Desde mi confinamiento

Desde mi confinamiento

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Mientras algunos gobiernos planifican la salida a la crisis epidemiológica del COVID-19 de forma escalonada, según dicen, para dirigirnos a la actividad productiva a la velocidad del rayo y conseguir de este modo la recuperación de la “normalidad” social, productiva, económica y financiera, una vez superados los efectos más dramáticos de la pandemia, aún no hemos oído mucho, de las mismas fuentes oficiales, sobre las medidas de carácter técnicas, humanas y organizativas, necesarias para compatibilizar, no solo a nivel nacional, estos objetivos ante los escenarios ambientales previsibles en los próximos años.

Salvo las estimaciones del trágico balance sobre el número de afectados vivos y muertos y el relatorio de medidas y consejos, a veces contradictorios, alguna mención sobre el comienzo del curso escolar y la liga de fútbol, poco más sabemos sobre nuestro futuro inmediato. Y no se habla más, porque no se sabe muy bien de cómo salir de este atolladero en el que estamos metidos. Al final, saldremos, y tanto que saldremos, Lo que no sabemos es en qué estado.

Echando mano del sentido común, y sin ser futurólogos, ciertas rutinas y hábitos sociales adquiridos, seguramente cambiarán, en alguna medida y otras normas de consumo, también. Aunque nada sería de extraño que, como dice la canción: que la vida siga igual.

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Algunos, en nuestra bendita ingenuidad, nos preguntamos: ¿Dejarán de permitir las autoridades de algunos países el consumo como alimento de animales salvajes o exóticos y otros no tan exóticos? Parece que la relación directa con estos animales no ha traído buenas consecuencias.

Por otra parte, consumir gases nocivos como consecuencia de la contaminación del aire, tampoco es muy recomendable. ¿Y el saneamiento básico? ¿Y del acceso universal al agua potable? ¿Y los vertidos de residuos? (En más países de los que imaginamos, esta breve relación de cuentas pendientes con la salud, ocurren simultáneamente). Un cóctel perfecto…. para la destrucción de la vida. No sabemos nada, ni tenemos indicios, sobre medidas tan rotundas para resolver estos desequilibrios, como las que hemos adoptado contra la pandemia. 

Esto no es novedoso. Así está ocurriendo desde hace muchos años sin que las insistentes alarmas ante una situación insostenible, no ejerzan el mismo efecto como el que ahora, la crisis del COVID-19, provoca en autoridades y ciudadanos. Tal vez ahora esto pueda cambiar.

Cuando, en alguna ocasión, hemos oído hablar sobre la fiebre española de 1918 que acabó con la vida de 50 millones de personas, por citar sólo un ejemplo, nos parecía tan lejana y tan irreal como nos parece hoy la pandemia por el coronavirus. Imposible de que una catástrofe semejante pudiera ocurrir hoy- argumentaban los ufanos más optimistas. Aquí la tenemos y va a quedarse con nosotros durante un tiempo, yo diría que bastante tiempo, como así ocurre con la influenza virus A o B, en palabra más prosaica, la gripe. No sabemos si se alternarán o se simultanearán. Pero lo que sabemos es que aún dará mucho juego y trabajo a científicos y políticos y mucho sufrimiento y molestias a la salud y el bolsillo de los ciudadanos.

Un personaje público, vaticinó que la próxima crisis mundial no estaría provocada por una guerra sino por un virus. ¿En que basó su predicción? No solamente por la información disponible, sino por la constatación de que el terreno estaba abonado. Las “invasiones invisibles y silenciosas” no producen un efecto inmediato. Se alojan, incuban y finalmente se muestran. Durante el proceso, el afectado sin percibir la infestación, probablemente, habrá recorrido miles de kilómetros, o tratado a muchas personas o usado muchos objetos.

Como una semilla del fruto que germina en tierra fértil y al cabo de un breve periodo de tiempo se desprende de la rama del árbol, así ocurre con la crisis epidémica que nos afecta hoy. Hemos construido el sustrato fértil que ha permitido la germinación y maduración del virus y también las condiciones de transmisión y expansión.

Lamentablemente, por lo que estamos observando, las reacciones de los responsables políticos y sanitarios de naciones, tras superar las primeras etapas en la que se minimizaba el riesgo, (Algunos, aún hoy, se jactan de ello) iniciaron una alocada carrera en pos de soluciones radicales, faltas de una estrategia común, más parecida a la desbandada de una manada de ñus ante el ataque de una leona hambrienta.

Y mucho nos tememos que, una vez que la virulencia de este drama se vaya aplacando, seremos testigos impotentes de un nuevo capítulo de egoísmo e insolidaridad como ya estamos observando, y la incapacidad de implantar estrategias coordinadas que permitan avanzar hacia un modelo de desarrollo y convivencia compatible con la vida y el respeto a la naturaleza. 

A pesar de la ingente cantidad de datos e informes científicos sobre los cambios en los patrones climáticos que ya están produciendo fenómenos extremos con efectos y magnitudes difíciles de predecir en el futuro inmediato y que están aumentando el riesgo de nuevas crisis pandémicas, graves inundaciones en muchas ciudades de todo el mundo. No se están considerando la interacción de estas variables en los conflictos de salud futuros.

