Desde las cavernas al siglo XXI, si no fuera por ellas…
La mano de mi madre sostiene la mano de una de mis hijas. Sin ella, hubiera sido muy difícil gozar mi maternidad y mi trabajo.

Desde las cavernas al siglo XXI, si no fuera por ellas…


 

Una de mis hijas, quien asegura no estar interesada en la maternidad, por curiosidad y broma, me preguntó hace unos días si al igual que mi madre, en el futuro yo estaría dispuesta a replicar el modelo, ayudándola, eventualmente, a criar a nietos o nietas.

 “Ya no las hacen como antes”, comentó burlándose por mi reticencia ante el hipotético encargo futurista, sobre todo porque no me cree capaz de resistir a los encantos de un cachorro de la especie humana. (Por cierto, la incredulidad se relaciona con mi inclinación animalista, enamorada de casi todas las crías del mundo).

Bromas aparte, la pregunta me quedó rondando en la cabeza y me conectó a los recuerdos de mi maravillosa madre y a una reflexión sobre la incidencia socioeconómica de las abuelas, y cuidadoras similares, en países como los nuestros, en los que el desafío de las mujeres que ingresan al mercado laboral es mayor cuando se plantean la coexistencia de la maternidad y sus carreras.

A finales de los 90’, e inclusive al llegar el llamado “nuevo milenio”, supe de compañeras de otros medios de comunicación que optaron por guardar en secreto su boda o la convivencia con una pareja, y sobre todo, ocultaron sus planes de maternidad, debido a que esa sola proyección las colocaba en la zona de descarte laboral. La eventual solicitud de licencias por maternidad y lactancia se leía como un “sobrecosto laboral”.

Actualmente, la protección normativa es más clara y favorable para la misión, aún pendiente, de ir eliminando estos sesgos discriminadores que obligan a las mujeres a escoger entre el desarrollo de su profesión y la maternidad, o peor aún, las incita a vivir en ambas esferas, pero no de una manera compatible y feliz, sino disociada, y nada saludable teniendo como costo un estrés poco sostenible en el tiempo.

Además de contar con un marco legal más acorde a los tiempos, ya sea por prácticas culturales o por otras circunstancias, en países como el Perú, aunque en número descendente, todavía subsiste un ejército de ángeles salvadores llamados abuelas. Gracias a ellas, una mujer logra saltarse algunas inequidades laborales de género para salir a trabajar, obtener ingresos y en el mejor de los casos, desarrollarse en una carrera.

Hace unos días, Laura Ripani, jefa de la División de Mercados del BID, publicó en esta misma plataforma, algunas claves interesantes para apreciar el extenso trabajo de Claudia Goldin, Nobel de Economía 2023, entre las que se refiere a la maternidad como un aspecto que aún sigue propiciando diferencias desfavorecedoras para las mujeres en nuestra región.

Ripani destaca entre esas claves a la denominada “brecha de género parental” (diferencia de ingresos entre padres y madres) estudiada por Goldin. Las mujeres, según la Nobel, reducen sus ingresos cuando deciden embarazarse; en contraposición, los hombres cuando se convierten en padres, los incrementan.

¿Cómo encajan las abuelas en esta dinámica?...

Por la experiencia del apoyo que tuve de mi madre, y por lo que he ido observando estos años, pienso que las abuelas son ese factor socioeconómico, aún no muy sopesado en su real magnitud. Por un lado, facilitan el desarrollo laboral femenino, y, por el otro, al igual que en China, por ejemplo, garantizan la supervivencia del capital humano del futuro que permite asegurar la viabilidad económica de un país.

En esta mirada, cruzo un dato de la doctora María Martinón-Torres, paleoantropóloga especializada en la evolución humana, quien asegura que desde la época en que nuestra especie era recolectora, el contar con abuelas en los grupos humanos garantizó hasta un 40% la supervivencia de los nietos. (1)

Ya no somos una sociedad recolectora, y “la caza” para alimentar a las familias tiene otros significados, pero las evidencias me llevan a pensar que, si algo ha sido constante y ha permitido nuestro desarrollo como especie, es el cuidado entre grupos unidos por intereses comunes y por afectos, y en ese contexto la función de las abuelas marca un silencioso, humilde, pero crucial valor.

Repienso la pregunta de mi hija.

No sé aún si algún día esté dispuesta a destinar tiempo para encargarme de niños o niñas… otra vez. Apuesto a que la fecha para plantearme esa disyuntiva aún es lejana. Cuento con que, además, conforme al progreso, si mis hijas se embarcan en ese maravilloso reto, su entorno social y laboral será más propicio y equitativo, para que la responsabilidad del cuidado no recaiga con desproporción en la figura de la madre. Espero también, que en su desarrollo laboral se considere a la maternidad como un factor diferente de competitividad y no como una mochila pesada con la que deba correr a cuestas.

Para entonces, si llego a ser abuela, mi trabajo quizás se centre en algo más divertido: malcriar y mimar, pero a ratos.

 

 

 

 

 

(1)    Martinón-Torres, M. (2022). Homo imperfectus ¿Por qué seguimos enfermando a pesar de la evolución?. Ediciones Destino.

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