sería sacrificada tal y como se sacrificaba a los animales de compañía no deseados en los años 70 y anteriores. Prefiero no mencionar los métodos empleados.
Era muy dulce y cariñosa y entraba y salía de casa con libertad. Cuando quería entrar o salir, ladraba y le abríamos la puerta. Como no estaba castrada, de vez en cuando traía al mundo una nueva camada de perritos, mestizos, como ella. Algunos grandes, otros pequeños, marrones oscuros, marrones claros, grises, negros, etc.
Se los regalábamos a un señor pelirrojo que siempre nos traía un bizcocho como regalo de intercambio y que a mi hermana y a mí nos encantaba.
Cuando salíamos a pasear por el casco antiguo de Ourense, siempre veíamos al señor vendiendo los perros. Y los vendía todos.
Poco a poco, con la edad y las camadas que le arrebatábamos, esta perra se había vuelto un poco huraña. Pero conmigo y con mi hermana era muy buena y cariñosa. Nos quiso hasta que se murió de vieja.
Antes de su muerte tuvimos un pastor alemán de pedigrí al que yo llamé Hulk porque me encantaba el personaje interpretado por Lou Ferrino. Y él y yo jugábamos mucho. Éramos inseparables.
Muchas veces atrapaba los bajos de mis pantalones, me tiraba al suelo y me arrastraba por la casa mientras yo me reía tanto que me dolía la tripa.
Una vez me atropelló un Mercedes blanco, con la fortuna de que sólo me llevé un golpe en el lado izquierdo de mi cadera y un susto monumental. Cuando llegué a mi casa me dirigí a la caseta del perro, donde él se encontraba, entré y me abracé a él hasta que mis padres llegaron horas más tarde de trabajar. Vivíamos en el bajo de la casa de mi abuela y ella, como es lógico, quiso comprobar que yo estuviese bien y, tras haberse asegurado, me dejó estar así con el perro. Si me hubiese hecho salir de la caseta, seguramente yo hubiese entrado en histeria. Sin embargo, estar abrazado al perro y acariciarlo y recibir su cariño me fue serenando. Cuando mis padres llegaron, Hulk y yo estábamos jugando dentro de su caseta.
Quien sepa algo de perros recordará que son muy territoriales y que es muy peligroso entrar en sus casetas. Sin embargo, este me lo permitió al notarme asustado.
Años más tarde tuve una perra, de raza gran danés, arlequinada gris, a la que mi madre llamó Gris, que nos regalaron poco más de 3 meses y con principios de raquitismo. La cuidé yo y conseguí que alcanzara los 74cm de cruceta, el mínimo para una estatura media en una hembra de esta raza. La entrené, la quise y me quiso. Una vecina me la envenenó y no nos dio tiempo de llevarla al veterinario para intentar salvarla.
Nuestra familia vivía de alquiler, cada 4 años cambiábamos de piso hasta que, cuando tenía 16 años, nos fuimos a vivir a una casa a las afueras de Ourense. El propietario tenía una perra pastor alemán, Tula (por el personaje de Unamuno), que tenía 14 años y que nos dejó cuidar.
Era cariñosa y muy dócil.
Se murió con 21 años de edad y de cáncer de piel. Lo tenía muy extendido cuando murió 3 años después de irnos de la casa. La iba a visitar de vez en cuando hasta que dejé de verla y fue cuando supe de su muerte.
La convivencia entre Tula y Gris era pacífica por lo general, si bien Tula aplicaba serios correctivos cuando Gris era cachorrita y Gris, cuando creció, se vengó en alguna ocasión. ¿Cuándo ocurría? Cuando yo estaba cerca de ambas pues se peleaban por mi afecto. No comprendían que mi cariño era igual de intenso por ambas. Y aprendí a caminar entre ellas con las manos levantadas para que comprendiesen que, estando juntas, no las iba a acariciar. Aprender ésto evitó nuevas peleas.
Guiándome por todos estos años de relación con cánidos, puedo afirmar, como la gran mayoría de los amigos de los perros, que éstos son generosos y desprendidos. Son un ejemplo a seguir porque aman incondicionalmente. No aman a cambio de amor, sino que, simplemente, aman.
Todos conocemos casos de energúmenos que maltratan a sus perros y éstos se mantienen invariablemente fieles y amantes. Son fiables y estables y enseñan serenidad a los niños con su comportamiento.
Cuando vivíamos en esa primera casa de alquiler, un día oí quejiditos débiles y lastimeros en el terreno contiguo al nuestro, por lo que salí a mirar y me encontré a una gatita gris, más pequeña que la mitad de la palma de mi mano y llena de costras por todo el cuerpo. La recogí, la protegí con mis dos manos y le di calor con ellas y la llevé al interior de la casa. Le di leche y la bebió como si le fuese la vida en ello. Y probablemente fuese así.
