Domesticados

El tamaño de nuestros cerebros se ha reducido de tamaño entre un 10% y 15% en los últimos veinte mil años.

Algunos estudios sostienen que este fenómeno se produjo porque el hombre se ha domesticado a sí mismo. Hemos pasado de ser animales desconfiados, incrédulos que basaban su supervivencia en la fuerza y la violencia, a transformarnos en seres que requieren de la cooperación y del entendimiento. Es que hoy ya no es la vida la que está en juego, ahora las decisiones se toman mayormente en razón de la consolidación de proyectos colectivos.

Ya no es necesario mantener el permanente estado de alerta del lobo, por lo que nos transformamos en perros de ciudad con mayor eficiencia a la hora de procesar ideas.

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El dilema de esta domesticación es que parte de esa eficiencia se debe a que somos muchos más predecibles que en el pasado. Nos hemos acostumbrado a dar muchas cosas por sentadas (las leyes, la vida republicana, la existencia de tecnologías y la omnipresencia del mundo digital). Hoy damos por normal una infinidad de asuntos y situaciones “que son y siempre han sido así” y, por ende, no se valoran como se debieran. 

También incentiva a los individuos a ceder parte importante de su responsabilidad en las herramientas que les parezcan válidas. Qué más claro que la delegación de muchas de las decisiones en internet, desde los comentarios de redes sociales hasta los resultados de los buscadores. Si hasta le hemos encargado a las aplicaciones que nos indiquen cuál es el mejor camino a casa.

Pero estamos llegando a un punto de exceso en nuestro estado que raya en la indolencia, la abulia o derechamente en la flojera. Estoy convencido que es necesario volver a ser salvajes. 

No desde el punto de volver a abrazar violencia como lógica de vida, sino que desde el sano espíritu del cuestionamiento. 

Necesitamos desconfiar de las cosas “como son”, no para destruirlas, sino que para valorarlas. 

Debemos revisitar las antiguas decisiones y las respuestas heredadas. 

Tenemos que retomar el control de nuestras determinaciones, con la ayuda de herramientas si es que fuera necesario, pero sin delegar nuestra responsabilidad en ellas.

Es un camino imprescindible para retomar la senda de la ecuanimidad y para que nuestra especie vuelva a poner nuestra voluntad y audacia por delante y por encima de la dictadura del todopoderoso algoritmo.

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