Dirigido a los que no piensan como yo....
El sistema democrático de una sociedad económicamente avanzada se caracteriza, entre otras cosas, por la aceptación del pluralismo ideológico y político. Esto significa que no existe ninguna instancia social, política, religiosa o de cualquier otra índole, que pueda imponer principios, doctrinas u opiniones. Desde luego, para que las opiniones y doctrinas puedan ser asumidas o rechazadas libremente, debe haber también libertad para exponerlas, defenderlas y discutirlas en público. (En el terreno económico, esto se corresponde con la prohibición del monopolio y con el fomento de la libre competencia).
Ahora bien, la aceptación del pluralismo conlleva un cambio importante en la concepción tradicional de la verdad. El monopolio doctrinal no sólo equivalía, de hecho, a un monopolio de la verdad, sino que también daba primacía a la llamada "verdad objetiva" por encima de la libertad individual: los humanos teníamos la obligación de conocer la verdad y, por tanto, también la obligación de acogerla y defenderla una vez conocida. El pluralismo, en cambio, parte de la idea de que la verdad no es necesariamente monolítica: puede haber muchos puntos de vista verdaderos, muchos aspectos diversos y aceptables de la verdad, y pueden existir diversas verdades compatibles. La primacía ahora no reside tanto en la verdad como en su búsqueda. Cada cual puede legítimamente defender la posición que quiera , aunque sea considerada por otros como errónea. La democracia pone límites a ciertas prácticas ideológicas o políticas, pero los límites no proceden de la imposición de ciertas opciones determinadas sino, al contrario, del compromiso de defender la libertad de opción de todos. Los humanos tenemos, pues, derecho a buscar la verdad allá donde la descubramos y a defenderla tal como la hayamos descubierto. La única obligación radica ahora en el respeto a la libertad y a la dignidad de los individuos.
Y ese respeto y dignidad, debe ser entendido como un bien necesario, dejando de insultar, menospreciar, ofender e incluso perseguir o acosar a toda aquella persona que no piensa como uno mismo y que tan corriente se ha convertido en estos tiempos tan revueltos.