Despieces
En la mesa sobraba espacio. Era un mueble antiquísimo de madera que los dos compraron en una tienda de segunda mano, rectangular y roído. Estaba enclavado en medio del salón, detrás de un largo sofá. La madre había colocado un mantel de cuadros amarillos y blancos, dos salvamanteles de mimbre, servilletas de papel, cucharas, una larga y otra corta, y preparado el desayuno en la cocina americana que estaba a un lado. Todo lo había hecho mientras las noticias se precipitaban sin descanso en una pequeña radio. Cuando la leche estuvo lista y la colocó en la bandeja de su hijo, apenas restaban diez minutos para que recibiera un disparo en la frente y cayera de espaldas en la alfombra de esa misma cocina. El niño, de apenas diez años, trataba de abrir con los dientes el envoltorio de una magdalena. Le regañó y le tendió unas pequeñas tijeras con la empuñadura de plástico. Rojo. Fue entonces cuando llamaron a la puerta. Ella dejó la cuchara en el azucarero, esquivó las cajas de cartón apiladas en la entrada, y se levantó apresurada para abrir. Era domingo. Afuera el día era triste, decía el pequeño. Llovía. Lo hacía suave y constante. Las nubes estaban tan bajas que apenas podían verse las montañas que asomaban desde la ventana. Los cristales aparecían repletos de gotas, gordas, finas y alargadas, y la borrosidad engrandecía la melancolía. En la mesa, seguía sobrando espacio.
Continúa leyendo aquí: www.elhombremudo.es