La llamé Mixi. En Galicia llamamos mixos a los gatos y mixas a las gatas y los diminutivos son mixiño y mixiña. Y se quedó en Mixi.
La lavé con un trapo húmedo y traté de aplicar cuidados a sus costras. Ella sólo acercaba su cabecita a mi mano. Daba la impresión de que agradecía mis cuidados.
Salía de vez en cuando con ella al balcón, esperando a mi familia, que habían salido a dar un paseo (yo había estado jugando al baloncesto y salieron antes de mi regreso). Poco a poco, Mixi se sentía más confiada y empezó a jugar conmigo.
La llegada de mis padres fue especial: a mi madre no le gustaban los gatos, le producían el mismo asco que los ratones y mi padre me contó, por primera vez que, durante su infancia, en casa de su familia habían tenido una gata negra que se murió de muy vieja. El trato de mi madre con la gata fue maravilloso. Ver lo cariñosa e indefensa que era la gatita transformó a mi madre y la convirtió en su cuidadora oficial.
Una semana después la gata empezó a arrastrar las dos patas traseras, la llevamos a un veterinario al que no he vuelto a ir y nos dijo que había sido atropellada pero que, con unos medicamentos que costaban 5.000 ptas. (30€) se curaría. Y los adquirimos, claro.
Al día siguiente la gata me pidió que la sacase al balcón entre mis manos (los que hemos convivido con animales sabemos reconocer este tipo comunicación). Lo hice. Me mostró muchísimo cariño y se murió en mis manos.
Todos lloramos muchísimo. Mi madre fue la más desconsolada.
A la semana siguiente, teníamos a otro gatito, también gris, al cual cuidamos y llamamos Mixi Dos. Le gustaba jugar conmigo pero no le gustaba perder, por lo que me gruñía cuando perdía.
Era muy bravo y valiente y le gustaba pasearse por delante del pastor alemán de un vecino, el cual se enrabietaba hasta echar espuma por la boca cuando lo veía ya que, por algún motivo, odiaba a los gatos. Y un buen día lo atrapó y lo desnucó.
Volvimos a por otro gato, negro, con las manoplas blancas y la nariz blanca. Cuando se alteraba y ponía las orejas de lado y planas se parecía muchísimo a Ioda, el maestro de Luke Skywalker, de Star Wars. Y le llamamos así, Ioda.
A éste le gustaba muchísimo jugar conmigo y no se enfadaba cuando perdía sino que aprendía. Y adquirió una capacidad de salto asombrosa. Teniendo menos de 6 meses ya era capaz de saltar hasta mi cabeza y, alguna vez, ahí se quedaba, con mi ayuda, claro, para que no perdiese el equilibrio cuando me movía.
Aprendió a cazar urracas. Se encogía para parecer pequeñito y estas se acercaban para atraparlo y, cuando estaban a una altura adecuada, saltaba en vertical, las apresaba en un abrazo y caía con ellas al suelo. Lo vi un día desde la ventana de mi habitación. Me dejó asombradísimo. Él llegó a la familia cuando yo estaba escayolado de mi pierna izquierda. Estuve así 5 meses y luego tuve que rehabilitar, por lo que no pude salvar a esa urraca.
Más adelante, cuando traía pájaros o ratones vivos a casa, se los quitaba y los dejaba libres. Ahí, como es lógico, me gruñía. Hay que entender que la forma de que los gatos nos digan que formamos parte de su vida es que nos traigan a su caza. Liberar a sus piezas es rechazarlos.
Desde que lo sé, cuando tengo algún gato busco distraerlo para que sus víctimas escapen y yo no tenga necesidad de arrebatárselas y, así, evito que los felinos se sientan rechazados.
A este gato le encargaba dormir en el lomo de Tula y a Tula le gustaba tenerlo entre su largo pelo. Se llevaban muy bien. Y Gris dormía al lado de ellos.
Tras una pelea con otro gato, Ioda tuvo una infección en la cara y, al llevarlo al veterinario, escapó de brazos de mi madre, se escapó hacia un terreno contiguo al cementerio viejo de Ourense y no lo volví a ver más.
En otra ocasión, volví a oír maullidos en el terreno contiguo y me encontré a una tierna bolita de pelo naranja y manoplas y tripita blancas, al que llamé Leo Verdura, del que he hablado en "Dar lo que necesitan vs. dar lo que quieren". En esta historia se incluye a Pirulo y cuento que Leo lo protegía tras haber tenido que amputar a Pirulo una manopla. Leo se murió con 5 años de la inmunodeficiencia felina adquirida en una pelea defendiendo a Pirulo. Y Pirulo murió un año después, con 3 años, porque se seguía metiendo en peleas y no tenía quién lo defendiese.
Ahora me acompaña otro gato, de color gris y blanco, al que iba a llamar Sombra y terminé llamando Shadow.