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Los hechos recientes, ponen de manifiesto que es inviable el sostenimiento de una sociedad y economía global, manteniendo los actuales estándares de los modelos, hábitos, comportamientos y relaciones entre las personas, en un mundo que ya no será como lo conocemos hoy. La Naturaleza, como estamos comprobando en la dura realidad, no entiende de estrategias mercadológicas, campañas de propaganda, ni de alianzas políticas, económicas y estratégicas de bloques o corporativas.

Entonces, ¿cuál será el combustible que debe alimentar las nuevas organizaciones que se enfrentarán a los nuevos retos y cuyos protagonistas no serán los cárteles, trust o holdings tal y como lo conocemos hoy, que controlan el destino de millones de seres humanos?

Cuando esta crisis haya aminorado su peso y nos permita reaccionar con suficiente margen de maniobra, inteligencia, ética, solidaridad y leyes justas, deben situarse como un ariete sinérgico en la primera línea de esta necesaria ofensiva que permita derribar las  barreras, murallas y puertas que impiden compatibilizar los beneficios y el progreso con la sostenibilidad, el cuidado del medio ambiente y el respeto a los derechos humanos. Fuera de estos principios, cualquier otra estrategia, estará abocada al fracaso y la destrucción de la vida tal como la hemos conocido.

En este nuevo escenario muchos de los principios y valores heredados seguirán siendo necesarios en las nuevas sociedades, pero no así otras estructuras de las que emanan las decisiones vitales para el buen funcionamiento de las sociedades, tal como las conocemos hoy, superadas en muchos casos por las demandas del tejido social y los fenómenos naturales. Es necesario descabalgar a los que, como se ha puesto de manifiesto, son incapaces  pilotar los destinos de millones de personas por la senda correcta. Los nuevos retos a los que nos enfrentamos, precisan de líderes y equipos capacitados para entender la realidad compleja en la que estamos inmersos.

No es una tarea fácil establecer cambios profundos en estructuras como las que estamos asentados. Sin embargo, hemos observado las grietas que presentan las actuales estructuras a la luz de conflictos de todo orden y que han llevado a la actual civilización, pertrechada de medios y avances tecnológicos y científicos difíciles de imaginar tan solo hace unas pocas décadas, a un grado elevado de precariedad, desconcierto, incerteza y riesgo.    

Ni las migraciones humanas, ni las guerras, ni las crisis económicas, ni las revoluciones, han servido para corregir la deriva endogámica de las sociedades humanas que, una vez adaptadas y acomodadas al nuevo escenario, germinan el proceso larvario que dará lugar a un futuro conflicto. Solo los fenómenos ambientales, han servido para modificar en gran medida, el comportamiento de los seres humanos. Y así parece que es también ahora.

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Aunque disponemos de información suficiente para hacer predicciones fiables, muchos desvinculan el factor humano en el cambio de los parámetros climáticos, otros niegan la mayor, es decir, la existencia de cualquier crisis del clima del mismo modo que otros describen la pandemia del COVID-19 como una simple gripe. Los unos y los otros no son ciudadanos de a pie. Es gente que decide sobre nuestro destino y la vida de las personas.

Lo que no podemos poner en duda es que los fenómenos climáticos y las crisis de salud universales que nos afectan ahora y las que están por llegar, son argumentos más que consistentes para indicarnos que la luz roja ha dejado de parpadear y se ha encendido permanentemente y las medidas para sortear estos retos deben ser iniciadas sin dilación.

Los efectos de las lluvias extremas, el deshielo de la nieve, las marejadas ciclónicas y la subida del nivel del mar que afectan actualmente a millones de personas habitantes de zonas urbanas y rurales, irán aumentando por el aumento de las temperaturas que causarán precipitaciones más intensas y periodos secos más largos. Europa experimentará un aumento de hasta un 35 % en los eventos de lluvias torrenciales de invierno, y las regiones del sur y sudoeste de Europa tendrán sequias prolongadas.

Las estimaciones para el futuro indican que las inundaciones fluviales, de las que se dan una vez cada 100 años, ocurrirán con mayor frecuencia en todo el continente, con la excepción de varias regiones del norte, Turquía y el sur de España.

Las zonas urbanas en terrenos situados a poca altura también estarán cada vez más expuestas a inundaciones costeras causadas por el aumento del nivel del mar y marejadas ciclónicas. Países que en gran medida dependen de la economía generada por el turismo de sol y playa, tendrán que implantar alternativas a estos modelos económicos.

Los efectos sobre la economía producidos por el COVID-19, en un periodo muy corto de tiempo, suponen un impacto brutal y directo en la economía y la vida de millones de personas en todo el mundo. ¿Qué efectos producirá una crisis climática cuya duración en el tiempo podemos estimarla en decenios, siendo muy optimistas? ¿Cómo y por cuanto tiempo vamos a atender a millones de personas que estarán forzosamente abocadas a no contribuir a generar riqueza por causas ambientales y de salud?

El frenazo universal que ha supuesto en la actividad social, económica y productiva para la mayoría de los países, la crisis epidemiológica, supone para los gobiernos una pesada losa que será muy difícil de gestionar sin dejarse la piel y la cartera. Pero también debe encararse como una oportunidad para reorientar muchas de las políticas actualmente en vigor, seriamente tocadas como lo atestigua la tozudez de los hechos. Políticas solidarias entre países armonizando y sincronizando los sectores de la actividad económica teniendo como objetivo el restablecimiento del equilibrio ambiental, el uso racional de los recursos naturales y un mayor respeto por la vida en el planeta. 

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