Delegar o no delegar ¿un dilema?
Dirigir es, coordinar la acción y los medios hacia un fin concreto; se trata de obtener un resultado por medio de otras personas, es decir, dirigir es en realidad delegar. Ocurre sin embargo, que muchas veces la delegación es incompleta e ineficaz. Creemos que sabemos hacerlo todo perfectamente y no nos fiamos de otros, la época del “patrón” que abarca todo es cosa del pasado.
Un buen dirigente deja hacer las cosas a los subordinados y sólo utiliza su autoridad en las ocasiones y en la medida en que es necesaria para alcanzar los objetivos. Debe ser alguien poco ocupado y muy preocupado para ocupar a otros; no querrá hacerlo todo, sabe hacerse ayudar, tampoco permitirá que lo secundario le robe su tiempo. Para delegar, el dirigente debe tener claros los objetivos que pretende alcanzar y los medios para lograrlo, marcar prioridades y señalar lo importante. Su función no consiste en trabajar como diez sino hacer trabajar a los diez.
Si el jefe se agota en la actividad operativa pierde la objetividad necesaria para determinar aquellas prioridades, y la sensibilidad y el discernimiento necesarios para diferenciar lo importante de lo accesorio.
Delegar -es decir, no hacer nada que puedan hacer otros- es una de las cosas más difíciles de llevar a la práctica. El jefe no puede hacerlo todo. Colocado para ver lejos y desde lo alto, si desciende a pormenores pierde la amplitud de visión que le es imprescindible. Nunca debe hacer por sí lo que pueda encomendar a un subalterno, y sólo así estará libre por las cosas que nadie más puede hacer:
• Fijar los objetivos y preparar los medios adecuados
• Pensar en el porvenir y escoger la estrategia a implementar
• Descargar la gestión en sus colaboradores
• Dar confianza a los ejecutantes, que saben que encontrarán su ayuda si la necesitan.
Hay que hacer notar que aunque muchos dirigentes dicen ser partidarios de la delegación, pocos están dispuestos a delegar sus propios poderes y suelen encerrarse en un círculo vicioso: no delegan por que los subordinados no son competentes, y no lo son porque al no recibir ninguna delegación no tienen oportunidad de aprender y formarse. Existen jefes que se creen capaces de hacerlo todo y los únicos que pueden acertar.
Una característica de la delegación es que el dirigente otorga a cada mando los medios de actuar: materiales, presupuesto, personal y la autoridad necesaria para mandarlo, la posibilidad de que cada mando imagine la actuación que lo llevará al resultado apetecido, y el poder de decisión. Los mandos deberán abstenerse de pedir la intervención del director.
Una delegación eficaz exige:
• Precisar cuáles son las atribuciones y responsabilidades delegadas para conseguir los objetivos.
• Definir con antelación los criterios por los que será juzgada la calidad del trabajo.
• Respaldar al subordinado de las consecuencias derivadas de las decisiones tomadas dentro del ámbito de su competencia.
• No intervenir más que en casos excepcionales.
• Aplicarla paulatinamente para no perturbar la marcha normal de la empresa.
• Aplicarla en toda la empresa y practicarla con todas sus consecuencias.
• Mantener la actividad delegada bajo control preciso y claro.
Una observación final: el director no debe olvidar que la responsabilidad, aún delegada, es siempre suya.