Distancia y deshumanización

Distancia y deshumanización

No sé si, como dice la canción, la distancia es el olvido, pero es seguro parte activa en los procesos de deshumanización. Con la distancia los rostros se desfiguran, los contornos se deshacen y las palabras y los gestos se pierden por el camino. La distancia convierte al individuo en grupo, a la peculiaridad en segmento, a lo independiente en conglomerado y a lo diferente en categoría. A medida que vamos alejándonos del objeto particular para tomar perspectiva, se agranda el paisaje y, consecuentemente, se difumina el objeto individual que, para ser tomado en cuenta, debe hacer conjunto con otros bajo algún rasgo que sea relativamente discriminante a la vez que similar. Solo así puede tomar tamaño para ser percibido desde la distancia. En ese proceso, el individuo queda despojado de su entidad propia para hacerse un ser impropio ante los demás, que solo posee propiedad en tanto en cuanto se identifica con un rasgo determinado que le permite pertenecer a un segmento, a un grupo al que posteriormente se le dirigirán empresas, instituciones y administraciones.

A tal punto esa distancia se ha hecho hoy evidente que somos lo que somos en tanto en cuanto pertenecemos a una suerte de gremio, grupo o segmento. Bajo nuestro nombre y apellido no se esconde más que una fórmula de cortesía, una estrategia de mercadotecnia para crear un clima artificial de confianza y conocimiento que permita a la entidad de turno barnizar con un atisbo de cordialidad y cercanía lo que es para esa entidad un mero trámite contingente, un proceso automatizado. Las relaciones diarias han virado de ser de individuo a individuo a ser de entidad a segmento. El verdadero identificador es un ID digital que la máquina asigna, y un correo electrónico, hoy puerta de todo nuestro mundo. Tras ese correo y ese ID digital solo hay agregaciones de rasgos y comportamientos, simplificaciones de la entidad individual para transformarlas en clusters a los que dirigirse con parámetros basados en una presunta eficiencia, fundamentalmente económica.

Intelectualidad, ciencia y tecnología propician ese distanciamiento y deshumanización. A pesar de la evidente muestra diaria de irracionalidad y de funcionamiento instintivo de la que damos cuenta y a la que se trata de enardecer a cada minuto, no cabe tampoco duda de que, con más o menos profundidad, nuestros tiempos están más intelectualizados y “cientificados” que ningún otro. Con ello no se alude a la altura y profundidad intelectual en grado vertical, sino a la extensión horizontal del fenómeno. Hemos asistido durante años a una corriente divulgativa que provoca que muchos conceptos, aunque vulgarizados, vaciados de su sentido primordial y simplificados, sean manejados con asiduidad y familiaridad por una buena parte de la población. Esa intelectualización y “cientificación” de los fenómenos más cotidianos, aunque sea superficial, vaga, pobre y alejada de su sentido primordial, ha interpuesto entre el hecho humano, su vivencia y su entendimiento, un proceso de abstracción, de intelectualización que ha generado el alejamiento de la vertiente más humana del mismo.

La razón, el intelecto y la ciencia tienden a la categorización. Cuanta más razón usamos, más proclives somos a querer comprender y comprehender en nuestro pensamiento toda la realidad, y para ello usamos categorías, más amplias cuanto más espectro queremos cubrir. En ellas ya no hay individuos sino etiquetas a las que se adhieren sujetos a los que se los desprovee de su individualidad porque, precisamente, todo proceso de abstracción, todo mecanismo de racionalización, conlleva una categorización que, a su vez, demanda una desindividuación en pos de un agiornamiento más amplio. Solo de esta manera la realidad se hace abarcable y manejable al pensamiento. El peligro es cuando esto salta del laboratorio a lo social, y lo hace no en pequeña escala sino a gran dimensión.

Es aquí donde aporta su grano de arena la tecnología, que facilita ese proceso deshumanizador tanto en extensión como en gestión. La conectividad expandida y la movilidad de los dispositivos, unida a la masiva tendencia a desplazar toda interacción a la pantalla no solo despersonaliza porque coloca dicha pantalla por medio, sino porque fuerza a que gran parte de nuestras transacciones se produzcan en un entorno con reglas y procedimientos creados para categorizar y segmentar, no para atender la individualidad, sino para anularla.

La tecnología no se diseña para servir al individuo en su máxima particularidad, sino para lograr que todo individuo abandone dicha particularidad para plegarse al proceso que otros le marcan, y así poder ser segmentado. El asunto no está en hacer tecnología personalizada y humana sino en crear personas que se tecnologicen, que crean que son individuos aun siendo simplemente ID digitales y un mero mail.

El peligro es precisamente este último, no ya que estemos en un proceso de deshumanización progresivo y acelerado, sino que el propio individuo renuncie a todas sus peculiaridades para reducirse a las de un grupo y segmento determinado.

Inicia sesión para ver o añadir un comentario.

Otros usuarios han visto

Ver temas