Shadow llegó muy cachorrito y, quien me lo trajo, dentro de una jaula metálica, lo arrancó, sin consideración, de su interior. Estuvo asustado mucho tiempo y yo sólo podía acompañarlo, tranquilizarlo, acariciarlo y lo tenía apoyado en mi pecho para que escuchase mis latidos y se calmase.
Y nos hicimos muy buenos amigos. Estrechos amigos.
Nos entendemos solo con mirarnos.
Como vivo en una casa en el entorno del Henares, hay una área pecuaria al lado de la casa y el gato sale y entra con plena libertad. No me preocupa que lo atropellen porque no hay tráfico.
La relación existente entre Shadow y yo es una entre iguales y, si bien hay momentos difíciles cuando desaparece 3 días, compensa muchísimo disfrutar de su amistad.
Los gatos sólo se relacionan sinceramente con un humano, aquél que consideran miembro de su propia familia, al resto los tolera o no. Y ésto es lo que les da su fama de ariscos.
Guiándome por todos estos años de relación con gatos, puedo afirmar, como la gran mayoría de los amigos de estos felinos, que éstos son cariñosos e independientes. Son un ejemplo a seguir de cara a la manifestación sincera de sus sentimientos. Si un humano los maltrata, lo abandonan.
Resumiendo lo expresado hasta ahora, podríamos decir que, dado que los humanos tenemos la habilidad de la abstracción y de aprender de experiencias ajenas, los perros nos enseñan a amar incondicionalmente y los gatos a vivir independientemente (algunos dirían que nos enseñan a ser egoístas).
Ahora a mí me gustaría plantear otro punto de vista.
Los humanos también aprendemos con la experiencia propia y personal, es más, el aprendizaje experimentado aprehende más que el observado.
Guiándonos por esta afirmación, también podríamos concluir que los perros nos enseñan a ser egoístas.
Dado que los perros nos aman de forma incondicional, aprendemos a que nos amen sin hacer esfuerzo por ello. Aprendemos que, para amar nosotros, antes nos tienen que amar. Y de aquí viene el concepto erróneo del amor que algunos practican en la actualidad: amamos porque nos aman. Esto explica que, cuando creemos que alguien nos ha dejado de amar, le dejamos de amar nosotros y empezamos la búsqueda de una nueva persona.
Continuando con esta línea de pensamiento, podríamos afirmar que los gatos también nos enseñan a amar de forma incondicional.
Puesto que son seres independientes y que no nos necesitan y, aun así, los seguimos teniendo en la familia y les damos de comer y afecto, aprendemos que no es necesario sentirse amado para amar.
Sabemos que los gatos nos aman; pero a su manera. Con ello, aprendemos a aceptar que cada persona puede tener una forma diferente a la nuestra de expresar su amor.
Sí es cierto que es más fácil que un perro adulto acepte a un gato a que un gato adulto acepte a un perro la primera vez que se conocen, aunque también lo es que, al no existir prejuicios entre ellos, terminarán haciéndose amigos.
Y ahora viene mi reflexión: no importa si nos acompañan en nuestra vida perros o gatos o cualquier otro animal, lo que importa es aprender a ser generosos y a dar de corazón, sin esperar nada a cambio.
Los perros nos enseñan con su ejemplo a amar sin condiciones. Los gatos nos enseñan, por nuestra práctica, a experimentar este mismo sentimiento.
Los gatos nos enseñan con su ejemplo a ser independientes, a amar manteniendo la personalidad propia, sin anular nuestra voluntad. Los perros también nos enseñan, con nuestra experiencia en primera persona, a ser independientes pues somos amados sin atender al otro.
Ambos nos darán muestras de su amor y de su intensidad, los unos moviendo el rabo con energía, los otros llevando su cabeza a nuestra mano o acostándose en nuestras piernas, de hecho, esto último lo hacen ambos.
Es muy gratificante tener compañía animal en casa, su complicidad y sus muestras inequívocas de afecto y amor, nos hacen desear llegar a casa después de un duro día de trabajo.
Gracias a estos compañeros vitales, descubrimos que el amor es tan intenso que puede ser compartido con todos los seres vivos que se cruzan en nuestra vida sin merma de éste.
Si nos observamos a nosotros mismos, podemos darnos cuenta de que tenemos una parte de perros y otra de gatos.
Somos generosos y sabemos trabajar en equipo, colaborar, incrementando la eficacia de nuestra tarea, para lograr el éxito de la manada, optimizando programas y proyectos.
También sabemos ser independientes cuando es necesario y, con ellos, incrementamos la eficiencia de nuestras tareas. Una óptima gestión de personas, sumando las individualidades que puedan surgir, logrará el éxito de los programas o proyectos.
La aceptación de quien llegue a nuestras vidas supone una gran oportunidad que nos abrirá puertas hacia el desarrollo personal y profesional, otorgándonos la ocasión de potenciar habilidades latentes o de desarrollar nuevas habilidades.